DOM-31C

domingo, 27 de octubre de 2013
3 NOVIEMBRE 2013
DOM 31-C

LUCAS 19, 1-10: La conversión de Zaqueo

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 27 octubre, 2013 12:33 dijo...

ZAQUEO (Lc 19,1-10)

Zaqueo es una buena expresión de lo que significa convertirse en un hombre nuevo. El evangelio comienza diciendo que era jefe de publicanos, es decir, jefe de recaudadores de impuestos, y que era rico, que es tanto como decir que no había perdido el tiempo. Para comprender el alcance de esto hay que saber cómo funcionaban las cosas. Roma subastaba los impuestos de una zona. El que lo conseguía le pagaba lo que ella consideraba necesario. Para garanti¬zar el cobro, ponía a disposición del recaudador al ejército y éste, para cobrar, no dudaba en hacer uso de la fuerza y de cargar la mano. Lógicamente el pueblo los consideraba unos ladrones y unos traidores. No era de extrañar que la gente no quisiera nada con ellos.

A pesar de todo, Zaqueo quiere ver a Jesús, quiere conocerlo. Es curioso que sea la gente que rodea a Jesús, la que está más cerca de él, la que le impide verlo. A veces puede ocurrir que los más cercanos a Cristo impidan que los extraños lo vean. Pero este hombre, bajo de estatura, no se desanima ante las dificultades, sino que se las apaña para conseguir lo que pretende. Estudia hacia donde se dirige y se sube a un árbol de la zona para verle desde arriba. A veces uno tiene que retirarse de la gente y subirse a un lugar alto para poder ver las cosas bien.

Jesús, al pasar junto a él y verle así, comprende el interés de aquel hombre y le habla. Le llama por su nombre. Esto significa que le conoce y sabe lo que es. A pesar de ello, cree necesario quedarse en su casa. Zaqueo no podía ni pensar en aquello. Jamás a un publicano se le hubiera ocurrido invitar a un rabí, a un maestro. Cualquier judío hubiera considerado eso una ofensa. Por eso bajó inmediata¬mente y lo recibió encantado. Supone¬mos lo que ocurrió en el corazón de aquel hombre. Acostum¬brado a ser evitado y desprecia¬do por todo el mundo, sin amigos y sin otro consuelo que su dinero. De pronto el rabí de Galilea quiere hospedarse en su casa. En realidad no era él el que acogía a Jesús, sino Jesús quien le acogía a él.

La reacción de la gente es la de siempre: murmura, critica, no entiende lo que está pasando. Zaqueo, por el contrario, está viviendo una verdadera convulsión interior: primero fue la sorpresa y la ale¬gría, luego la acogida del Maestro en su casa y, finalmente, el gesto que expresa el cambio que se había dado en él: entrega la mitad de sus bienes a los pobres y con la otra mitad va a devolver lo que haya cobrado injustamente.

Son varias las lecciones que se desprenden de este encuentro. La primera es que, cuando una persona se encuentra con Jesús, cambian sus intereses, sus valores, su modo de entender la vida. Unas cosas dejan de tener valor y otras, que no lo tenían, comienzan a cobrar importancia. La segunda lección es que la libertad tiene un precio. Para conseguirla hay que pagar un rescate: Zaqueo se deshizo de su dinero porque era eso lo que tenía atrapado su corazón. Tú verás, en tu caso, qué es lo que te ata. La tercera lección viene de parte de Jesús: una vez más demuestra que está por encima de los prejuicios sociales y se interesa por la persona concreta que tiene ante sí. Él ha venido a salvar lo que está perdido.

Maite at: 28 octubre, 2013 17:23 dijo...

Zaqueo, tan entrañable y simpático para nosotros como odioso a tus contemporáneos; pequeño de estatura pero encumbrado, por tu oficio, sobre ellos, necesitabas subirte a una higuera para distinguir a Jesús, y no tuviste reparo en comportarte como un chaval para alcanzar tu objetivo. ¿Qué había en tu interior que te empujaba a querer ver a Jesús y poner todo tu empeño en ello?, ¿era solo curiosidad?, ¿había hambre y sed de algo más en tu alma que no se saciaba con los bienes materiales que te sobraban?, ¿buscabas, tal vez, la curación de un corazón desgarrado por el sinsentido y el vacío que no llenaban tus posesiones?

Enséñame a dejarme llevar por el deseo de ver a Jesús que pasa por mi vida poniendo todo de mi parte para superar los obstáculos que me lo impiden, aunque tenga que hacer el ridículo o cargarme mi imagen respetable ante los demás.

