22º Domingo Ordinario - A

domingo, 24 de agosto de 2008
31 Agosto 2008

Jeremías: Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir.
Romanos: Y no os ajustéis a este mundo.
Mateo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga.


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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Anónimo at: 01 septiembre, 2008 18:09 dijo...

EL SEGUIMIENTO DE JESÚS (Mt 16,21-27)

Como buen pedagogo, Jesús no se mostró a sus discípulos de una vez, sino poco a poco, en la medida en que estaban preparados para conocer lo que se refería a su destino. Esperó a que tuvieran claro que era el mesías esperado para hablar de su pasión y muerte. Ya anteriormente les había advertido que iba a tener dificultades (Mt 10,24s), pero jamás se pudieron imaginar el tipo de problemas que le aguardaban. Cuando emprenden el camino hacia Jerusalén donde van a tener lugar hechos difíciles de entender y de aceptar, Jesús habla abiertamente de la muerte que le aguarda. No disimula la crudeza de las cosas para evitarles decepciones o desengaños, sino que habla crudamente.

La reacción de Pedro -“No permita Dios que te pase nada de eso”- indica que lo entendieron perfectamente. Pero la respuesta de Jesús no puede ser más clara: “Apártate de mi, Satanás. Piensas como los hombres, no como Dios”. El Satán era el ministro de la corte divina encargado de tentar a los hombres para comprobar su fidelidad -con el tiempo pasó a ser uno de los nombres del diablo-. Pedro está poniendo tropiezos a Jesús en el cumplimiento de su misión porque su entender se ajusta más a los criterios de los hombres que a los criterios de Dios. Y es que resulta muy difícil a la lógica humana entender la cruz y más aún que sea el camino hacia la vida. El escándalo de la cruz es uno de los argumentos que se utilizan para rechazar a Dios, porque -dicen- o Dios puede evitar el sufrimiento y no quiere hacerlo -lo que indica que no es bueno- o quiere evitarlo, pero no puede hacer -lo que indica que no es poderoso-. En ningún caso es Dios. La argumentación es ingeniosa, pero no resuelve nada: ni el problema del sufrimiento ni el interrogante sobre Dios.

En las palabras que siguen, Jesús expone su punto de vista siguiendo la lógica de Dios. Seguirle a él exige la renuncia a sí mismo, que no es resignación, sino elección. No se trata de aguantarse con el malestar de las cosas, sino de renunciar libre y alegremente a lo pasajero para alcanzar lo permanente. Hay un dicho popular que refleja este pensamiento: No se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. El que no renuncia a algo, no puede conseguir algo; el que lo pretenda todo tiene que renunciar a todo. No es un trabalenguas ni un acertijo; es una ley de la vida. La segunda condición es cargar con la cruz. La cruz de la que aquí se habla se refiere a la del seguimiento de Jesús, es decir, a las dificultades que conlleva creer en él. La tercera condición es seguir sus pasos. No se trata de ganar el mundo -¿de qué sirve si se pierde la vida?-, sino de servir al reino de Dios, que no conlleva grandeza humana sino humilde servicio a los más pobres.

Éste era el estilo de Jesús: claro y radical. Disimular las exigencias para conseguir seguidores sólo es una manera de ahorrar para el fracaso.