MARCOS 9,1-9: La transfiguración o la confirmación del padre.
Descargar 2º Domingo de Cuaresma - B.Juan García Muñoz.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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Qué bien se está aquí, exclama Pedro, y nosotros con él, en el silencio y la paz de la oración. Qué bien se está a solas con Jesús, contemplando al Hijo de Dios en el esplendor de su gloria; olvidando por unos instantes el suelo que pisamos y el barro que ensucia nuestros pies.
El día a día del orante, sin embargo, no se parece mucho a la experiencia del Tabor, y tiene más de la cierva que busca corrientes de agua, del salmista que oye en su corazón el clamor por ver el rostro de Dios. Cuando el deseo quema y es purificado en el crisol de la humildad, del andar en verdad, ese rostro amado, ansiado y buscado, se encuentra, poco a poco, en todas las cosas, de modo especial en las personas rotas. Y aparece tanto más hermoso cuanto más velado.
El día a día del orante tiene mucho que ver con subir al monte y bajar de él. Con buscar y recibir consuelo, aliento y apoyo, en el encuentro cara a cara con Él, y retomar después entre las manos la lucha cotidiana con sus retos y desafíos, con sus incertidumbres y oscuridad.
El Tabor nos recuerda que orar y contemplar a Dios no es compatible con dormirse en los laureles. En la ladera nos espera Jesús solo, sin resplandor y camino de la cruz. Él es el Hijo amado. Pongamos nuestro gozo en escucharle.
LOS TRANFIGURADOS (Mc 9,1-9)
Al comienzo del viaje a Jerusalén que le condujo a la muerte, Jesús preguntó a sus discípulos qué pensaban de él. Pedro, en nombre de todos, respondió que lo consideraban el mesías. Acto seguido, Jesús, sin negarlo, anunció el destino que le esperaba en Jerusalén. Es como si les estuviera diciendo: “Efectivamente: soy el mesías, pero no el tipo de mesías que a vosotros os interesa”. Inmediatamente después, el evangelista san Marcos relata la transfiguración, en la que Pedro, Santiago y Juan, pudieron contemplar el otro ser de Jesús.
Uno de los misterios fundamentales del cristianismo es la Encarnación. Lo nuclear de ese misterio es que Dios se acerca al ser humano asumiendo la condición de éste, lo cual implica dos cosas: que la salvación no es un movimiento del hombre hacia Dios -como si fuera posible alcanzar la esfera de la divinidad (así se describe la naturaleza del pecado en Adán y en Babel)-, sino que se trata de un movimiento de Dios hacia el hombre (es, por tanto, un gesto de generosidad); y que el encuentro con Dios sólo es posible en lo humano.
Desde esto se entiende por qué Jesús, en la cena, cuando da el precepto nuevo y definitivo, en lugar de decir “Amaréis a Dios con todo el corazón y os ameréis unos a unos como yo os he amado”, se limite a recoger sólo lo segundo silenciando el precepto del amor a Dios. A partir de ese momento no cabe que pueda separarse la vida religiosa y la moral, el culto y la justicia, la religión y la fraternidad. Jesús viene a decir sólo es posible amar a Dios amando al hermano. San Juan dirá más tarde que miente el que dice amar a Dios -a quien no ve- si no ama al hermano -a quien ve-.
Sobre el monte Tabor, los discípulos pudieron ver la divinidad de Jesús a través de su humanidad. En la vida diaria, el cristiano ha de ser capaz de ver a Dios en el otro, sobre todo en el que sufre. Esto sólo es posible mirando más allá de la apariencia, del aspecto, de la imagen que las personas presentan. En cada ser humano el cristiano ha de encontrar el misterio de un Dios encarnado, sobre todo en aquellos que viven el calvario cada día.
Cuando se olvida esto, la religión se convierte en una fantasía espiritual donde lo externo, lo espectacular, lo grandioso, el prestigio social o el poder pasan a ocupar los primeros lugares en la jerarquía de valores; y la caridad, la solidaridad y el servicio a los desheredados del mundo se convierte en una molestia inevitable a la que se dan sólo respuestas de compromiso y de mínimos. Jesús de Nazaret -que se transfiguró a los ojos de sus discípulos en el monte Tabor ocultando su humanidad y mostrando su divinidad- se sigue transfigurando en cada ser humano ocultando su divinidad y mostrando su humanidad y nos advierte: “Lo que hicisteis a uno de éstos, a mí me lo hicisteis”.
Paco Echevarría
Hoy, el tema de la Transfiguración me ha hecho recordar una experiencia personal vivida hace unas semanas en un acto de mi parroquia, se presentaba el “Plan diocesano de pastoral 2011-2014”. El ponente, al finalizar su exposición, abrió el debate a los asistentes, pertenecíamos a varios pueblos. Opté por escuchar debido a que era nuevo en esas reuniones. Como los habituales no profundizaban en la realidad decidí pedir la palabra y les propuse tratar el asunto a fondo.
La temporalidad establecida es un error – les dije- porque Dios no ha tenido prisa, ni la tiene, para desarrollar su “Plan de salvación para el hombre”. Partiendo de ahí… ¿Cómo se puede establecer un año para que “El cristiano laico quede involucrado dentro de la tarea evangelizadora”?
Propongo esta entrada porque en las lecturas de este 2º Domingo de Cuaresma he encontrado la confirmación de que aquella intervención mía no fue un error (salí con esa sensación porque había cinco sacerdotes y me dieron la espalda, nadie se dignó contestarme).
Dios no pide prisas, pide consolidar posiciones en los pasos. Decimos que vivimos en unos tiempos muy avanzados en tecnología y yo opino que estamos muy primitivos en el campo de la FE… ¿Por qué?
A lo largo del tiempo Dios tuvo que servirse de ciertos instrumentos para mostrarse al hombre, es lógico que entonces usara hechos prodigiosos: embarazo de la esposa de Abrahán, la “Transfiguración”…
Si mantenerse firme en la FE es el gran problema del hombre, Abrahán es el ejemplo perfecto de la comprensión de Dios. San Pedro, para mí, es el ejemplo perfecto de lo contrario. El primero nos muestra el camino para no dudar jamás. San Pedro nos muestra el de la duda humana y el de la FE debilitada.
Como Dios lo tiene todo previsto, interpreto el ejemplo de San Pedro como el faro que nos pone Dios para que nos guiemos y no nos desanimemos por culpa de nuestras caídas. San Pedro escuchó las palabras de Jesús, vivió de cerca los milagros y fue elegido para vivir la “Transfiguración” para ayudarle a mejorar su FE. No obstante, llegado el momento, negó a Jesús tres veces y Abrahán, que no recibió tantas ayudas, no le falló a Dios. A pesar de todo Jesús, que sabía que lo negaría, lo eligió para ser el primer PAPA de su Iglesia anticipadamente. Es un ejemplo claro del PERDÓN de DIOS hacia el error humano.
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