Génesis: El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo.
Romanos: Los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán y reinarán gracias a uno solo, Jesucristo.
Mateo: Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.
Romanos: Los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán y reinarán gracias a uno solo, Jesucristo.
Mateo: Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.
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Juan García Muñoz.
2 comentarios:
No creo que esto lo diga ningún especialista, pero a mí me parece que este evangelio se puso por escrito para que veamos hasta qué punto Dios, en Jesús, se hizo “uno de tantos”. Por mucha carga teológica que tenga queda claro, y no solo aquí sino también en otros pasajes evangélicos, que Jesús sufrió la tentación. Por eso puede ahora entendernos tan bien y fortalecernos en ella. Por eso su victoria es ya la nuestra.
En este pasaje aprendemos mucho sobre el tentador astuto y su manera de proceder. Primero: que es más listo que nosotros. Mejor no dialogar con él... Que se acerca en momentos de debilidad aprovechando que somos frágiles y vulnerables (y después de ayunar...) Que pone el dedo en la llaga, sabe cuál es nuestro tendón de Aquiles, lo que más apreciamos (si eres Hijo de Dios...) Que es adaptable y moldeable, de raza camaleónica, condescendiente, no se corta por nada a la hora de apropiarse nuestros mismos argumentos y razones para salirse con la suya (está escrito...) Y cita lo más sagrado con toda erudición. Conoce hasta los pasajes más bellos y poéticos (encargará a sus ángeles que cuiden de ti...) Tiene metas e ideas fijas: que olvidemos que Dios es la fuente de la vida y se ocupa de nosotros (di que estas piedras se conviertan en pan...) Que cedamos a nuestro deseo profundo de probar a Dios y su poder con hechos palpables y evidentes, magníficos y espectaculares (te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece...) Nos ofrece el poder y la gloria con todo descaro, abiertamente, como broche de oro. Sabe que es la mejor manera de destruirnos y de apartarnos de Dios (todo esto te daré...)
Jesús nos enseña a rechazar con firmeza al tentador (vete...) A descentrarnos de nosotros mismos y adorar al único que merece que rindamos ante Él nuestra mente y corazón, nuestro ser entero (al Señor tu Dios adorarás...)
Si caemos en la tentación (tomó del fruto, comió y ofreció a su marido...) acudamos a Él de todo corazón (misericordia, Dios mío, por tu bondad...) porque es nuestro compañero de camino y nos ama, porque valemos toda su sangre derramada. Y recordemos siempre, por bajo que caigamos, que “no hay proporción entre la culpa y el don, (...) entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno”. Lo dice Pablo, que sabía de qué hablaba.
PARA SER TENTADO
Tras el bautismo y ya presentado como mesías, Jesús tiene que afrontar la tentación. El evangelista no dice que sufrió la tentación sin más, sino que fue llevado al desierto -lugar tradicional de la prueba y el cambio interior- para ser tentado por el diablo. Es, por tanto, una prueba por la que tiene que pasar necesariamente. La pregunta es: ¿por qué? ¿qué necesidad había de ello? Evidentemente la experiencia de Jesús no tiene como objetivo comprobar su nivel moral. Más bien parece un recurso para mostrar al lector la solidez de su espíritu y la clara conciencia que tenía de su misión. Jesús sufrió la tentación para indicar, con su fidelidad, el camino de la vida en contraposición con Israel que, sometido a la misma prueba, sucumbió.
Pero de poco nos vale semejante ejemplo si antes no nos aclaramos sobre el significado de la tentación en sí misma. Para ello es necesario, ante todo, tener en cuenta que la tentación no es un medio utilizado por Dios para conocer lo que hay en el interior del corazón humano -“Tu escrutas los corazones” (Sal 7,10)-, sino que, al contrario, es un servicio divino por el que Dios nos enfrenta a nuestra propia verdad. No somos tentados para que Dios nos conozca, sino para que podamos conocernos a nosotros mismos. No vamos al médico para que sepa lo que tenemos, sino para que -con diversas pruebas- nos ayude a ver cómo estamos.
La tentación -como la crisis- es condición indispensable del crecimiento, porque ayuda al conocimiento de sí mismo, pone de relieve las debilidades, permite formular metas, baja los humos de la vanidad y humaniza a quien la sufre. Cuando en el Padrenuestro pedimos, no decimos “líbranos de la tentación” como cabría esperar, sino “no nos dejes sucumbir en la tentación”. La tentación -como el dolor- es una buena herramienta porque con ella se avanza rápido en el camino interior.
Vistas así las cosas, las tentaciones de Jesús nos parecen tres advertencias a sus seguidores: no se deben convertir las piedras -la dureza- de la vida en panes gratos al paladar, sino que es mucho más importante conocer la palabra -la voluntad- de Dios; no es bueno tentar a Dios asumiendo -imprudentemente- riesgos innecesarios, que Dios no está para corregir nuestras insensateces y, actuar de esa manera, no es confiar más en él, sino tomarlo de lazarillo; y -sobre todo- no hay que sucumbir ante los poderes de este mundo. Sólo Dios es dios. Lo que pasa de ahí es idolatría.
Añade Mateo que, superada la tentación, el diablo se retiró y entraron en escena los ángeles. Quien ha resistido la noche sin sucumbir, gozará de las alegrías del día. Jamás seremos tentados por encima de nuestras fuerzas: Dios quiere que vivamos.
FRANCISCO ECHEVARRÍA
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