Deuteronomio: Te alimentó con el maná que tú no conocías ni conocieron tus padres.
1 Corintios: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.
Juan: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
1 Corintios: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.
Juan: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
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Juan García Muñoz.
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EL PAN DE LA VERDAD (Jn 6,51-58)
Son dos los días en que la Iglesia celebra de modo especial la Eucaristía: el Jueves Santo, que conmemora la institución de la misma, y la fiesta del Corpus, centrada en el misterio de la presencia de Jesús. Este año se nos lee un fragmento del discurso del pan de vida pronunciado por Jesús después de la multiplicación de los panes. La gente lo había visto resolver sus problemas y consideró que era el líder que necesitaban, así que decidieron elegirlo rey. Pero no eran esos los planes de Jesús. Por eso se quitó de enmedio. Cuando dieron con él, les habló muy claro: “El pan que yo puedo daros -vino a decirles- es el pan del cielo, la vida para siempre. Para eso es necesario comer mi carne, compartir mi vida, asumir mis ideales. Pero no es eso lo que vosotros queréis”. La reacción de la gente fue abandonarlo. Sólo quedaron los Doce.
Fue un momento importante en el ministerio de Jesús. Hasta entonces la gente lo buscaba por su poder. Cuando empieza a plantear exigencias desde su mensaje, le dan la espalda. La pregunta que la Iglesia ha de hacerse en cada momento es: ¿De qué se trata: de tener a las masas con nosotros o de predicar el evangelio de Jesús, aunque eso signifique quedarse en cuadro? Viendo el modo de actuar de Jesús, la respuesta parece evidente. Y es que, a diferencia de quienes fundamentan su poder en los votos, la Iglesia tiene una misión que ha de cumplir a tiempo y a destiempo, con el viento a favor y en contra. Adaptar el mensaje a las conveniencias de cada tiempo y grupo con tal de que se queden es ser infiel a su Señor y al pueblo que pretende conservar. La demagogia queda para quienes buscan estar siempre en la cresta de la ola a costa de lo que sea, no para quienes tienen la misión de navegar por los mares del mundo.
El compromiso de la Iglesia y de cada creyente es con la verdad, porque sólo ella libera y salva. Su tentación es adorar los poderes de este mundo y sacrificar la verdad en el altar del éxito y la popularidad. No está en mundo para que la quieran, la valoren y la admiren, sino para que la oigan cuando anuncia el mensaje de Jesús. Ése es el verdadero servicio y bien que puede hacer a la humanidad. Puede que al principio muchos la abandonen, también dejaron a Jesús y ¡eso que hacía milagros!, pero ella no puede abandonar su misión.
Cuando la Eucaristía pasee por nuestras calles, tendremos que preguntarnos si el paso de Jesús-Eucaristía por la ciudad significa la acogida de su palabra en los corazones de quienes acuden a contemplarlo; si celebramos su presencia y la vigencia de su mensaje o, por el contrario, todo es ausencia. Sólo el pan de la vida da vida al mundo. Si la Iglesia lo olvida, pierde su razón de ser.
Lo de la Eucaristía es algo así como el más difícil todavía. Si ya cuesta aceptar que Dios es uno y trino, no facilita mucho las cosas que nos dé a comer su cuerpo y a beber su sangre. Que se preste a ser traído de acá para allá y encerrado en un sagrario, más menos bonito, y más o menos acompañado. Otra cosa es entender el por qué y el para qué.
En sus motivos Dios no es original. La razón de que haga o deje de hacer algo siempre es la misma: el amor. Y amor hasta el extremo, hasta la locura. Si ya la Encarnación era kénosis, abajamiento, despojarse de la condición divina, la Eucaristía llega al colmo. Es poner su tienda entre nosotros hasta el fin del mundo. Es presencia dulce y suave que se ofrece, que acompaña. Es comida y bebida que alimenta, que sacia. Es comunión que aglutina, y reto, desafío y compromiso para quienes celebramos y compartimos lo mismo: pan partido y repartido, vino generoso derramado.
Hubo uno, gran poeta español, que rondaba la puerta del santo costado de Jesús, y puso estas palabras en su boca haciéndose eco de lo que encontró en el corazón del Maestro:
Oveja perdida, ven sobre mis hombros, que hoy no solo tu pastor soy sino tu pasto también.
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