3º Domingo de Pascua - A

viernes, 29 de abril de 2011
8 Mayo 2011

Hechos: No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio.
1 Pedro: Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloria.
Lucas: Emaús. Lo reconocieron al partir el pan.

Descargar 3º Domingo de Pascua - A.

Juan García Muñoz.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 29 abril, 2011 13:23 dijo...

LA LÍNEA DEL HORIZONTE (Lc 24,13-35)

Uno de los encuentros más sugerentes de Jesús resucitado es el que tuvo lugar con los que caminaban a Emaús. Fue, para san Lucas, el más importante. Como a muchos cristianos de nuestro tiempo, a estos dos, Jesús les había decepcionado. Esperaban que fuera el libertador de Israel -por eso lo habían seguido-, pero su muerte -humillante- les había abierto los ojos. Cuando oyeron hablar de la resurrección -de lo sobrenatural y maravilloso- pusieron tierra por medio. No estaban los ánimos para esas fantasías. Su problema era que habían seguido a Jesús, no para conocer su mensaje y acoger su propuesta, sino porque servía a sus intereses. Como ellos, hoy muchos cristianos, metidos de lleno en el mundo -lo cual no está mal-, han perdido de vista la meta -lo cual no está bien-. Quisieran que las cosas -las del mundo y las de la Iglesia, las sociales, las políticas y las económicas- fueran según ellos creen y, dado que no es así, prefieren abandonarse a la decepción porque el mundo no es perfecto.

En estos casos falla el realismo y la esperanza. Falla el realismo porque necesariamente cada ser humano vive en un tiempo y en un lugar determinado. Sería maravilloso que todo funcionara a la perfección, pero no es así. Replegarse en sí mismo es vivir en el tiempo o en el lugar equivocado y nada remedia el huir. Y falla la esperanza porque, además de no gustar las cosas, se piensa que no tienen remedio. Sin sentido de la realidad y sin esperanza ¿para qué luchar? ¿para qué esforzarse en cambiar el mundo? En el fondo el desánimo no es sino la justificación de la falta de compromiso, lo cual -por otra parte- resulta bastante cómodo. Los cristianos del desaliento no han perdido la fe, pero la han desactivado, la han dejado en el desván, donde se guardan las cosas que ya no hacen falta, pero que da pena tirarlas porque están llenas de recuerdos agradables.

La solución es dejar que el resucitado nos abra los ojos. Y para ello sólo hay un camino: profundizar en las Escrituras y leer los signos de los tiempos. Fue así como Jesús curó de la ceguera a sus discípulos. Leer y ahondar en las Escrituras es conocer el pensamiento de Dios; leer los signos de los tiempos es conocer la realidad de los hombres. El secreto -la habilidad- es unir ambos extremos. En ello está la salvación. Cuando desaparece uno de ellos, termina cayendo también el otro. Para el pensamiento cristiano no es posible conocer el misterio de Dios sin profundizar en el misterio del hombre, ni es posible descifrar el misterio del hombre sin contemplarlo a la luz del misterio de Dios. Pero no todo el mundo entiende esto: unos porque sólo miran al cielo y otros porque sólo miran a la tierra. Faltan quienes miren a la línea del horizonte donde se tocan el cielo y la tierra.

Paco Echevarría

Maite at: 03 mayo, 2011 23:10 dijo...

El primer día de la semana pasaron muchas cosas. Dos discípulos de Jesús se alejan de Jerusalén camino de Emaús. Llevan impresos en el alma los sucesos de esos días y hablan de ellos entre sí. Tienen grabada en la retina la imagen de Jesús crucificado y la esperanza hecha jirones. Sus pasos se encaminan a Emaús, pero por dentro están sin norte y han perdido el rumbo. Van desgranando al caminar desilusiones, sueños rotos. Hasta que se acerca un caminante y se une a ellos. No saben que es Jesús. Él fue crucificado y está muerto.

El forastero les pregunta: que a ver qué es eso que les trae tan enfrascados y, sorprendidos, se detienen. ¿Es posible que alguien que ha estado en Jerusalén no sepa nada de lo que ha pasado en la ciudad, que ha conmocionado a todos? Han sido horas de acontecimientos confusos, de prendimientos, interrogatorios y juicios, de sangre y muerte de reos. Pero Jesús... Ellos esperaban tanto... Un libertador, profeta poderoso. Y todo acabó. Más vale volver a Emaús donde la vida transcurría sin pasión antes de que Jesús diera un sentido nuevo a todo y prendiera el fuego en ellos. Pero la hoguera se apagó. Murió el que los incendió. Y se han quedado huérfanos, solos y fríos. Sí, más vale volver a Emaús, a la pequeña seguridad. Hay que dejar de soñar.

Y el forastero habla. Increpa con pasión, con vehemencia, y explica. Nadie se lo ha pedido. Era un oscuro caminante que se hizo encontradizo y preguntó. Ahora va hilvanando retazos de Escritura y se dibuja, clara y limpia, una figura: la del Mesías. Con trazos poderosos perfila rasgos conocidos y evoca en sus entrañas gestos, hechos y palabras que les suenan familiares, que han vivido.

Y aquel par de corazones, cansados y perdidos, sienten que el fuego antiguo de nuevo se ha encendido y vuelve a arder dentro, como entonces... Por eso cuando cae la tarde no pueden dejar marchar al forastero. Sentados en la mesa él parte el pan. Ahora sí le ven, al compañero de camino improvisado, pero ¡si es él!, el que murió crucificado. Era verdad lo que decían las mujeres. Y emprenden el camino de regreso. Ya es tarde, pero hay que volver a Jerusalén, con todos. Allí está su sitio.

Cuando el cansancio y la tristeza anidan en nuestra alma, cuando parece que ya no queda nada, que todo está perdido, emprendamos el camino, mejor con un amigo, un compañero de sueños. Tal vez al hilo de nuestro compartir Jesús se haga el encontradizo. Explícanos, Señor, las Escrituras, que nos revelan toda tu ternura. Quédate, porque atardece, y parte el pan para reconocerte. Enciende nuestro corazón y que podamos verte, a Ti, que vives; más fuerte que la muerte.

Anónimo at: 05 mayo, 2011 20:27 dijo...

Llama la atención, como decía un sacerdote, no yo, Dios me libre, que había que tener en cuenta dos circunstancias: una primera, que no le reconocieron y una segunda que lo reconocieron
La primera, quizas por la decepción como dice el P Echevarria y la segunda, porque vieron "gestos propios de Jesús"
Estos gestos, miremos los Evangelios, son los que tenemos que tener para que otros reconozcan a Jesús, en nosotros.