1º Domingo de Pascua - C

jueves, 1 de abril de 2010
4 Abril 2010

Hechos: Hemos comido y bebido con él después de su Resurrección.
Colosenses: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Juan: Él había de resucitar de entre los muertos.


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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

{ Francisco Echevarría } at: 05 abril, 2010 19:42 dijo...

LAS DUDAS DE TOMÁS (Jn 19,19-31)


Estaban escondidos y asustados y Jesús se les mostró extendiendo ante ellos las manos y mostrando el costado. Eran los trofeos de su victoria. Ellos, al verlo, se llenaron de alegría. Es el sentimiento que invade a todo el que se encuentra -en medio de sus dudas y temores- con el Señor de la vida. El primer rasgo de un cristiano es, precisamente, la alegría, ya que ella es el brillo del amor. Pero una alegría que nadie puede quitar porque no procede de nada que alguien pueda darnos, sino de algo más profundo.

Después de tranquilizarlos, los envía a cumplir su misión en el mundo: la misión de perdonar. Para ello les entrega su Espíritu. Y es que la misión de perdonar excede con mucho las posibilidades humanas, como bien decían los fariseos a Jesús. La Iglesia no cree tener por derecho propio el poder de absolver o no la culpa. Sólo Dios es Señor del perdón. Pero ella ha recibido una misión que de anunciar el perdón. Esa fue la gran lección de la cruz: la violencia y el odio desatados contra él en su pasión no consiguieron descabalgar a Cristo de la montura sobre la que entró en Jerusalén: la paz y el amor incluso al enemigo. Por eso murió perdonando, aunque algunos, después de veinte siglos, aún sigan odiándole por ello.

Todo esto va precedido del saludo de la paz, el principal de los dones del Mesías. Paz, alegría y perdón: ¡Hermosa trilogía para un mundo demasiado carente de las tres! La misión del cristiano, como la de Cristo, es anunciar a un mundo, castigado por la violencia, la paz más profunda y valiosa: la del corazón; entregar la dicha más auténtica a un mundo entristecido, que oculta su insatisfacción en una compulsiva búsqueda de placeres; y liberar de la angustia de la culpa a quienes han olvidado el concepto de pecado, pero no se han podido liberar del sentimiento que conlleva la connivencia con el mal.

Tomás representa a todos los escépticos, a todos aquellos que sólo creen en lo que puede verse y tocarse, a los que hacen gala de ser prácticos y positivos. Sólo creen en la verdad de los sentidos. Lo cual es bien poco. A éstos Jesús les dice: “Dichosos los que crean sin haber visto”. No está hablando de falta de rigor o ingenuidades. Habla de que hay otra realidad tan presente y comprometedora como aquella que creemos conocer. Ignorar esto no es cosa de sabios, sino de engreídos. Más aún: sólo es verdadero sabio quien sabe ver siempre más allá, quien no se deja engañar por la apariencia, quien busca en todos y en todo el espíritu que anima a cada ser. Tal vez la fe no sea -como en otro tiempo se creyó- una debilidad del ignorante, sino una necesidad, un valor, para la supervivencia. Han pasado los años, al menos eso parecía, en que los creyentes casi teníamos que pedir disculpas por creer y ser aceptados sin ironías ni menospre¬cios. Hoy la fe es un don que ofrecemos al mundo con la paz, la alegría y el perdón.


Francisco Echevarría

Maite at: 06 abril, 2010 10:41 dijo...

¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! (Secuencia de Pascua)

Señor Jesús, que nos has dado en María Magdalena la patrona de todos los buscadores del Amor, danos su corazón inquieto y enamorado, para salir a tu encuentro y hallarte resucitado. Aunque sea de noche todavía, y los ojos velados por las lágrimas no nos dejen ver que esa noche es ya clara como el día.

Que no nos cansemos de buscarte vivo, aunque todo a nuestro alrededor huela a sepulcro vacío. Sólo así te mostrarás al fin y podremos abrazarte, y Tú nos harás tus testigos.

Señor Jesús, que hiciste de Pedro y el discípulo amado atletas en la carrera por ver lo que había pasado. Enséñanos a correr juntos, y nunca en solitario; a esperarnos y respetarnos en nuestra búsqueda común del Camino, la Verdad y la Vida.

Danos un corazón que arda en amor por Ti, que sienta hambre y sed de Ti, para poder ver y creer. Y saber, como saben los que aman, que por encima de nuestras muertes y dolores, oscuridades y temores, Tú, para siempre, estás vivo.