4º Domingo de Cuaresma - A

sábado, 26 de marzo de 2011
3 Abril 2011

1 Samuel: David es ungido rey de Israel.
Efesios: Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Juan: Fue, se lavó y volvió con vista.

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Juan García Muñoz.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 26 marzo, 2011 17:51 dijo...

DE CIEGOS Y CEGUERAS (Jn 9,1-41)

El relato del ciego de nacimiento nos ofrece la oportunidad de reflexionar, una vez más, sobre las cegueras que padecemos los humanos. La primera es la de los discípulos de Jesús: ven la realidad a través de prejuicios, la interpretan a partir de presupuestos equivocados. Al ver la desgracia ajena, se preguntan qué pecado la ha ocasionado. Es como si el sufrimiento y el infortunio fuera siempre un castigo. Dado que Dios es justo, la responsabilidad tiene que ser necesariamente humana. Jesús rechaza ese planteamiento y viene a decir que no se puede salvar el honor de Dios a costa del honor del hombre. La desgracia es consecuencia de la limitación humana y, si se mira con ojos de fe, puede verse en él una ocasión de misericordia.
Luego está la ceguera del ciego: está atrapado en sus propias tinieblas interiores. Es la ceguera de la víctima y consiste en que se le impone algún tipo de mal o de maldad y se le impide ver la realidad con objetividad. En estos casos es necesaria una ayuda adecuada que arranque la venda de los ojos, cosa que no es posible sin comprometerse, sin mancharse los dedos de barro.
La tercera ceguera es la de los fariseos. Es la más terrible porque quien la padece no es consciente de ella. Son videntes ciegos que niegan la realidad cuando las cosas no se adecuan a su mentalidad o a sus intereses. Si se encuentran con el milagro, buscarán un diablo al que atribuírselo con tal de no revisar sus planteamientos. Y es que la ceguera de la mente es muy difícil de reconocer y de curar. Y lo que es peor: para justificarse ante sí mismos pretenden imponerla a los demás. Es la postura del fanático que siempre trasluce una radical inseguridad. Los hombres verdaderamente convencidos proponen su pensamiento, mientras que los que dudan de sus propias convicciones tratan de imponerlo. Por eso es tan descorazonadora la figura de un hombre insultando, despreciando o atacando a quien piensa, siente o vive de otra manera.
La cuarta ceguera es la de los familiares. No quieren complicaciones y, por eso, ante la evidencia evitan tomar postura. Es la ceguera que brota del miedo e impide el compromiso. Para estos ciegos vale más la propia seguridad y los propios intereses que la verdad por muy clara que ésta sea. Prefieren vivir instalados en su mediocridad ignorando que sólo la verdad libera del miedo.
Frente a estas cuatro cegueras está la luz que viene de lo alto y disipa las tinieblas que bloquean al hombre. Como el agua de la samaritana, esa luz se instala en el interior y da brillo a todo el ser. No pierdo la esperanza de que pronto amanezca un mundo libre de cegueras, con hombres de mente abierta, tolerante y respetuosa, donde las diferencias sean riqueza y no peligro y la diversidad, el único modo de ver la realidad completa.

Maite at: 30 marzo, 2011 12:20 dijo...

Contemplamos una escena rocambolesca, donde se enfrentan la luz y las tinieblas, la inocencia y el pecado, el bien y el mal, la valentía y la cobardía, la transparencia y la opacidad, la verdad y la mentira. Somos espectadores privilegiados y, muchas veces, actores en la misma representación.

La visión de un ciego de nacimiento despierta en los discípulos una pregunta de sorprendente y repentino interés teológico. Hay que buscar culpables y causantes de la desgracia ajena. Jesús, en cambio, tiene la ocasión de hacer las obras del que le ha enviado y manifestarse como luz del mundo de una manera inteligible para todos. Por eso cura la ceguera de este hombre, que aún no tiene voz y no ha pedido su curación, ni ha salido al encuentro de Jesús. Era ciego de nacimiento, nunca había visto la luz ni conocido otra realidad fuera de la más negra oscuridad. Y llegado a la adultez su única forma de vida se reducía a pedir limosna, de modo que su patética imagen de mendigo ciego era conocida y familiar a muchos.

Para devolverle la vista Jesús se sirve de todo un ritual de gestos que recuerdan el día de la creación del hombre como se nos narra en el Génesis. El ciego de nacimiento que desconocía la luz, la forma y el tamaño de las cosas, su imagen y apariencia, su color, acaba de volver a nacer a un mundo de rostros y figuras que no existían para él. Y ante el estupor de todos pone de relieve, sin querer, que la oscuridad en que se hallaba nunca había penetrado en su alma. Ante las dudas de los demás responde con claridad: soy yo.

Comienza a ser interrogado y a sufrir en carne propia lo que significa ser devuelto a la luz y aliarse con ella. Describe con sencillez y sobriedad lo que Jesús ha hecho con él y como. No sabe donde está Él ahora. Pero era sábado, mal día para dedicarse a trabajar un poco de barro, ponérselo a uno en los ojos y devolver la vista. Como si Jesús no fuera capaz de hacerlo sin pasarse tres pueblos quebrantando la Ley.

El que había sido ciego es llevado, como una rara avis, ante los fariseos. Los más iluminados en materia religiosa. Y asiste, sorprendido, al debate suscitado por ellos sobre Jesús, el trasgresor del sábado. ¿Como puede uno hacer el bien obrando mal? Y se descubre que Jesús ha hecho algo más que infringir el sábado y devolver la vista a un ciego. Queda patente a los ojos de todos la ceguera de los fariseos que se niegan a creer, a ver, que aquel ciego lo había sido de verdad.

Continua...

Maite at: 30 marzo, 2011 12:22 dijo...

Continuación

Empieza así una representación dantesca. Que hay que llamar a sus padres. Alguien tiene que dar fe de la identidad de este que se decía ciego y ahora ve. El miedo más negro atenaza a estos padres y les roba la alegría por la curación de un hijo que nació sin ver, y su intervención en el asunto resulta bochornosa y cobarde.

Al ciego de nacimiento debía llamársele “el del alma clara”. Hasta la fecha tan solo había sido un pobre y oscuro mendigo, fruto del pecado y pecador. Devuelto a la luz se convierte en una marioneta en manos de los poderosos de turno, llevada de acá para allá, con el objeto de desacreditar a Jesús y su obra. Pero no se marea ni confunde. No tiene miedo, y hasta se permite ser irónico ante sus jueces y pincharles donde les duele. Se puede ser ciego sin ser tonto. La luz brillaba desde siempre en su corazón. Eran sus ojos los que carecían de ella. Los fariseos, en cambio, estuvieron siempre envueltos en oscuridad, por dentro y por fuera. No pueden, no quieren ver, y sus obras son las de las tinieblas.

Y le replican como solo saben hacerlo, insultando y humillando, y haciendo daño: le expulsan de la sinagoga, que era algo así como nombrarlo leproso en medio del pueblo. Aún peor que ser ciego de nacimiento y mendigo. Ante esto Jesús aparece de nuevo a su lado. Tampoco esta vez le ha llamado. Pero Él tenía que completar su obra de salvación con este hombre fiel. Y añadiendo luz a la luz le otorga el don de la fe. Toda su existencia ha quedado ya iluminada. Todo su ser. Jesús ha llevado a cabo la creación de un hombre nuevo, digno y libre. Un hijo de la luz.