7 JULIO 2013
DOM 14-C
LUCAS 10,1-12.17-20:
Envío de los setenta y dos
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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PORTADORES DE PAZ (Lc 10,1-12.17-20)
Dijo Pablo VI que la Iglesia existe para evangelizar y que la evangelización constituye su identidad más profunda. Esto significa que no tiene otra misión que la de anunciar el evangelio. Pero esto, como todo, está sujeto a la tentación de buscar la eficacia a cualquier precio. Jesús, cuando instruye a sus enviados, les dice cómo hay que realizar la tarea. Ante todo deben contar con que el medio es hostil: van como corderos en medio de lobos. El evangelio es ciertamente un mensaje hermoso y positivo, pero pensar que el mundo de hoy lo va a aceptar entusiasmado es una ingenuidad. El pensamiento y los valores que predominan en nuestro mundo son, en gran parte, contrarios al pensamiento y los valores propuestos por Jesucristo.
Sería un mal servicio disimular las exigencias para hacerlos más llevaderos.
La segunda exigencia del mensajero es la pobreza. No deben llevar ni siquiera lo indispensable: viandas para el camino, algo de dinero en la faja y unas sandalias de repuesto. La única riqueza de que disfrutan es el anuncio que han de hacer. Viene a decir con ello el Maestro que la riqueza de medios, con frecuencia, oculta el valor del mensaje. Es la tentación de trabajar por los intereses de Dios utilizando medios o métodos que a Dios no le van. No vale cualquier medio para conseguir el fin que se pretende por muy legítimo que sea.
Lo tercero que les advierte es que la tarea no debe ser demorada. El ritual del saludo oriental era muy complicado y exigía mucho tiempo. No deben pararse a saludar porque eso significaría retrasar demasiado el anuncio. La palabra debe ser anunciada ya. San Pablo dirá más tarde que hay que predicar a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella. Viene a decir lo mismo. La Iglesia no puede esperar a que los vientos sean favorables para proclamar un mensaje que le ha sido encomendado para darlo y que no le pertenece.
Al llegar a un lugar han de entregar el mayor de los dones –la paz– y aceptar sin reticencias la hospitalidad que le ofrezcan. No deben cambiar de casa porque eso significaría que no les gusta lo que le ofrecen. Es cierto que el que trabaja por el evangelio necesita sustento y –como el obrero– merece un salario. Pero no está allí por el salario. Los medios económicos en la Iglesia son sólo medios. Nunca pueden ser un fin. Lo cual cuestiona no poco el uso que hacemos de ellos. Y deben, además, curar a los enfermos. El mensajero del evangelio tiene que ser sensible al sufrimiento humano si quiere poner su semilla en el corazón de los hombres.
Cuando reúnan estos requisitos, estarán en condiciones de anunciar que el Reino de Dios está cerca. Pero, aún así, pueden fracasar.
Decir cristiano es decir misionero, enviado. Unos están llamados a marchar a tierras lejanas y la mayoría a permanecer donde vivimos, trabajamos y nos movemos, entre los nuestros y quienes nos rodean.
Ayer y hoy la mies es abundante y los obreros pocos, y hace falta orar pidiendo al dueño de la mies que envíe obreros, más y cada vez mejores.
Ayer y hoy, a los que se van lejos y a los que nos quedamos en nuestra tierra, el Señor nos dice: ¡poneos en camino! Un cristiano es evangelizador o no es cristiano. Alguien que de palabra, y sobre todo con su vida de cada día, hecha de gestos, actitudes y opciones, anuncia y revela la Buena Noticia de Jesús: el Reino de Dios y su amor personal por todos y cada uno.
Todos los días estamos llamados a ponernos en camino, a avanzar hacia adelante, sin pararnos ni perder el tiempo, que apremia, sin distracciones, pues nuestra misión nos urge. Y somos enviados como corderos en medio de lobos, a un ambiente hostil y amenazador.
Nuestras palabras y los sentimientos de nuestro corazón han de ser, para todos, de paz, pero no debe extrañarnos si no todos quieren recibirla. El evangelio se anuncia, no se impone, y los evangelizadores se conforman con la acogida que se les dispensa, sin exigencias. Son obreros, no príncipes.
Un cristiano en misión no es un ser superior. Sí se sabe privilegiado y por eso, cuando habla, no lo hace desde conocimientos adquiridos, sino desde la experiencia de Dios en su vida: venid a escuchar, os contaré lo que el Señor ha hecho conmigo. Sabe que solo puede gloriarse, como Pablo, en la cruz de Jesucristo, y que lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, leyes y normas, tradiciones o dogmas, sino la criatura nueva, el hombre y la mujer nuevos, hijos de Dios, movidos por el Espíritu y no por el miedo, el ansia de poder, los bajos instintos o el amor al dinero.
La paz y la misericordia de Dios descansan sobre el evangelizador, que lleva en su cuerpo las marcas de Jesús, consecuencia de la entrega de su vida, gota a gota, jirón a jirón.
Un cristiano en misión es un siervo inútil que hace lo que tiene que hacer, un trabajador de la viña del Señor, cuya alegría es inmensa porque su nombre está escrito en el cielo de puño y letra de Dios.
Del Evangelio de esta semana quisiera destacar, por una parte la oración al Padre para suscite obreros en su Iglesia: nos solemos preocupar por la escasez de sacerdotes y personas consagradas, pero ¿Dónde está nuestra oración? Oración que es la vida del cristiano pues así nos lo enseñó Jesús no solo insistiendo en que rezáramos, y cómo hacerlo, sino con su ejemplo, pues los Evangelios están llenos de pasajes donde Jesús se retira a orar.
Pero también tenemos que tener en cuenta nuestras vidas, nuestra familia, nuestro ambiente, el entorno social en que nos movemos, ¿cómo hacemos visible la opción del sacerdocio y la vida consagrada? Es una responsabilidad nuestra de cada uno y de todos en comunidad.
Tengamos confianza y oremos al Padre para que nuestra vida, nuestras actitudes en el día a día, haga posible que la generosidad de nuestra juventud llene de vida a la comunidad cristiana, con pastores que vivan su vocación con ilusión y servicio.
En una ocasión, escuché a un sacerdote decir que había crisis de vocaciones, pero que podría haber también crisis de llamadores y la llamada puede surgir no solo de los sacerdotes o consagrados, sino de un ambiente propicio para ello y ese ambiente en responsabilidad del Pueblo de Dios, consagrados y laicos, por lo que tenemos que orar constantemente por las vocaciones, pero también ser coherente con una vida de cristiano comprometido.
Por otra parte destacar ”como envió” Jesús a esos setenta y dos: no llevéis talega, ni alforjas ni sandalias, id en la confianza, en la fe al Padre Dios y os sobrará todo.
Id libres de toda atadura y hablad de aquello que viváis, pues lo demás es eco que se pierde en el viento de la vida.
Hoy disponemos de muchos medios y no es malo usarlos, pero no debemos perder el norte de nuestra fe, de nuestra confianza, de nuestra predicación vivencial, en definitiva de un testimonio autentico unido a nuestras pobres palabras.
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