15º Domingo Ordinario - A

lunes, 4 de julio de 2011
10 Julio 2011

Isaías: La lluvia hace germinar la tierra.
Romanos: La creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios.
Mateo: Salió el sembrador a sembrar.

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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 04 julio, 2011 17:24 dijo...

EL ÉXITO Y EL FRACASO (Mt 13,1-23)

Durante tres domingos se leerán las parábolas sobre el Reino pronunciadas por Jesús. La primera de ellas -la de la semilla- va seguida de su explicación. Y, al margen del sentido de la misma, hay un hecho que sorprende tratándose de la obra de Dios, porque él es el sembrador. El hecho a que me refiero es que la siembra se pierde en tres ocasiones. Sólo una vez fructifica y con un resultado desigual. Este dato sólo se entiende desde el modo de sembrar de aquel tiempo. Abandonada la tierra tras la cosecha, era atravesada por los caminantes que la endurecían con sus pisadas, creando caminos temporales; en otros lugares crecían malas hiervas -ya se sabe lo persistentes que son-; y siempre había un sitio hacia el que el labrador arrojaba las piedras que encontraba. Cuando llegaba la época de la sementera, el campesino arrojaba la semilla sobre la tierra y luego la araba para así enterrarla. La que caía sobre el camino servía de alimento a los pájaros; el grano que caía entre las malas hiervas quedaba ahogado y el que caía en la parte pedregosa no llegaba a consolidarse. El resto fructificaba según la riqueza de la tierra.
Tal vez el sentido primero de la parábola no sean las diferentes actitudes ante el anuncio, ni siquiera las diversas respuestas. Tal vez sea cómo se dan juntos el fracaso y el éxito. Más aún: cómo el fracaso supera al éxito, porque tres veces se pierde la semilla y sólo una fructifica. Siendo así que hemos montado la vida sobre la necesidad del éxito en sus tres manifestaciones -dinero, prestigio y poder-, es bueno meditar sobre este asunto para reconducir las cosas y evitar así no pocas frustraciones y desengaños. Hace 24 siglos, un sabio israelita, meditando sobre la lucha del hombre por lograr todas sus aspiraciones, llegaba a esta conclusión: “¡Todo es vanidad!”.
Desde este punto de vista la parábola es iluminadora del momento presente. Hay quienes entienden la vida como una lucha sin tregua para lograr todas las metas y satisfacer todos los deseos. Son personas sin interior. Han endurecido sus sentimientos como la tierra del camino. Jamás llegan a acoger una palabra distinta de sus intereses. Otros conservan algo de interioridad, pero su corazón es demasiado débil e inconstante y se cansan. No soportan la dificultad ni entienden la exigencia. Luego están los que no tienen tiempo para ocuparse de su vacío interior porque viven absortos con lo que ocurre a su alrededor. Algunos incluso se han comprometido en la transformación del mundo, si bien, a veces, esa lucha responde más a la necesidad de escapar de sí mismos que de mejorar la realidad. Todo esto es vanidad. Los únicos que fructifican y dan grano para alimentar a los hombres son aquellos que tienen una gran riqueza interior -son buena tierra- y, con pocos medios, proporcionan a los demás grandes remedios. En otro lugar Jesús lo dice de esta manera: “El árbol bueno da buen fruto; el dañado, frutos malos”.

Maite at: 06 julio, 2011 11:24 dijo...

Mi tierra tiene un sembrador, y cuando llega el tiempo oportuno sale a sembrar su semilla. Mi tierra no es mala, pero sí desigual, y no siempre ni en todas sus partes recibe la semilla de modo que pueda fructificar. Hay en ella zonas al borde del camino, y la semilla que cae queda a merced de cualquiera que pasa, y la pisa o se la lleva. Hay terreno pedregoso donde la semilla brota pronto, pero sin raíz, y cualquier inclemencia del tiempo la seca. Y hay zarzas en mi tierra que ahogan la semilla y la dejan estéril.

Voy a trabajar los bordes del camino para que nadie pise ni se lleve la semilla que siembra en mi tierra el sembrador. Voy a quitar las piedras que no la dejan echar raíz. Voy a limpiar mi tierra de zarzas que la impiden cobijar en sí a la semilla para que dé fruto.

Pero por encima de todo quiero amar al sembrador y su semilla. Quiero que mi tierra aguarde su llegada como una esposa abierta y fértil, que reciba agradecida sus pisadas y que acoja lo que siembra a manos llenas. Que dé fruto que responda a su desvelo, no como un trabajo, ni por obligación, sino dejando germinar la semilla, que está viva y es capaz de hacer que brote en mi tierra lo mejor.

Tengo una tierra que cuidar, mi tierra tiene un sembrador.