1 SEPTIEMBRE 2013
DOM-22C
LUCAS 14,1.7-14. El que se
enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL PRIMER PUESTO (Lc 14,7-14)
Eran sus adversarios desde el punto de vista religioso, pero como lo cortés no quita lo valiente, Jesús comía con los fariseos, como lo hacía con los pecadores y gente de mal vivir, por aquello de que las diferencias en los planteamientos no restan importancia a la educación y los buenos modales. Pero no era hombre de perder el tiempo en cumplidos y, por eso, aprovecha para decir lo que piensa sobre eso de buscar los primeros puestos en la sociedad.
A muchos les ocurre como a los fariseos: que van por la vida con su importancia colgada de la cara y no consienten que nada ni nadie venga a rebajar lo que consideran signos de reconocimiento. Creen ingenuamente que una mejor posición social redunda en mayor dignidad y grandeza. Y puede que así sea en asuntos del mundo, pero no a los ojos del profeta de Nazaret que lo considera un gran error y grave engaño. Por eso da consejos de prudencia y sentido común: “No corras demasiado –viene a decir– buscando honores, que puedes terminar haciendo el ridículo. Ve despacio y lograrás ocupar el sitio que te corresponde”. En otro lugar, otro personaje –su madre– viene a decir lo mismo: Dios derriba a los grandes y exalta a los sencillos.
Eso de buscar la gloria de este mundo es asunto de todos los días y muchos parecen vivir para eso. Son esclavos de la imagen que se han creado y se pasan la vida alimentándola y retocándola para que no se deteriore. Se han identificado de tal manera con esa imagen que terminan siendo personajes, pero no personas. Son como esos actores cuyo arte les permite interpretar cualquier papel. Pero eso –que está muy bien en el teatro– es una forma de engañarse a sí mismo en la vida y, a la larga, cuando el telón baja, sólo deja vacío e insatisfacción. Más vale ser persona que ser importante. Lo otro son añadiduras.
Se debe esto a que todo lo humano termina envejeciendo y los grandes hombres, como los pequeños, terminan olvidados. Todo pasa, incluso la apariencia. Sólo Dios permanece para siempre. Por eso Jesús insistía tanto en que había que buscar antes que nada el reino de Dios y su justicia. Y a Pablo le traía sin cuidado la gloria que dan los hombres. Según él, la única gloria que merece la pena es la que viene de Dios porque ésa sí es eterna.
Las últimas palabras de Jesús vienen a completar su pensamiento: “Cuando hagas el bien, hazlo generosamente”, es decir, sin buscar reciprocidad ni agradecimientos. Esto también es gloria vana que no lleva a nada. Haz el bien a quienes realmente lo necesiten, aunque no puedan compensar tu generosidad. Esa es la verdadera gloria del corazón humano. Todo se reduce a una cosa: si buscas la verdadera grandeza, sé humilde y generoso. No corras tras la fama ni anheles la gratitud, si quieres vivir en paz. Una y otra son como la huella de un pie en la arena.
Según la carta a los Hebreos nosotros no estamos llamados a ser testigos de la manifestación de un dios que despliega su fuerza y su poder de un modo superior y aterrador, sino a ser ciudadanos de la Jerusalén del cielo, ciudad del Dios vivo; a participar en la asamblea de los ángeles; a formar parte de la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo; a contemplar a Dios cara a cara, y a Jesús. Y desde esta vocación, ¿qué valor tienen los puestos, el primero o el último?
Dios tiene un criterio curioso para asignarlos. Según el salmista es padre de huérfanos y protector de viudas, prepara su casa a los desvalidos, libera a los cautivos para enriquecerlos y prepara su tierra para los pobres.
Quien escucha su palabra en la Escritura, en la vida cotidiana, en los gozos y dolores de los demás, en la oración asidua en silencio y soledad, encuentra un buen día que en su corazón ha nacido una ternura especial, una atracción más fuerte que él o ella por los preferidos de Dios. Y toma la decisión de sentarlos a ellos, con preferencia, a su mesa.
