DOM-3ºADV-A

domingo, 8 de diciembre de 2013
15 DICIEMBRE 2013
3º DOM. ADVIENTO-A

MATEO 11, 2-11: Juan pregunta y Jesús responde con hechos

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 08 diciembre, 2013 08:17 dijo...

EL QUE HA DE VENIR (Mt 11,2-11)

Tras hablar –los domingos anteriores– de la necesidad de vigilar para descubrir la importancia del momento que vivimos y la urgencia de volver el corazón a Dios, la liturgia nos recuerda la necesidad de ofrecer signos que acompañan a la conversión y, por ello, a la salvación. Éstos son siempre signos de liberación. Jesús –en la respuesta que da a Juan– hace referencia a diversos textos de Isaías de contenido similar a la profecía que se aplicó a sí mismo en Nazaret: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y se anuncia la Buena Noticia a los pobres.

Decía Martín Buber –creo que en los 70– que vivimos un eclipse cultural de Dios –no un ocaso–, un oscurecimiento de la luz del cielo porque impide que llegue a nosotros. Es como si el mundo quisiera vivir ajeno a lo divino, de espaldas a la transcendencia, en una especie de alejamiento de lo sagrado. Lo cual no es precisamente una suerte, porque cuando no se cree en Dios, se cree en cualquier cosa. La razón es que la existencia no es soportable sin el espíritu, sin conectar con la fuente de la vida. La proliferación de sectas y grupos religiosos o pseudo-religiosos, en pleno eclipse de lo divino, no es sino una manera de llenar el vacío creado. El reto que la vida plantea hoy a los creyentes es mostrar al mundo la salvación, algo que sólo es posible con los signos que la acompañan. Ésa es la única manera de que el ser humano entienda la grandeza de lo que se le ofrece. Sólo así será posible que el alba del milenio sea también el alba de la apertura de espíritu a lo divino. El mundo de hoy reclama a los discípulos de Jesús de Nazaret que muestren los signos que acompañaron el primer anuncio.

Juan Bautista preguntó: ¿Eres tú el que ha de venir? Nosotros oímos en nuestro tiempo una pregunta similar: ¿Dónde está el que ha venido? ¿Quién ha recogido su herencia? ¿Quién continúa su tarea? Hay un profeta –sin nombre ni rostro– que nos hace cada día esas preguntas a los creyentes. La respuesta que hemos de dar no son palabras, sino gestos; no es doctrina, sino compromiso; no es teología, sino vida.

Vivimos en el tiempo de los milagros, no porque estos existan, sino porque se han hecho necesarios. Me refiero a los milagros del amor auténtico: que vean la luz los ciegos, que puedan caminar los cojos, que los leprosos queden limpios, que los niños puedan nacer, que los ancianos puedan morir rodeados de ternura, que se dé trabajo a los parados, que se pueda pasear sin terror, que no sea necesario buscar comida en los contenedores de basura ni dormir debajo de cartones, que la mujer no sea maltratada, que el inmigrante sea acogido... Vivimos el tiempo de los signos -el tiempo de los milagros- porque sobran las palabras ¡y las promesas! Con el eclipse de Dios cae la noche sobre la tierra y el ser humano deambula perdido en la oscuridad. Sólo amanecerá, si despunta de nuevo en el horizonte el amor.

Pero no creamos que la situación actual es un reto sólo para la Iglesia. Quienes han recibido del pueblo el poder para remediar sus males –los del pueblo, no los suyos propios o los de su partido– tienen ante sí un dilema de conciencia: o se convierten en matronas de un mundo nuevo y mejor o en saturnos celosos de ese poder que no dudan en devorar a sus hijos. ¡Dejaros ya de tonterías y de pelearos entre vosotros y emplead vuestro tiempo, energía y sabiduría en luchar juntos contra los problemas hasta hallar una solución! Para eso os ha elegido el pueblo y para eso os paga vuestros sueldos.

Maite at: 09 diciembre, 2013 19:48 dijo...

Reconozco que durante mucho tiempo no entendí las dificultades de Juan el Bautista para ver en Jesús al Mesías. Me parecía que un hombre como él, que mereció tales elogios por parte de Jesús, no podía engañarse respecto a quien había bautizado en el Jordán.

Me costó mucho tiempo reconocer que durante años yo misma identifiqué a Jesús con Aquél que anunciaba el Bautista: el que traería la ira inminente de Dios para los pecadores, el hacha en la base de los árboles que no dan buen fruto, el que iba a separar la paja del trigo para quemarla.

También encontré cristianos que identificaban el seguimiento de Jesús con el cumplimiento de normas y preceptos, y que hablaban mucho de pecado y conversión, de confesiones y castigos.

Después, meditando los evangelios, orando los salmos y los demás libros de la Biblia, leyendo las señales del paso de Dios por mi vida y la de aquellos que me rodean, vi y escuché que Jesús hace ver a los ciegos , oír a los sordos y andar a los inválidos, resucita a los muertos, limpia a los leprosos y anuncia la Buena Noticia a los pobres.

Lo sé porque yo, creyendo seguirle de cerca, también estuve ciega, inválida y sorda, leprosa y casi muerta; y ahora, que palpo mi pobreza y me gozo en ella, recibo alegre cada día el anuncio de la Buena Noticia. Y alabo a mi Padre porque veo a muchos pequeños a mi alrededor comprender los misterios del Reino que Él revela.

También yo identificaba a Jesús con el cumplimiento de la ley, con los ayunos y sacrificios, y al no mirar cómo pasa dando luz, capacitando para andar, limpiando y sanando las heridas, llenando de vida y anunciando la Buena Noticia del amor de Dios a los menos favorecidos y atractivos a mis ojos, intenté alcanzar la salvación, la santidad, por mí misma y para mí. Encerrada en mi cárcel, no cabía en mi cabeza otra imagen de Jesús que la que ya tenía. Y no era precisamente la de Aquél que entrega la vida por sus amigos y les lava los pies. Sabía juzgar y condenar, y esperaba mi justiciero.

Ahora sé por qué el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que el Bautista. Y no dejo de admirar al hombre más grande nacido de mujer, que en la hora más oscura de su existencia tuvo que enviar a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús si era Él el que tenía que venir, porque su imagen del Mesías no se correspondía con las obras de Jesús.

Creo que todos tenemos que hacer el mismo camino que Juan: reconocer al Mesías donde está de verdad y por sus obras de misericordia y amor. Y hacernos pequeños, lo más posible, olvidados de nosotros mismos y entregados al cuidado de los demás. A pasar llevando vida y luz, liberación y curación, anunciando gracia, misericordia y paz; con la compasión de Cristo en el corazón.

Juan Antoniio at: 11 diciembre, 2013 21:41 dijo...


