DOM-19C

domingo, 4 de agosto de 2013
11 AGOSTO 2013
DOM- 19C


LUCAS 12,32-48. Estad preparados.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 04 agosto, 2013 08:50 dijo...

TIEMPO Y ETERNIDAD (Lc 12,32-48)

Tras dejar claro que el hombre no conserva la vida gracias a sus bienes, sino con la ayuda de Dios, Jesús pasa a tranquilizar el ánimo de sus discípulos por la preocupación que puede generar la carencia de bienes materiales. Con gran realismo y conocimiento del corazón humano, después de advertir que, para el rico, los bienes son un gran peligro porque pueden inducirle a olvidarse de Dios y vivir sólo para conservar y acrecentar su riqueza, Jesús señala que también el pobre está amenazado ya que su preocupación es el sustento diario. Uno y otro –el rico y el pobre– están expuestos al peligro de dejarse absorber por las cosas de la tierra y dejar a un lado el cuidado más importante: buscar el reino de Dios. A los discípulos que han de compartir su misión les dice que esto es lo único importante y que todo lo demás se les dará por añadidura (12,31). En cuanto a las riquezas, su única utilidad es lograr, gracias al bien que con ellas puede hacerse, una incorruptible herencia en el cielo.

Quien ha comprendido el verdadero valor de las cosas está preparado para recibir la llamada en cualquier momento. El discípulo no puede bajar la guardia. En todo momento debe estar equipado moralmente –ceñida la cintura y encendida la lámpara–– para acudir prontamente a recibir a su Señor cuando éste aparezca. Vienen estas palabras de Jesús a aclarar otro asunto a veces olvidado o mal entendido: el valor del tiempo presente. En el pasado se nos ha acusado a los cristianos de tener el corazón tan centrado en el cielo que nos hemos desentendido de los asuntos de la tierra y se ha tachado a la religión de ser como opio que adormece los sentidos y suprime el dolor, con lo cual se impide al pueblo levantarse contra las situaciones y las estructuras injustas. Puede que la acusación esté justificada atendiendo a ciertos momentos de la historia. Pero no es ésa la enseñanza de Jesús.

El maestro de Nazaret tenía muy claro que el Reino es lo único definitivo y que el tiempo es un lugar de paso. En la lógica de su mensaje es un error pensar que el tiempo y el mundo son la única realidad y el único absoluto. Pero eso no significa que carezcan de valor y de significado.
El futuro de plenitud en el que creen sus discípulos empieza a construirse en el presente porque saben bien que ya disfrutan de los bienes que esperan. No es que el tiempo se meta en la eternidad. Es más bien que la eternidad se ha metido en el tiempo. La fe abre la mente a la verdad completa, la esperanza descubre el sentido y la caridad sumerge en el compromiso. Creer en el mundo futuro no lleva a menospreciar el mundo presente, sino todo lo contrario. A lo que sí lleva es a no apegarse a él de tal manera que se pierda de vista el horizonte. El hombre es un navegante que dirige su barco a buen puerto, bregando cada día en bonanza o en tempestad, de noche o bajo el sol. No es un navegante con el timón roto a merced del viento y de las olas.

Maite at: 05 agosto, 2013 18:42 dijo...

Jesús nos recuerda, con cariño y ternura, que somos un pequeño rebaño, sin recursos ni poder. Por eso no tenemos que ganar ni merecer el Reino a fuerza de brazos o esfuerzos denodados. El Padre, en su infinita misericordia y bondad, nos lo da. Recibir y acoger como se merece este don es tarea nuestra y Jesús nos enseña como hacerlo.

Los bienes son para compartirlos y no para acumular, para recordarnos que nuestro tesoro inagotable está en el cielo y no aquí, donde los bienes más preciados están sujetos a robo y corrupción, son finitos y limitados. Nuestro corazón, con sus anhelos y afanes, está donde se halla nuestro tesoro, que solo puede ser eterno. No podemos ponerlo en lo que es efímero y sin valor.

Los que recibimos el Reino de manos del Padre estamos llamados a vivir despiertos, atentos y vigilantes, preparados. Como quienes están dispuestos a recibir y acoger como se merece al que llega a horas intempestivas,de noche y sin avisar.

Ante los bienes y con los demás se nos invita a ser administradores fieles y solícitos, cuidadosos y responsables de aquello que se nos ha encomendado. Con las ideas claras: el administrador no es dueño ni propietario, es custodio y dispensador, el que parte y reparte a cada cual lo necesario y proporciona fruto y ganancia a su señor.

Jesús nos recuerda que al que mucho se le da más se le exige. Es la dinámica del amor, que sirve y se entrega hasta el final. Como Él.

Juan Antonio at: 14 agosto, 2013 18:36 dijo...

Esta semana, como otras llego tarde a la cita o muy tarde, pues debería ser la del domingo veinte, pero aquí estamos; saboreemos primero el día de Nuestra Madre y luego dejaremos nuestro comentario del domingo.
Las lecturas de hoy nos trae como tema central la fe, la fe del pueblo de Dios que esperó la salvación, la fe de Abrahán que creyó que Dios tiene poder para resucitar a los muertos y por la fe ni tenemos miedo pues nuestro Padre nos da el Reino y por la fe estamos en ese continuo amor de Dios y de los hermanos, en esa vigilia constante de nuestra vida cristiana.
Vigilia que no tiene por qué llevarnos a un vivir angustiado y lleno de ansias, sino a todo lo contrario, a ser y experimentar el amor de Dios en nuestros hermanos, y por ello en nosotros, porque, como nos dice S. Juan, si no amamos a los que vemos, cómo diremos que amamos al que no vemos.
La vigilancia es la sabia de la vida cristiana, que no está llamada a la rutina, sino a una constante creatividad, como decía Juan Pablo II, tenemos que tener una caridad, un amor, creativo, es decir, entiendo yo, acorde con las necesidades de los que somos prójimos, pues unos necesitarán comer, otro vestido, otro…….., una simple charla, que perdamos el tiempo con aquellos que posiblemente la soledad le llene de tristeza.
Esta debe ser nuestra vigilancia, nuestro estar preparados, en definitiva un servicio atento, personal y generoso, siempre dando de todo aquello que se nos ha dado, pues como dice el final del Evangelio, si mucho se nos dio (y ¡cuánto se nos ha dado!), mucho se nos exigirá, en esa tarde de nuestro final.