1 Reyes: Pediste discernimiento.
Romanos: Nos predestinó a ser imagen de su Hijo.
Mateo: Vende todo lo que tienes y compra el campo.
Romanos: Nos predestinó a ser imagen de su Hijo.
Mateo: Vende todo lo que tienes y compra el campo.
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Juan García Muñoz.
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EL TESORO Y LA PERLA (Mt 13,44-52)
En la vida hay búsquedas y descubrimientos. La búsqueda es interesada, está centrada en algo que se aprecia y requiere esfuerzo y disciplina. El descubrimiento es casual, un golpe de suerte, una sorpresa. Jesús, para hablar de los valores del Reino, recurre a lo segundo. Y lo hace porque no se alcanza el Reino de los Cielos con el esfuerzo humano, sino con el beneplácito divino, pues nadie puede merecer bienes eternos. Esto es lo que Jesús explica en estas parábolas.
La primera habla de un tesoro oculto. Arranca de un género literario frecuente en la antigüedad. En tiempos de falta de garantías, era habitual que un hombre, para asegurar su futuro, enterrara en un lugar secreto los ahorros de su vida. Si moría de modo imprevisto -cosa no rara-, se llevaba el secreto a la tumba. Esta costumbre dio origen a leyendas de fabulosos tesoros descubiertos por gente humilde. Jesús se sirve de ellas para explicar que encontrarse con el Reino de Dios es como si un asalariado, trabajando la tierra, halla un tesoro. Lleno de alegría, vende todo lo que tiene para comprar la tierra y quedarse con el tesoro. La primera reacción del hombre es la alegría, el gozo por la suerte que ha tenido; la segunda es el desprendimiento, la renuncia a todo, el abandono de todo aquello que hasta ahora parecía importante en su vida. No es renuncia a medias, sino completa. Los bienes efímeros sólo tienen valor si con ellos se consiguen bienes imperecederos. Lo que uno tiene, por mucho que sea, se vuelve insignificante en comparación con aquello que tiene verdadero valor y por lo que merece la pena vivir. Lo otro es necedad y engaño de sí mismo.
La segunda parábola -la de la perla- viene a significar lo mismo, sólo que en este caso, el hombre está dedicado al quehacer de comprar y vender piedras preciosas. Cuando se encuentra con una verdadera joya, se da cuenta de que aquello que él valoraba no era sino bisutería y bajaratijas. No se trata ya de un hombre que, enfrascado en sus tareas, encuentra un día la verdad y se deja seducir por ella. Estamos ante un hombre que busca la verdad, pero sólo ha encontrado verdades a medias. La reacción es la misma que el anterior: da todo lo que tiene a cambio de lo que encuentra.
Unos acceden a la verdad desde el quehacer ordinario; otros, desde la búsqueda. Cuando la encuentran, los primeros se llenan de alegría por la sorpresa que produce el bien descubierto, mientras que los segundos, se llenan de satisfacción por la seguridad de haber logrado al fin su meta. Unos y otros toman la decisión de su vida: darlo todo para alcanzar el Todo. Cuando Jesús dice al joven rico: “Vende lo que tienes y dalo a los pobres para tener un tesoro en el cielo” está hablando de lo mismo. El pueblo lo dice de otra manera: “No se puede nadar y guardar la ropa”. El que no renuncia a lo que tiene no puede nadar en la libertad.
Solemos pensar que en el seguimiento de Jesús primero hay que practicar la renuncia, el despojo, es decir, la ascesis; y que solo después, en consecuencia, se nos dará la gracia, y con ella la mística. Primero trabajo, lucha; después premio. Ascética y mística, por este orden. Pero las palabras de Jesús nos enseñan que es al revés. Primero mística, experiencia de Dios, encuentro con Él: con sus ojos que me miran, con sus manos que me tocan, su palabra, que hace arder mi corazón. Después ascética, renuncia y lucha por Él.
A nadie se le puede pedir que renuncie a un amor, por pequeño que sea, en su vida, si no se le da otro mayor. Cualquiera distinguimos un tesoro, por escondido que esté, y una perla preciosa, del oropel y las baratijas. Y si encontramos una de estas dos cosas seremos capaces de renunciar a lo que sea, de vender todo lo que tenemos, por poseerlas.
Quien se encuentra con Jesús descubre en Él el tesoro escondido y la perla preciosa por los que merece la pena dejar todo lo demás. Pero no tiene ningún sentido despojarse de algo o renunciar a lo poco que se tiene por una idea sobre Él o por lo que de Él me cuentan. Si así fuera mi renuncia y mi despojo me dejarían vacía y desgarrada por dentro, y quedarme instalada en la amargura sería solo cuestión de tiempo.
Pero encontrar un tesoro escondido, una perla preciosa, un amor más grande y fuerte que yo; ser alcanzada, cogida y penetrada hasta los tuétanos por él, eso es enamorarse. Y acogerlo y entregarse a él supone, necesariamente, renunciar a otros amores. Vender todo lo que se tiene, que es nada en su comparación, para comprarlo, no supone una ruptura desgarradora, y si es así, se asume como un dejar caer el lastre que impide emprender el vuelo, raudo y veloz, que me lleva a mi amor. Solo él me saca de mí para ver con claridad lo que me sobra, lo que he de dejar para quedarme con mi tesoro escondido y mi perla preciosa.
Hay un encuentro arrebatador. Una pasión de por vida. Hay un tesoro, y de él se prendó mi corazón. Solo eso quiero, y entero. Ha llegado el momento de vender, para comprarlo, todo lo que tengo. Porque lo quiero.
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