DOM-RAMOS-C

domingo, 17 de marzo de 2013


24 MARZO 2013
DOMINGO DE RAMOS
LUCAS 22,14-23,56

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 17 marzo, 2013 09:12 dijo...

BENDITO EL QUE VIENE (Lc 19,28-40)

El Domingo de Ramos abre la gran semana de la Pascua. Jesús entra en Jerusalén sobre un asno. Los guerreros montan a caballo; el asno, por el contrario, es la cabalgadura de los pobres y de los pacíficos: "Alégrate, hija de Sión. Mira a tu rey que viene, justo y salvador, montado en un asno". Es así como Jesús cumple la profecía de Zacarías, que continúa diciendo: "Destruirá los carros de la guerra, los caballos, los arcos... y dictará la paz a las naciones". El pórtico de la semana de la pasión es la paz.

Al llegar a Jerusalén, el pueblo lo saluda con una expresión que recuerda el saludo con que los sacerdotes recibían en el templo a los peregrinos: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! El pueblo conoce a los enviados de Dios y sabe quienes son, de verdad, los hombres de paz. La paz es uno de los dones mesiánicos, pero, como todo don, puede ser aceptado o rechazado por los hombres. La violencia -tanto la caliente, que derrama la sangre, como la fría, que derrama la dicha- es el reino de la muerte. La paz es el reino de la vida.

Cuando miramos al mundo en que vivimos, tras los tristes acontecimientos del 11-M, el corazón se hiela al ver que, ya metidos en el siglo XXI, todavía existen hombres y mujeres que enarbolan la bandera de la ira y siembran la muerte, la división, los odios y el sufrimiento. Cuesta trabajo entender que -como dicen- tengan un proyecto para el mundo, a no ser que su proyecto sea sembrar la muerte y extender el desierto. Jesús entra en Jerusalén como un rey de paz, como un portador de paz. La misma que, como luz del alba, empezó a llegar al mundo con su nacimiento tal como cantaron los ángeles; la misma que ahora grita el pueblo; la misma que, como sol en cenit, se derramará sobre la humanidad el día de la resurrección. La paz es, desde entonces, el saludo del resucitado y, unida a la gracia, el saludo cristiano por excelencia.

Pero la paz siempre es un parto difícil. Antes habrá que pasar por una noche oscura. El Gólgota es un paso obligado. Pero el corazón permanece firme -"Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo"- con la seguridad de que el final próximo será un tiempo feliz -"Habitaré en la casa del Señor eternamente"-. Esa noche oscura tiene tres momentos: el Jueves Santo es el momento del amor; el Viernes, el del sacrificio; y el Sábado, el del ocultamiento. El amor prepara para dar la vida por aquellos a los que se ama; el sacrificio es necesario para afrontar la adversidad con fortaleza de ánimo; y el ocultamiento es la máxima expresión de la renuncia, el signo de que el corazón está absolutamente libre de apegos. Sobre estos tres pilares se construye el reino de la paz.

Si los hombres no aprenden esta canción y callan, las piedras -las ruinas- hablarán y el Mensajero de la Paz seguirá llorando sobre Jerusalén.

Maite at: 19 marzo, 2013 12:34 dijo...

Santa Teresa decía que cuando se sentía miserable y pecadora, indigna de presentarse ante el Señor en la oración, pensaba en la de Jesús en Getsemaní. Le parecía que estando allí tan solo y desamparado en semejante trance, apreciaría la compañía que ella le ofrecía permaneciendo a su lado.

La Pasión del Señor nos brinda una ocasión privilegiada de acompañarle, seguirle, de contemplar el fin de su existencia terrena, el culmen de una vida entregada a la Voluntad del Padre, a los demás. Jesús no buscó la cruz, la asumió como la consecuencia de sus opciones y elecciones, de sus obras y palabras que anunciaban y traían la salvación de Dios, el Reino. Jesús sabía que si el grano de trigo no cae en tierra y muere no puede dar fruto.

En la Última Cena somos testigos del deseo ardiente del Señor de comer la comida pascual con los suyos. Y los vemos mirando sin ver y escuchando sin comprender las palabras del Maestro que se parte y se reparte a todos ellos, que en el momento sublime del amor anuncia una traición.

