Epifania del Señor - A

domingo, 26 de diciembre de 2010
6 Enero 2011

Isaías: La gloria del Señor amanece sobre ti.
Efesios: Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos de la promesa.
Mateo: Venimos de Oriente a adorar al Rey.


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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Maite at: 03 enero, 2011 09:56 dijo...

EPIFANÍA


Pues tampoco los Magos lo tuvieron fácil. Primero tuvieron que viajar, y ni siquiera tenían claro adonde. Una estrella les guiaba, una luz pequeña allá en lo alto, y otra más, oculta en lo más profundo del corazón de cada uno. Por eso pudieron continuar cuando la primera desapareció de su vista. Es tan limpia su mirada, capaz de ver estrellas, que al llegar a Jerusalén no dudan en preguntar al poder establecido. Cándidos e ingenuos estos Magos. Acostumbrados a mirar al cielo no sabían mucho de la tierra y sus intríngulis. La nueva estrella les había hablado del nacimiento de un rey, pero no había dicho nada, por lo visto, del que ahora se sienta en el trono, y que por conservarlo asesina incluso a su familia. Una estrella poco dada a reparar en detalles... Y los Magos escucharían complacidos la propuesta de aquel rey: que me digáis, cómo no, donde está ese Niño, que también yo quiero ir a adorarlo. Enternecedor, ¿verdad? Menos mal que a tontos no llegaban y creyeron a sus sueños cuando decían que no, que iba a ser mejor marcharse sin decirle a Herodes nada del Niño.

Y después de buscar y preguntar a quien no debían apareció de nuevo aquella estrella, que como guía no valía mucho, pues desaparecía cuando menos falta hacía, dejándolos empantanados y preguntándose si no sería todo una pesadilla. Estos magos sabían sin embargo, que aunque invisible a sus ojos, la estrella seguía alumbrando. Estaba allí. Y volvería a aparecer. Por eso continuaban sin que ninguna noche oscura fuera capaz de hacerles desistir. Hay que encontrar al pequeño rey, en ese pequeño país de los judíos. Y la estrella se posó sobre una casa. Fin del trayecto. Y al contemplar al Niño con su madre, un crío como tantos con una madre como tantas, vieron en él al rey de los judíos, al rey de todos los pueblos y naciones de la tierra que ya había llegado. Lo adoraron y se marcharon.

No consta que se plantearan quedarse allí para velar por él y protegerlo, para hacer valer los derechos reales del pequeño, para pedir prebendas y carteras. Llegaron y vieron. Hicieron lo que tenían que hacer y se fueron.
Pues era cierto. Una mano guiaba la historia de la humanidad. Y todo iba bien.

Queridos Magos, mandad, de vez en cuando, la estrella. Y vuestros ojos para verla. Y para verle. Gracias.