DOM-11C

domingo, 9 de junio de 2013

16 JUNIO 2013
11 DOM. ORDINARIO-C

Lc 7,36-8,3. La mujer del perfume


2 comentarios:

Maite at: 11 junio, 2013 11:57 dijo...

Dios perdona. A David cuando reconoce su crimen abominable y al salmista que confiesa su culpa, a la pecadora conocida de sobra, sin que pronuncie una palabra, cuando llora mientras unge sus pies con perfume. Y ellos se saben y se sienten absueltos y con sus pecados sepultados y sin apuntar, rodeados y traspasados de cantos de liberación. Dios perdona y olvida, recrea y regenera al pecador, sanando y reorientando su corazón. Todo lo hace nuevo.

Jesús acepta la invitación insistente de un fariseo a comer como acepta la de un pecador. Este hombre ha mostrado interés en sentar a Jesús a su mesa, pero a su llegada ha descuidado los gestos de hospitalidad delicada y acogedora. Hay una invitación y modales corteses, pues se dirige a Jesús llamándole Maestro, pero no amor. El fariseo conoce y sigue las leyes y normas pero en su casa y corazón no tiene cabida lo que pasa de ahí y veremos que no sabe mirar ni acoger, pero sí juzgar y condenar desde su elevada posición de cumplidor.

Una mujer de la ciudad, a la que se llama pecadora, entra en la casa sin invitación. Viene claramente por Jesús. Por sus gestos y actitud puede parecer audaz pues se expone al rechazo, el desprecio y la condena sin paliativos. Ella, impura por sus pecados, no puede tocar a nadie. Y ¿como es que, demasiado conocida, entra así en la casa de un escrupuloso observante de la Ley?

A lo mejor no es audacia sino solo amor, puro y auténtico amor, tejido de agradecimiento, abandono, arrepentimiento, ansias de perdón... Que brota a raudales incontenibles como de una presa rota que ya no puede retener más lo que lleva dentro. No sabemos de qué conoce esta mujer a Jesús, pero le conoce. Y Él se deja hacer, se deja amar de esta forma apasionada, fragante y delicada con que la mujer, en cuerpo y alma, se acerca a Él y le acaricia y le besa.

Desde la altura de su perfección y rectitud el fariseo solo puede escandalizarse y ver lo que no hay ni existe, y condenar a la mujer y a su huésped, que no puede ser el profeta a quien creyó invitar, pues acepta el homenaje escandaloso de semejante mujer.

Jesús le habla de pecados y pecadores, de perdón y amor. Los pecados de David y la mujer son muchos, pero experimentar el perdón de Dios los ha llevado a amar con pasión, de verdad, con alma, vida y corazón. El fariseo no es un gran pecador, pero no ama y se ha endurecido y cerrado en su interior aunque crea tener su casa abierta.

Jesús dice a la mujer censurada y despreciada: tu fe te ha salvado, vete en paz. Porque ha creído, ha confiado, ha esperado, ha despertado al amor y lo ha expresado entregándose a él, entrando en su espiral con los ojos cerrados. Por eso puede irse libre, sin el pecado que la ata y mantiene presa, y en la paz de Dios que sobrepasa cualquier calma y tranquilidad. Es una mujer nueva.

Dichosa ella que con sus lágrimas, sus manos, su pelo ha acariciado a Jesús y ha ungido sus pies con el perfume de su frasco y de su amor sin límites ni medida.

Juan Antonio at: 15 junio, 2013 19:36 dijo...

Hoy la Palabra de Dios que se proclama es tan enternecedora, tan propia de nosotros, pecadores, que nos llena de consuelo, nos llena de esperanza, de esperanza gozosa en el perdón de Dios, en el perdón del Padre que nos espera una y otra vez, un día y otro y nuestra respuesta muchas veces, mañana.
Quiero destacar los dos puntos de la narración que son la acogida de la mujer que irrumpe en la comida y la despedida de la misma, una y otra por parte de Jesús.
La mujer, sin nombre, pecadora por ser así acusada, entra en la celebración de un festín en honor de Jesús y empieza a llorar sobre sus pies, a secárselo con los cabellos y la unción con el perfume: durante estos actos Jesús no dice nada, no la rechaza, no le incordia ni le pide que le deje, sino al contrario, le deja hacer, le dejar desahogarse, le deja entrar en su vida, la acoge, y en ese silencio que debió ser un dialogo de oración en contemplación por parte de ella, se produce el milagro del perdón.
Hoy, como entonces, hay muchos excluidos de la sociedad, no le llamamos pecadores porque no tenemos ese valor puritano que tenían los judíos, pero es un hecho que tenemos nuestro excluidos, de nuestros templos, de nuestras casas, de nuestros trabajos, gentes que a lo mejor no tienen otra educación porque nunca se la dimos, no tienen un vestido limpio porque no se lo hemos facilitado, ni cultura, ni conocimientos que quizás hayamos acaparados, Dios sabe cómo, y ante ellos, nos sentimos incomodos, no le dejamos entrar en nuestro corazón, no le escuchamos porque no le dejamos hablar, no sabemos qué le pasa porque no perdemos nuestro tiempo en atenderles, como el sacerdote y el levita de la parábola, pasamos de largo: ¡cuanto tenemos que aprender de ese acogimiento y dialogo silencioso!
Al final Jesús le perdona sus muchos pecados porque tiene mucho amor.
Cuantas confesiones realizamos a los largo de nuestra vida, nos acusamos de tantas cosas que olvidamos la esencial: ¿he tenido amor?, amor a Dios y amor a los hermanos, …cada vez que lo hiciste con uno de estos pequeños…..
Ahí está lo esencial de nuestra vida en reconocernos pecadores, faltos de amor a los hermanos a quienes dañamos con nuestras faltas y por ello faltos de amor a Dios, a quien no tenemos ese debido “santo temor de Dios” que no es otra cosa que hacerlo primero y único de nuestra vida.