Nos pesa en el alma el aire denso cuajado de preguntas y dudas, nos puede el desencanto con el derivar de la conversación, una vez más, hacia la cuestión de la primacía entre los discípulos. ¿No aprenderemos nunca?

Escuchamos a Pedro, sincero y bravucón, que pronto será el primer Papa de la Iglesia, prometer y asegurar lo que no podrá cumplir, y veremos enseguida, atónitos, negar al Señor a quien por Él está dispuesto ahora a sufrir la cárcel y a morir.

Asistimos a la entrega de Judas, traidor y miserable, con un beso, y escuchamos la pregunta dolorida de Jesús. Judas es uno de los suyos, elegido por Él, compañero de caminos polvorientos y testigo de sus gestos y palabras.

Estamos presentes en los simulacros de juicio a que someten a Jesús en el sanedrín y ante Pilato y Herodes las autoridades religiosa y civil, los conocedores de la Ley y el derecho, guardianes de la justicia divina y humana. Ante ellos comparece el que pasó haciendo el bien, curando y liberando a los oprimidos por el diablo. Y ese pueblo que ha visto sus obras y escuchado su enseñanza grita ahora, como una marea de sangre, con gargantas desencajadas, que le crucifiquen.

Seguimos a Jesús que carga con la cruz, y nuestros ojos nublados y turbios apenas distinguen a Simón de Cirene, a las mujeres de Jerusalén. Jesús, en cambio, aún puede volverse a ellas y consolar.

Llegamos al lugar llamado "La Calavera" y el aire se impregna de olor a muerte, se tiñe de burlas e insultos. Dos hombres van a morir, una a cada lado de Jesús. Y en el mismo trance uno insulta y maldice, el otro apenas dice: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Los dos veían el mismo Hombre. El condenado robó, en el último momento, las palabras que cualquiera de nosotros sueña con escuchar cuando nos llegue la hora: te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso. Qué buen ladrón, solo con una frase se llevó la perla mejor.

Y con las palabras: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu, Jesús muere en la cruz.

José de Arimatea, valiente y decidido, pide a Pilato el cuerpo de Jesús. Ha dispuesto todo para enterrarle en un sepulcro nuevo. Su nombre apenas ha aparecido durante la vida pública del Maestro. Ahora tiene entre sus brazos su cuerpo inerte y lo baja amorosamente de la cruz, con delicadeza extrema lo envuelve en una sábana. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea, como los árboles: muertas por dentro pero de pie, están ahí, pendientes de examinar el sepulcro y de como colocan el cuerpo de Jesús. Preparan aromas y ungüentos, con manos primorosas y el corazón helado. Llega el sábado y, conforme al mandamiento, hay que observar el descanso.

Juan Antonio at: 27 marzo, 2013 14:24 dijo...

Una vez más llego tarde
Este Domingo se ha proclamado la Pasión de Nuestro Señor y mañana celebraremos la Cena del Señor.
Entre el Domingo y mañana se han proclamado Evangelios que nos han dado esas palabras de Jesús a los suyos antes y durante la última cena y entre ellas las del único mandamiento.
Yo preguntaria y muchos me dirán que soy un desalmado, pero lo pregunto ¿Hay cristianos en nuestra sociedad? ¿De verdad amamos como Jesús nos amo?
¿Hemos hecho de ese amor nuestra seña de identidad?
Yo creo que habría que regatear como hizo Abrahan con Dios respecto del justos de Sodoma
Participamos en muchas misas, en muchos actos de piedad, de culto, de..... como quiera llamarsele, pero amamos como Él nos amó?
Pues si no amamos con esa intensidad, si no intentamos ese amor, si como consecuencia de ese desamor existe la injusticia de la probreza, es que, como Abrahan, no encontraremos cristianos que ofrecer a Dios para que sea compasivo con nosotros.
Si no hay una entrega de nosotros mismos, de mi mismo, como consecuencia de que he sentido la entrega de Jesús en mi vida, no soy discipulos de Jesús ni me podré llamar cristiano.
Podrá chocar todo lo dicho, pero creo que tenemos un amor tan manoseado que ya es un remedo de lo que Jesús nos mandó.
Vivamos estos días con instensidad. buscando ese encuentro con Jesús que transforme nuestra, mi, vida y seamos testigos suyos, sencillamente, porque amamos y amar es luchar contra todo aquello que atenta la dignidad de la persona humana.