¿Qué salisteis a ver en el desierto?
Es la pregunta que hace Jesús a los que le oían, tras haberse identificado ante los discípulos de Juan que le preguntaban si era Él el que había de venir o esperamos a otro y su identificación no fue otra que el cumplimiento de la misión que llevaba a cabo dando a conocer el Reino de Dios.
Esa pregunta referida a nosotros, podría ser: a quien veis en esos que se dicen mis discípulos, mis seguidores, que se asocian en hermandades, movimientos, asociaciones eclesiales, a esos que se dicen creyentes, estudiosos de mi Palabra, orantes con ella, ¿qué veis en ellos?, en mí y en ti y en todos los que nos llamamos cristianos?
Somos, como dice Jesús de Juan, citando a los profetas, mensajeros suyos, llevando su Palabra y su vida a todos, pero no de manera espectacular, sino con nuestra vida, con nuestro quehacer diario, con nuestra rutina creativa, porque no es una contradicción, pues todos los días sale y se pone el sol, pero de forma distinta, todos los días hacemos nuestro trabajo, mantenemos nuestras relaciones sociales, pero no son iguales y como decía el beato Juan Pablo II, tenemos que tener una caridad creativa, ver la nueva forma de llegar al hermano, de paliar sus dolores y sus llantos de forma tal, que le restituyamos la dignidad de hijos de Dios en la forma que las circunstancia de cada cual exija.
Si nuestro mensaje no llega, si nuestro mensaje no cala, si nuestro mensaje no tiene el aval de nuestra vida, vano es nuestro intento y nuestro esfuerzo.
Necesitamos que nuestro mensaje, nuestro anuncio de Dios en la tierra, vaya lleno de alegría, como nos indica el primer versículo de la primera lectura ”El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría”.
No seamos unos tristes cristianos, ni cristianos tristes, la alegría tiene que llenar nuestra vida porque vivimos en la compañía de Dios, porque nos dirigimos a Él como hijos, porque somos todos hermanos, porque todo ello nos tiene que llevar a compartir el sueño de Dios, que como le escuché a un misionero de uno de los países más pobre de África, no es otro que la solidaridad humana.
Este Domingo, en la liturgia antigua, era llamado el Domingo de la alegría y empezaba la Eucaristía con la introducción de un pasaje de la carta de Pablo a los Filipenses, “Alegraos en el Señor, os lo repito alegraos en el Señor”
Pues alegrémonos y cantemos, ven, ven Señor, no tardes, que te esperamos, que sin ti no podemos hacer nada, y te confiamos todo aquello que esperas de nosotros.

Juan Antoniio at: 11 diciembre, 2013 21:41 dijo...


¿Qué salisteis a ver en el desierto?
Es la pregunta que hace Jesús a los que le oían, tras haberse identificado ante los discípulos de Juan que le preguntaban si era Él el que había de venir o esperamos a otro y su identificación no fue otra que el cumplimiento de la misión que llevaba a cabo dando a conocer el Reino de Dios.
Esa pregunta referida a nosotros, podría ser: a quien veis en esos que se dicen mis discípulos, mis seguidores, que se asocian en hermandades, movimientos, asociaciones eclesiales, a esos que se dicen creyentes, estudiosos de mi Palabra, orantes con ella, ¿qué veis en ellos?, en mí y en ti y en todos los que nos llamamos cristianos?
Somos, como dice Jesús de Juan, citando a los profetas, mensajeros suyos, llevando su Palabra y su vida a todos, pero no de manera espectacular, sino con nuestra vida, con nuestro quehacer diario, con nuestra rutina creativa, porque no es una contradicción, pues todos los días sale y se pone el sol, pero de forma distinta, todos los días hacemos nuestro trabajo, mantenemos nuestras relaciones sociales, pero no son iguales y como decía el beato Juan Pablo II, tenemos que tener una caridad creativa, ver la nueva forma de llegar al hermano, de paliar sus dolores y sus llantos de forma tal, que le restituyamos la dignidad de hijos de Dios en la forma que las circunstancia de cada cual exija.
Si nuestro mensaje no llega, si nuestro mensaje no cala, si nuestro mensaje no tiene el aval de nuestra vida, vano es nuestro intento y nuestro esfuerzo.
Necesitamos que nuestro mensaje, nuestro anuncio de Dios en la tierra, vaya lleno de alegría, como nos indica el primer versículo de la primera lectura ”El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría”.
No seamos unos tristes cristianos, ni cristianos tristes, la alegría tiene que llenar nuestra vida porque vivimos en la compañía de Dios, porque nos dirigimos a Él como hijos, porque somos todos hermanos, porque todo ello nos tiene que llevar a compartir el sueño de Dios, que como le escuché a un misionero de uno de los países más pobre de África, no es otro que la solidaridad humana.
Este Domingo, en la liturgia antigua, era llamado el Domingo de la alegría y empezaba la Eucaristía con la introducción de un pasaje de la carta de Pablo a los Filipenses, “Alegraos en el Señor, os lo repito alegraos en el Señor”
Pues alegrémonos y cantemos, ven, ven Señor, no tardes, que te esperamos, que sin ti no podemos hacer nada, y te confiamos todo aquello que esperas de nosotros.