17º Domingo Ordinario - A

viernes, 18 de julio de 2008
27 Julio 2008

1 Reyes: Pediste discernimiento.
Romanos: Nos predestinó a ser imagen de su Hijo.
Mateo: Parábolas: el tesoro escondido, la perla y la red.


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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Anónimo at: 18 julio, 2008 21:24 dijo...

EL TESORO Y LA PERLA (Mt 13,44-52)

En la vida hay búsquedas y descubrimientos. La búsqueda es interesada, está centrada en algo que se aprecia y requiere esfuerzo y disciplina. El descubrimiento es casual, un golpe de suerte, una sorpresa. Jesús, para hablar de los valores del Reino, recurre a lo segundo. Y lo hace porque no se alcanza el Reino de los Cielos con el esfuerzo humano, sino con el beneplácito divino, pues nadie puede merecer bienes eternos. Esto es lo que Jesús explica en estas parábolas.

La primera habla de un tesoro oculto. Arranca de un género literario frecuente en la antigüedad. En tiempos de falta de garantías, era habitual que un hombre, para asegurar su futuro, enterrara en un lugar secreto los ahorros de su vida. Si moría de modo imprevisto -cosa no rara-, se llevaba el secreto a la tumba. Esta costumbre dio origen a leyendas de fabulosos tesoros descubiertos por gente humilde. Jesús se sirve de ellas para explicar que encontrarse con el Reino de Dios es como si un asalariado, trabajando la tierra, halla un tesoro. Lleno de alegría, vende todo lo que tiene para comprar la tierra y quedarse con el tesoro. La primera reacción del hombre es la alegría, el gozo por la suerte que ha tenido; la segunda es el desprendimiento, la renuncia a todo, el abandono de todo aquello que hasta ahora parecía importante en su vida. No es renuncia a medias, sino completa. Los bienes efímeros sólo tienen valor si con ellos se consiguen bienes imperecederos. Lo que uno tiene, por mucho que sea, se vuelve insignificante en comparación con aquello que tiene verdadero valor y por lo que merece la pena vivir. Lo otro es necedad y engaño de sí mismo.

La segunda parábola -la de la perla- viene a significar lo mismo, sólo que en este caso, el hombre está dedicado al quehacer de comprar y vender piedras preciosas. Cuando se encuentra con una verdadera joya, se da cuenta de que aquello que él valoraba no era sino bisutería y bajaratijas. No se trata ya de un hombre que, enfrascado en sus tareas, encuentra un día la verdad y se deja seducir por ella. Estamos ante un hombre que busca la verdad, pero sólo ha encontrado verdades a medias. La reacción es la misma que el anterior: da todo lo que tiene a cambio de lo que encuentra.

Unos acceden a la verdad desde el quehacer ordinario; otros, desde la búsqueda. Cuando la encuentran, los primeros se llenan de alegría por la sorpresa que produce el bien descubierto, mientras que los segundos, se llenan de satisfacción por la seguridad de haber logrado al fin su meta. Unos y otros toman la decisión de su vida: darlo todo para alcanzar el Todo. Cuando Jesús dice al joven rico: “Vende lo que tienes y dalo a los pobres para tener un tesoro en el cielo” está hablando de lo mismo. El pueblo lo dice de otra manera: “No se puede nadar y guardar la ropa”. El que no renuncia a lo que tiene no puede nadar en la libertad.