Santa Teresita del Niño Jesús, carmelita francesa, era muy sensible a las palabras de Jesús en los evangelios. Las meditaba y rumiaba en su interior y encontraba en ellas la luz para el camino y el alimento de su alma.
Una vez consideró con atención las que dicen: cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes... cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos... porque no pueden pagarte.
Ella vivía en una pequeña comunidad contemplativa, sin más comensales que elegir. Comprendió que el banquete que podía ofrecer era el de su sonrisa, su acogida, su disponibilidad, su escucha, y que entre sus hermanas había pobres, lisiadas, cojas y ciegas; las que por deficiencias y limitacionesde carácter o educación no se hacían deseables como invitadas a un banquete. Comprendió que a éstas se refería Jesús y también que ofrecer su banquete solo a ellas era superior a sus fuerzas y la abocaría al desaliento con prontitud. Mujer joven y sabia, con la sabiduría del Espíritu, encontró la solución en invitar a su banquete cotidiano a todas sus hermanas de comunidad, a las que podían pagarla de cualquier manera y a las que ni siquiera podían apreciar su gesto y banquete, ciegas y cojas.
Claro que desde que era adolescente se dio cuenta de que en el olvido de sí encontró la felicidad.
¿Crees de verdad que no tienes nada que ofrecer, ningún banquete, a nadie a tu alrededor? Abre bien los ojos y verás a más de uno y de dos deseando sentarse contigo invitado por ti.
Hoy las lecturas de la Palabra nos traen discursos desconcertantes para el mundo de hoy, como en las semanas pasadas, el fuego y división, puerta estrecha y ahora nos habla de sencillez, nos habla de humildad, nos habla de últimos puestos y nos habla de abajarnos en nuestra condición humana y social.
Que proyecto más contrario al de la sociedad en que nos movemos, donde prima el poder, el dinero, el tener, el subir en la escala social, pero a costa de lo que sea con tal de que yo sea el primero, el poderoso, el rico, el mejor y ello sin tener en cuenta al otro, sin mirar a nuestro lado, sin tender la mano y menos darme.
La Palabra de Dios viene a desconcertarnos, a decirnos que lo mejor es ser humilde, sencillo, hacernos como niño, pobre en las manos del Padre y tener una generosidad que llene los corazones y las necesidades de los desvalidos.
Muchas veces habremos pasado por el Evangelio de hoy, hemos hecho nuestra reflexión, a la ligera pues poco poso ha quedado ya que continuamos teniendo en cuenta las cosas de este mundo y no las que elevan la dignidad de las personas, las que la enaltecen como hijos de Dios, las que nos dan el sentido de nuestra vida como personas en la acepción más alta de la palabra.
Cuando des un banquete, le dice Jesús al anfitrión, invitas a los que no te pueden pagar y es que, pudiéramos pensar, Jesús no podía olvidarse de sus pobres, que deben ser nuestros pobres.
Este final del Evangelio me ha traído a la memoria aquella película de Berlanga, Placido, que ironizaba sobre muchas cosas de una sociedad española ya pasada y que pueden servir para la actual, entre otras, la campaña de Navidad de ”siente un pobre a su mesa”.
Efectivamente se sentaba un pobre a la mesa, pero el pobre estaba lejos de la mesa, el pobre no se integraba, el pobre era algo postizo, algo que había que concluir porque en definitiva estorbaba, y mire Vd. por donde, en ese afán de puritanismo, con boda por medio, el pobre se les muere, y aun estorbaba más.
Hoy el Evangelio nos invita a compartir, no sólo nuestros bienes, nuestras pertenencias, nuestro dinero, sino a compartir nuestras vidas, lo que somos, nuestras alegrías y nuestras penas, nuestros gozos y nuestros dolores, nuestro tiempo, nuestra persona, en una palabra darnos, sin recibir nada a cambio, siendo felices y contentos, mirando al que nos necesita, para llorar o reír con él.
Terminamos con la alegría del Salmo “Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando alegría”..
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