¿Sabes que muchas veces, al participar en la Eucaristía, me gusta recordar la frase que te dirigió Jesús: baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa? Me gusta sentir el mismo vuelco en el corazón que, estoy segura, sentiste entonces. Porque tú procurabas y deseabas ver a Jesús, distinguirle entre la multitud, identificar su rostro y su figura entre todos los demás, pero no imaginabas que Él deseaba tanto como tú encontrarse contigo, ponerse a tu alcance y ser tu invitado en tu casa. Creías que la iniciativa de veros era tuya y era suya desde que te invadió el deseo irreprimible de verle y se convirtió en un sueño a alcanzar.

Tú que pasaste por ello, Zaqueo, ayúdame a bajar adonde está Jesús, espera y me llama; a bajar de las alturas donde estoy encaramada buscando su rostro donde no está, porque no es la gente, sino mi propio yo, lo que me impide distinguir a Jesús que pasa.

No es extraño que no repararas en las murmuraciones de los demás al recibirle en tu casa. Era tan grande tu alegría... y Él lo más importante. Si Él quiso entrar en tu casa ¿qué más daba que todos los demás no te consideraran digno?

No hiciste méritos para recibir a Jesús, no te habías preparado, pero Él cambió tu corazón, le dio la vuelta, y después de encontrarte con Jesús, cara a cara, en tu casa, brotó de tus labios lo que abundaba en tu corazón: dar tus bienes a los pobres y restituir lo suyo a quienes habías defraudado. Porque tu riqueza ya no está ahí, Jesús es el lote de tu heredad y todos tus bienes, tu perla preciosa, tu tesoro escondido.

¿Quién te iba a decir que después de subir a aquella higuera escucharías decir en tu casa a Jesús que ese día era de salvación para ti? Y nosotros que Él ha venido a salvar y a buscar lo que estaba perdido. ¿Quién soy yo, entonces, para dar a nadie por perdido? ¿y para poner condiciones a su encuentro con Jesús?

Si hubiera estado presente entre la multitud el día en que Jesús se acercó a la higuera donde te habías subido para verle, nunca hubiera imaginado que se invitaría a tu casa. Ni te hubiera creído capaz de dar tus bienes a los pobres. Pero Él, amigo de la vida, perdona a todos porque todos somos suyos; y nos corrige poco a poco para que nos convirtamos y creamos en Él (Sabiduría), a fuerza de paciencia, de amor, de hacernos desear la vida.

Juan Antonio at: 29 octubre, 2013 19:15 dijo...

Este pasaje del Evangelio, siempre me lleva a la adolescencia, pues Zaqueo hizo una cosa que de niño hacíamos cuando los adultos nos quitaba la visión de lo que acontecía, era subirnos a las rejas de las ventanas para así contemplar el suceso.
Zaqueo evidentemente era un hombre listo, formado, pues no era un cualquiera si no un jefe de publicano en una ciudad de mucho tráfico mercantil y había oído hablar del profeta de Nazaret, pero su estatura no le deja ver y no tiene inconveniente en hacer una chiquillada, subirse a un árbol.
Y pasa Jesús y se entabla, yo diría que un primer dialogo de mirada, dos curiosos que se buscan, uno para conocer y Jesús para hacer el bien.
Luego viene el segundo dialogo, el verbal, la proclamación de Zaqueo sobre el contenido de su conversión y la de Jesús sobre la salvación del hijo de Abrahán que estaba perdido.
Siempre me ha dejado ha intrigado ese dialogo de miradas, de búsqueda de cada uno, porque si Zaqueo quería ver, Jesús al llegar levantó los ojos, dialogo de encuentro, de silencio, de contemplación con la vista y con el corazón.
De ese dialogo no hay duda de que en ambos se dan la búsqueda, si en Zaqueo lo inició la curiosidad, en Jesús lo inicia el Reino de Dios.
Entiendo que de este relato tenemos que aprender a estar dispuesto, a preguntar, a querer saber, no contentarnos con no entender una homilía, una conferencia sobre tema religioso por no hacer el ridículo de preguntar, sino que tenemos que salir al encuentro de Jesús solicitando y pidiendo que nos expliquen, aclaren o explicar y aclarar, en definitiva, como dice un autor querido por el autor de la Hojilla, J.A. Pagola ( El camino abierto por Jesús) “acoger, escuchar y acompañar” porque muchas veces si hay un rechazo a lo religioso es más bien a una idea agobiante de la religión, muchas veces no propuesta sino impuesta.
Démosle a todos nuestro modo de vida, nuestra vida vivida con el Evangelio de Jesús, no le demos remedo, ni doctrina meliflua que acallen conciencias, sino revulsivo nacido del corazón, en una palabra vida y mil veces vida que eso es lo que de Jesús nos dice los Evangelios, a todos les daba vida y como nos dice, vendrá, vino el Espíritu para tengamos vida y vida en abundancia.
Busquemos esa mirada de Jesús que nos está esperando y cuando la encontremos, nos ocurrirá como nos dice la lectura de la Sabiduría “”Pero a todos perdona, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida””