Éxodo: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso.
2 Corintios: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Juan: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
2 Corintios: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Juan: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
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Juan García Muñoz.
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DIOS Y EL HOMBRE (Jn 3,16-18)
Hay un saber, un conocimiento de la realidad, que parte de los datos ofrecidos por los sentidos y sacados de la experiencia. Se le suele llamar saber científico y, para muchos, es el único saber auténtico y fiable. Todo lo demás, según ellos, es o filosofía o fantasía. Sin negar el valor del saber científico, pienso yo, y es una opinión tan legítima como las demás, que hay otras fuentes de conocimiento que no podemos ignorar ni despreciar. La historia de la ciencia es la historia de una continua rectificación. Cuando se niega a rectificar en base a nuevos datos se convierte en dogmática. La astrofísica está revolucionando la idea que teníamos del origen y la estructura del universo; la paleontología nos obliga a revisar la historia de la evolución humana; la arqueología, la genética, etc. con cada nuevo descubrimiento corrigen al saber científico. El cambio es inherente a la ciencia. Hablar de pensamiento científico es hablar necesariamente de la visión de la realidad propia de un tiempo determinado, distinta de lo que fue en el pasado y distinta de lo que nos depara el futuro. Decir que el único saber fiable y legítimo es el saber científico es, en el fondo, una contradicción.
Todo esto me viene al pensamiento al hilo de la idea de Dios. El científico piensa, y no es equivocado, que no puede recurrir a él a la hora de explicar la realidad, por ser eso más propio de la mitología y de la religión. Lo cual no significa que, desde la ciencia, se pueda negar su existencia. La idea de Dios pertenece a otra esfera del saber, tan legítima y necesaria como la del saber científico: la que busca más allá del dato que ofrecen los sentidos. Es cierto que la realidad de Dios siempre será mayor que la idea de Dios que el hombre tiene y que, por tanto, nadie puede pretender conocerlo absolutamente. Por eso es el Innombrable. Y el cristianismo no es una excepción.
Lo cierto es que la Biblia nos dice de Dios, no lo que necesitamos saber de él, sino lo que necesitamos saber de él para conocernos a nosotros mismos. Cuando dice que el hombre ha sido creado a su imagen y semejanza, se establece un principio: el hombre sólo puede comprenderse a sí mismo si se mira en Dios. Y cuando dice que Dios es amor, no está definiendo la esencia de Dios, sino la esencia del hombre: sólo llegará a ser él mismo cuando descubra que su ser más profundo es el amor.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todos los que creen en él tengan vida eterna”. Esta es la clave del pensamiento cristiano sobre Dios y la clave de la antropología cristiana. Dios es amor que ama y, por ello, salva. El hombre sólo se salva siendo amor y amando. La ciencia puede no entender este lenguaje, pero eso no significa que éste sea un lenguaje superfluo.
Intentar comprender que Dios es Trinidad es como querer meter el mar en un agujero en la arena - de eso sabía algo San Agustín -, y perder el tiempo, tan necesario para otras cosas. Por ejemplo para contemplar el misterio, vivirlo y gozarlo.
Contemplar que nuestro Dios no es alguien solitario, sino un amor tan fuerte que engendra un Hijo. Tan potente, que al circular entre los dos, surge el Espíritu. Tan desbordante que se derrama sobre todo el mundo creado y lo que contiene. Tan entrañable y personal que se entrega y se inmola por cada uno de nosotros, para llenarnos de vida, para nuestra salvación y liberación.
Vivirlo y gozarlo porque ese Dios-Amor inmenso no se queda en su cielo, absorto en esa espiral de amar y ser amado. Establece su morada en el corazón de cada bautizado y ahí tiene sus delicias. Por eso no hay que ir muy lejos a buscarlo, basta con emprender un viaje hacia nuestro interior y una vez allí entretenerse con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Hallaremos ahí un amigo, un apoyo y consuelo, la fuerza y la luz, y el sentido y la orientación de la aventura de nuestra vida. Un Amor que nos arropa, nos envuelve y sostiene, nos empuja y alienta.
Podemos pasar toda una vida añorándolo y buscando donde no está, sin poder jamás imaginarlo o inventarlo. Como dijo el poeta:
Gocémonos, Amado (...) entremos más adentro en la espesura.
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