4º Domingo Cuaresma - C

sábado, 6 de marzo de 2010
14 Marzo 2010

Josue: Celebración de la Pascua.
2 Corintios: Dios nos reconcilió consigo en Cristo.
Lucas: El corazón de Dios.


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Juan García Muñoz.

4 comentarios:

{ Paco Echevarría } at: 06 marzo, 2010 16:17 dijo...

EL RETORNO DE HIJO PERDIDO (Lc 15,11-32)

La parábola del hijo pródigo es, sin lugar a dudas, uno de los textos más hermosos del Nuevo Testamento y una de las claves interpretativas del mismo. El relato gira en torno a tres personajes, los mismos que aparecen al comienzo de la sección. El triángulo formado por Jesús, los pecadores y los fariseos es reproducido por el padre, el hijo menor y el primogénito.

El padre encarna los sentimientos de Dios -de Jesús- hacia el pecador: lo mira como a un hijo equivocado que, buscando libertad y dicha, abandona la casa paterna. Es el dolor contenido, que no hace nada para ser evitado porque hacer algo sería ir contra la libertad, es decir, contra el amor. La postura del padre refleja que sólo se ama desde la libertad y sólo se es libre desde el amor. Esto explica la explosión de gozo cuando el hijo retorna. Ha sido necesario el error para comprender el alcance de la verdad. En el pensamiento cristiano, Dios no ve la culpa, sino el error y está dispuesto a la misericordia tan pronto como el hombre lo reconoce.

El hijo menor -los pecadores con los que Jesús come-, más que malo, es inconsciente. No hay maldad en su corazón. Sólo quiere emanciparse. Su error no es irse de casa, sino disfrutar de la herencia en vida del padre, cosa que la ley no admitía. Es decir: actúa como si el padre ya hubiera muerto. Freud diría que la desaparición del padre es necesaria para el desarrollo del hijo. El Evangelio afirma que sólo se crece desde el amor. Es un espejismo en el que suelen caer nuestros contemporáneos: creer que o el amor sacrifica la libertad o la libertad sacrifica el amor. Lo vemos como si se tratase de dos necesidades excluyentes. La verdad es que el amor representa la plenitud de la libertad y la libertad, la plenitud del amor. Se necesitan mutuamente como las dos manos.

El hijo mayor -los fariseos- representa a los que han hecho de la fidelidad un ídolo. Había obedecido en silencio durante años, se considera leal y cumplidor. La acogida que se tributa al pecador la interpreta como una injusticia contra sí mismo y por eso se niega a participar de la fiesta. Es la autosuficiencia de los justos, que creen más en la obediencia que en el amor. En el fondo de su corazón sólo hay miedo a ser reprochados, a ser cogidos en falta, a fallar. Son los que han hecho de la vida una tarea de cumplimiento de normas y leyes. Olvidan que el verdadero error es no arriesgar, dejando que los miedos gobiernen sus días.

Estamos ante dos posturas igualmente equivocadas: la de aquellos que sacrifican el amor a la libertad y la de aquellos que lo sacrifican a la lealtad. Ninguno de ellos ha descubierto que la vida -la dicha- sólo es posible si se edifica sobre la libertad y el amor y que ambas cosas se necesitan mutuamente.

Francisco Echevarría

Anónimo at: 07 marzo, 2010 11:22 dijo...

viene a mi vida como una llamada a Conversión pero también desde la Misericordia del Padre que por encima de todo lo que vusca es la oveja perdida, a cada uno de nosotros, a mi y en ello el gozo de saber que siempre hay un tiempo para el Perdón, siempre teniendo en cuenta la aptitud del corazón ello a pesar de ser una calamidad, una pecadora

Maite at: 07 marzo, 2010 23:17 dijo...

Señor Jesús, en mi corazón se escribe una historia que Tú conoces muy bien. En él habitan dos hijos, y un padre también. El hijo menor, inquieto e independiente, falto de delicadeza y respeto, olvida a menudo lo bien que está en casa y siente ansias de volar y conocer y dominar otros mundos, donde poderse liberar de esas alas protectoras que le dan cobijo y calor; y pide a su padre su parte de herencia para marchar, sin ver las canas ni la preocupación del rostro venerable.
Tarde o temprano la vida, vivida fuera del hogar, le muestra su cara más cruel y oscura, y toma la resolución de volver, de reencontrarse a sí mismo en el seno amoroso del padre al que despreció.

También el padre vive en mi corazón. Sufre por mí, pobre y tonto hijo menor, y espera cada día mi regreso, golpeando una y otra vez en mi interior, intentando despertarme del engaño que me llevó a buscar fuera lo que sólo tengo en él.
Cuando vuelvo aterido y cansado, reconociendo mi equivocación, porque ya no puedo más, buscando el último rincón junto a él, me recibe como a un hijo que regresa de un viaje triunfal, me viste como a una novia que se adelanta al altar, y convoca una fiesta donde todos se tienen que alegrar.

Hay también en mi corazón un personaje oscuro que, viviendo siempre con el padre, no sabe quién es. Soy el hermano mayor, el que hace lo que tiene que hacer y sólo aspira a ofrecer lo que se espera de él, para ganarse, a fuerza de esmero y perfección, el cariño y la atención. Tanto esfuerzo me ha supuesto que el orgullo anida ahora en mi corazón, y no sé de fiestas y alegría, ni de perdón y comprensión.
Y cuando mi padre quiere que yo me sume a la celebración por la vuelta de mi hermano menor, no reconozco a ninguno de los dos, ni reconozco mi casa... Mi hermano volvió, pero yo no. Qué triste factura me pasó todo mi trabajo y mi lucha por ser el mejor.

Mi hermano pequeño pudo recordar y añorar, recapacitar y regresar, por sentir necesidad. Pero yo estoy demasiado encerrado en mí mismo y ya no sé ni soñar, y mucho menos perdonar.

Señor, hoy pongo a mi hermano menor en tus manos, lo confío a tu amor. Siempre lo atraerás a Ti. Te confío a mi hermano mayor: sólo Tú puedes sanar su corazón.
Y te pido que el padre crezca más y más en mi interior. El padre que cede, incluso ante el error, que acoge y abraza sin pedir explicación, que sufre el rechazo más obstinado de la incomprensión.

Y quiero que crezca porque yo quiero ser Tú.

Flora León at: 11 marzo, 2010 22:56 dijo...

Señor Jesús: Yo soy ese hijo pródigo de la parábola de hoy, que se alejó de Ti después de tanto amor y gracia…Y si volví a Ti, no fue por Ti sino por mi, por la tristeza inmensa que experimenté fuera de Ti. Y Tú me esperabas…esperabas esa traición para convertirla en gracia, en foco de luz potente sobre Ti y sobre mí, para que me conociese y te conociese…

¿Quien hay que espere la traición, el abandono, el engaño de la persona amada, amadísima , para convertir todo ese pecado, esa injusticia, esa ofensa en gracia, en fuente de gozo y paz para a amada infiel? Pues Tú, Señor, Tú eres así…Y me vestiste de gala y de joyas tras hacerme sentir tu inefable amor…

¡Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está -esté- siempre en mi boca!