Génesis: Melquisedec, sacó pan y vino y bendijo a Abraham.
1Corintios: Yo he recibido una tradición que procede el Señor.
Lucas: Dadle vosotros de comer.
1Corintios: Yo he recibido una tradición que procede el Señor.
Lucas: Dadle vosotros de comer.
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Juan García Muñoz.
3 comentarios:
CUERPO Y SANGRE (Lc 9,11b-17)
Cuentan las Escrituras que Jesús, antes de subir al cielo, prometió su presencia hasta el fin de los tiempos. A partir de aquella hora sigue en medio de los hombres, pero los modos de su presencia han cambiado tanto que resulta difícil reconocerlo. Uno de esos modos es la Eucaristía. Cristo –la Palabra hecha carne– se hace alimento para completar así la unión iniciada en la Encarnación. No hay manera mejor de expresar la unión y la transformación de aquello que se une.
Pero la revelación del misterio siempre es enseñanza y –en el caso de la Eucaristía– el milagro de los panes y los peces nos da la clave. Jesús de Nazaret, que ha alimentado el espíritu de la gente con su palabra, quiere ahora aligerar su cansancio y su debilidad con el pan. Alguien –cuyo nombre desconocemos– renuncia a lo suyo y, sin saber el alcance de su gesto, hace posible el milagro. Todos quedaron saciados y aún quedó para saciar a un pueblo –doce cestos, como doce tribus, fue lo que sobró–. El sentido del milagro es evidente: Dios –llevado por la compasión– multiplica la eficacia de la generosidad humana.
Tal vez sea por eso que celebremos el día de la caridad, el día de la exaltación del amor generoso, gratuito, desinteresado, del amor que da y no pide nada a cambio, como el sol, que da su luz sin que podamos darle nada por lo mucho que nos entrega. La Eucaristía es presencia misteriosa de Jesús en medio de su pueblo y, a la vez, profecía, voz de alerta que no cesa de recordar a los suyos que esa presencia es una invitación a amar del mismo modo que él amó –"como yo os he amado"–. Y, por si alguno no quería entender, lo dejó dicho de modo más abierto, con palabras que no se prestan a confusión ni equívocos: "Lo que hicisteis a uno de mis hermanos menores a mí me lo hicisteis".
El misterio de la Encarnación sigue presente: el Verbo se hizo primero hombre en Jesús de Nazaret para que pudiéramos escucharle; luego se hizo pan y vino en la Eucaristía para que pudiéramos ser uno con él; finalmente se ha hecho hombre en cada uno de sus hermanos más pequeños para que podamos amarle y servirle. Cuando dijo "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" se refería seguramente a esto y me da la impresión de que es más advertencia que consuelo.
En este día del Cuerpo y la Sangre de Cristo, debemos despertar las conciencias y ser capaces de ver –a través de la custodia levantada en alto– el sufrimiento humano con sus mil rostros. Adorar el misterio es adorar la presencia que contiene y esa presencia no puede desconectarse de la realidad humana que la sostiene.
Jesús no se pone nervioso cuando las multitudes (el "vulgo") chafa su plan de retiro espiritual con los apóstoles. Tampoco se apura cuando el día declina y nadie parece querer irse de allí. Su "logística" no coincide con la de los discípulos.
"Despídelos". "Dadles vosotros de comer".
Cinco panes de cebada... y un par de peces. No de la nada, sino de este poco nuestro entregado, Jesús puede hacer esta primera multiplicación. Aquí empieza la "logística" del reino. La misma que aplicaba cuando iba a comer a casa de los unos... y de los otros. La misma que le hacía ser escandaloso en la libertad que mostraba frente a las normas rituales de pureza y a las no menos normativas reglas sociales del tiempo.
"En la mesa y en el juego se conoce al caballero". Bien podemos decir que es en la mesa y en el a veces férreo "juego" de nuestras relaciones humanas donde te hemos conocido mejor, Jesús.
"Comilón y borracho". Pero ¿quién no admiraría esta santa libertad tuya cuando te contempla?
Sí, te admiramos. Tu forma de estar a la mesa nos confronta en nuestras maneras de excluir, explícitas y establecidas unas veces, otras más sutiles.
Si alcanzamos a poner en tu mano lo "poco" nuestro, tú sabes repartirlo y multiplicarlo como conviene. Tú obras el milagro de la abundancia y el de hacernos capaces de "soltar" esto poco a lo que nos aferramos.
Concédenos mirarte mucho, en ese gesto final en el que partes el pan y eres tú quien se parte y reparte. Este gesto/resumen de todo lo que has sido en esta tierra y de tu forma de estar entre nosotros.
Queremos adherirnos a esta tu forma de ser, queremos "pegarnos" a ti.
Y Tú... nos das incomparablemente más: tú entras y quieres incorporarte a nuestro cuerpo, a nuestro ser más profundo, para ser poco a poco incorporados a Tí.
Cuánto más te miramos, más hambre tenemos de lo que Tú eres.
Danos siempre de este hambre.
Danos siempre de este Pan.
En aquel tiempo todo ese gentío que rodeaba a Jesús no sabía que estaba en misa. Va cayendo ya la tarde y crece en los discípulos la preocupación de ejercer de anfitriones de esa hambrienta multitud. Y por si fuera poco Jesús parece haberse vuelto loco: dadles vosotros de comer.
Y a mí, Señor, me dejas llena de estupor: ¿de verdad es asunto mío saciar a todo este gentío?. Si es que apenas lo que tengo es bastante para mí. Es tan poco y tan pequeño... pero Tú lo pides todo.
T yo veo entre tus dedos cómo mi pobreza se agiganta, y al sonido de tu voz una misa se adelanta. Veo que alzas tu mirada y bendices esa nada, se reparte por doquier y anda la ración sobrada.
Hay hartura y saciedad, satisfacción y abundancia... Y Tú quieres prolongar en el tiempo esta bonanza y has decidido quedarte, con tu Cuerpo y con tu Sangre, que hace falta alimentar hasta que este mundo acabe.
Y me enseñas el camino de servirme en pan y vino, de romperme y repartir, y así puedas repetir cada vez tu bendición, que transforme mi pobreza en tu gracia y en tu don.
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