Exodo: Danos agua de beber.
Romanos: El amor de Dios ha sido derramado en nosotros con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Juan: Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
Romanos: El amor de Dios ha sido derramado en nosotros con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Juan: Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
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Juan García Muñoz.
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LA FUENTE DE LA DICHA (Jn 4,5-42)
La charla de Jesús con la samaritana junto al pozo de Sicar no sería sorprendente si no fuera porque, en la mentalidad de su tiempo, hablar con una mujer se consideraba cosa impropia de un hombre de respeto y grave pérdida de tiempo. Mucho más tratándose de una samaritana. Por eso ella se sorprende de que un judío le dirija la palabra. Pero no era Jesús hombre de “buenas costumbres”, sino de respeto y preocupación por las personas. Ésa es la primera enseñanza del relato: importa la gente y no en general y en abstracto, sino cada individuo. El que habla a las multitudes, no tiene reparos en emplear su tiempo y dedicar su atención personal a quienes, casual o intencionadamente, le encuentran. Y es que, el verdadero humanismo no es filosofía de libros y altos pensamientos, sino asunto de relación con las personas concretas en su situación. Es fácil hablar del ser humano. Lo complejo -y lo importante- es tratar a cada uno como un ser humano.
Y la conversación mantenida es toda una lección de cómo habla un maestro. La mujer va por agua para calmar su sed. Para Jesús, esa sed es sólo el signo de una sed más profunda: el ansia de felicidad. A la mujer le hace ver su error: busca en el pozo, fuera de su hogar, lo que sólo puede encontrar entrando en su verdadero hogar y descubriendo la fuente que allí mana. Poco a poco va llevando su atención al interior, al corazón, para enfrentarla con su verdadera desdicha hasta hacerle comprender que sólo dentro de sí podrá encontrar lo que inútilmente busca fuera.
Aparte de otras lecturas -acertadas y tal vez más importantes-, ésta es -al menos yo así lo creo- una lectura de gran actualidad. Porque -en nuestra cultura y en nuestra sociedad- buscamos, como la mujer de Samaría, la felicidad donde no se encuentra y no la buscamos donde verdaderamente está. Nos proponen toda clase de pozos en los que calmar la sed y cada uno se nos presenta como el mejor. Con la ilusión de alcanzar por fin la dicha, probamos cada nueva propuesta y, tras un tiempo de creer que lo habíamos conseguido, aparece otra nueva que nos seduce con la propaganda y corremos tras ella.
Mirar dentro, oír el corazón, buscar en el alma la respuesta a las preguntas, adentrarse en la quietud del propio espíritu... ése es el camino que Jesús propone a la mujer. Ella se resistió pues no comprendía el mensaje del Nazareno. Pero se dejó guiar por aquella voz y vio de cerca su herida -la del sentimiento-. Y debió resultar bien el viaje hacia su propio corazón porque, dice el relato, que volvió a la vida dejando abandonado junto al pozo su cántaro. Descubrir la fuente de la dicha en el interior es lo único que puede hacernos verdaderamente felices. Tratar de calmar esa sed en pozos extraños sólo es una ilusión que se disuelve cada amanecer.
LA SAMARITANA
Esta historia es la de Jesús y una mujer, la de Dios y el hombre. La que tuvo lugar en aquel tiempo y se repite una y otra vez en el nuestro. Es la historia de un encuentro, el de Jesús y la samaritana, junto a un pozo con importantes resonancias religiosas. Ella acude con su cántaro a sacar agua, aunque sed no tiene mucha. Jesús, en cambio, cansado del camino, sí está sediento y tiene hambre. Sentado, espera.
Se acerca ahora una mujer. Con soltura y arremango, pues por su desparpajo para hablar y sus respuestas (no se corta un pelo) no da la impresión de una cándida doncella tímida y recatada. Estar sola, junto al pozo, con un perfecto desconocido, no parece asustarla mucho. Sí se asombra, y mucho, de que él, siendo judío, le dirija la palabra. Y se lo suelta. Que como es eso de hablarle a ella. Pues vaya novedad. Y Jesús entra a saco y ofrece a la mujer, de buenas a primeras, el don altísimo de Dios. Y pasa de expresar una necesidad elemental, un favor, a exhortar a la mujer a pedir ella el agua, pero ¿qué agua? Esta mujer no es tonta pero se encuentra en otra onda. ¿Se le puede reprochar? Solo venía al pozo a buscar agua, la de siempre. Y solo ha visto allí sentado a un judío cansado, sin cubo. Pero este hombre... habla de una manera... Y le habla a ella, la mira... y no como los otros. Y esa agua que le ofrece...
Algo tiene que haber para que la mujer no le tome por un pobre loco. Y entra en su dinámica. Vale. Me ofreces agua, un agua viva. Pero no tienes con qué sacarla. Mucho ofrecer es eso. Pues ¿quién te crees? ¿Más que nuestro padre Jacob? Estos judíos... Jesús habla con claridad del agua que le ofrece y puede dar. Es otra cosa. Se queda dentro de una y ahí, en lo profundo, no deja de manar, y hasta estalla en un surtidor que salta y da vida, vida eterna.
Ya está. Ahora sí, se ha encendido la sed en la samaritana. No entiende bien qué agua es esa, pero se ha despertado su deseo y además cree, ahora sí, que Jesús puede dar de lo que habla. Como una niña grande, ingenua, pide. Así no tendrá sed, ni habrá que ir al pozo a sacar agua. Pues es verdad. Lo dice este judío. Y Él la puede dar.
Jesús desciende ahora, devuelve a la mujer al plano de su realidad más inmediata. Brusco bajón. Estaba ella tan encandilada con el agua... Es muy escueta al describir su situación. Con las menos palabras posibles. Después de todo no tiene por qué contar su vida a nadie. Jesús pondera lo que dice, que no miente. Le hace de espejo y le devuelve toda la verdad desnuda. Y la conversación deriva ahora por otros derroteros. Mejor dejar el tema de su vida. Pero alguien que la conoce así tiene que ser un profeta, y compromete menos sacar a colación la disputa secular entre pueblos hermanos: que si nosotros damos culto aquí y vosotros allí. Y Jesús revela la naturaleza del verdadero culto, que no depende de un lugar determinado, ni está sujeto y condicionado por nada. Es más exigente porque implica autenticidad y es espiritual. El altar y el sacrificio, el sacerdocio y la adoración, están en el interior. Y la pureza del culto es una relación de amor, un bis a bis, un cara a cara entre mi yo y un tú. Jesús revela el verdadero culto, el que el Padre desea, y se revela a la mujer, sin condiciones: soy yo, el que habla contigo.
Continúa...
Continuación...
Aquí acaba la conversación. Llegan los discípulos que se extrañan de lo insólito de la escena. Y la mujer deja su cántaro en el suelo, y el agua que había venido a buscar en el pozo. Ya no le hace falta, aunque no lo sabe todavía, pero el surtidor del agua viva ya salta en su interior, y purifica, y sana, y la empuja...
Dice, cuenta, habla de tal manera que origina una peregrinación del pueblo camino del pozo. Y todos van sin cántaro en busca del agua. A lo mejor dos días después, cuando Jesús se fue de aquel lugar, la mujer volvió al pozo a buscar su cántaro, el que dejó allí olvidado. Lo llenó de agua antes de volver a casa. Dentro de sí bullía un manantial que nunca antes había estado allí. Y se sentía llena de vida, de una vida nueva, como si de repente la primavera le hubiera estallado dentro. Y todo porque un buen día, alrededor del mediodía, llegó cansada al pozo a buscar agua, como tantas veces. Con el alma vieja y la vida hecha jirones. Y no esperaba ni deseaba nada, ni estaba preparada ni dispuesta a nada. Solo quería llenar su cántaro de agua para volver a hacer lo mismo una y otra vez. Allí encontró a un judío que le pidió de beber, y que la cautivó con sus palabras, que no entendía, pero le hurgó en el alma, sin lastimarla, y la dejó curada. E hizo de ella un templo, el sitio donde mora Dios y se le rinde culto.
Sabemos desde entonces que Jesús, cuando se cansa, se sienta en el camino, espera una llegada y pide agua. Buen comienzo. Es todo lo que necesita para colarse en el alma y regarla.
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