16 FEBRERO 2014
6º DOM-A
MATEO
5, 17-37: Se dijo a los antiguos, pero yo os digo.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LA LEY Y EL ESPÍRITU (Mt 5, 17-37)
Tras presentar de modo programático la nueva justicia en las bienaventuranzas y explicarles a los discípulos que están destinados a ser luz en medio del mundo con sus buenas obras, Jesús pasa a exponer los rasgos de esa nueva justicia. Había un debate en la iglesia primitiva: si la ley antigua –la propuesta por medio de Moisés– seguía teniendo valor o, por el contrario, el cristiano no estaba sometido a ella. Algunos pensaban lo primero y trataron de imponer su opinión a los que venían del paganismo. Pablo y otros pensaban lo segundo y defendieron la libertad frente a la ley mosaica. El asunto se resolvió en la asamblea de Jerusalén. El evangelio de Mateo, escrito para los cristianos procedentes del judaísmo, se mantiene en una postura intermedia. Viene a decir que las exigencias morales del Antiguo Testamento son válidas, pero insuficientes. Sólo el nuevo modo de ser justo es completo y definitivo.
La primera parte del sermón de la montaña es una cuidada exposición de las exigencias morales que han de guiar al buen discípulo. No ha de ajustarse éste a lo que manda la ley. Si su corazón es morada del Espíritu, irá más allá. La ley, por ejemplo, prohíbe matar. El cristiano ha de saber vivir una relación basada en el amor y la fraternidad que evita, no sólo la muerte, sino también todo lo que ofenda la dignidad del otro o le haga desdichado. Quien se limita a no hacer daño es un hombre bueno, pero no es un buen discípulo de Jesús.
En realidad el asunto es más importante de lo que a primera vista puede parecer porque lo que se debate es el origen de la vida moral. Unos –como hacían los fariseos en tiempos de Jesús– defienden que la fuente de la moral es la ley. El hombre encuentra al nacer dos caminos: el del bien y el del mal. El primero es el camino estrecho de la justicia; el segundo es la senda ancha de la maldad. La ley tan sólo es un indicador en las encrucijadas que señala el camino mejor. El hombre –creado libre– decide y, por eso, la responsabilidad es toda suya. Otros –como Pablo– piensan que la ley deja al hombre solo ante esa gran decisión y, dado que es débil, corre el riesgo de equivocarse. Necesita una fuerza interior que le guíe y le sostenga en la lucha. Esa fuerza es el Espíritu. Pero, cuando el Espíritu está presente, ya no cuenta la ley, porque el Espíritu es la luz que guía las decisiones del hombre.
Aunque el debate viene de antiguo, muchos no se han enterado todavía. Son los cristianos que examinan su vida y modelan su conciencia a la luz del Decálogo. Y no es que esté mal hacerlo. Pero es insuficiente. Si el vivir cristiano está regido por los preceptos entregados a Moisés en el Sinaí, ¿qué necesidad había de Cristo? Si los mandamientos son suficientes, ¿para qué queremos el Evangelio? Parecen leer las palabras de Jesús oyendo sólo “sabéis que se dijo” e ignorando “pero yo os digo”.
No es éste un debate estrictamente moral o religioso. También en el ámbito social está presente. Si los ciudadanos se quedan en el estricto cumplimiento de las leyes, la sociedad nunca irá a más aunque mantendrá el orden establecido, que no es poco. Pero sólo avanzará, si los ciudadanos comprenden que, más allá de las leyes, existe un mundo de valores que las sobrepasan.
Cada vez estoy más convencida de que la capacidad que tenemos de elegir, en un momento dado, qué hacer, cómo ser, actuar o reaccionar, es mayor de lo que pensamos. Y creo que es así por muy adversas que sean las circunstancias en que nos encontremos. Nuestra libertad abarca más de lo que creemos y ejercitarla no hará sino favorecer que crezca más y más, hasta llegar a la libertad gloriosa de los hijos de Dios, como la llama Pablo.
Es demasiado fácil, y falso, culpar a Dios de las consecuencias de nuestras malas opciones. El Eclesiástico nos recuerda que los ojos de Dios ven todas nuestras acciones, y que ante los nuestros están puestos, para escoger, fuego y agua, muerte y vida. Que guardar los mandatos del Señor está condicionado a querer hacerlo, y que lo sabio y prudente, lo mejor para nuestra felicidad, es cumplir su voluntad.
La voluntad de Dios se manifiesta con claridad en las palabras de Jesús. Él ha venido a dar plenitud a la ley y los profetas. Los supera y trasciende. Advierte que el Reino de los cielos es para quienes son mejores que los letrados y fariseos, fieles y celosos cumplidores de la ley.
Jesús pone el acento, la exigencia, no en el precepto y la norma, sino en el corazón de cada cual, en la intención y el deseo. Y se centra, antes que en nuestras relaciones con Dios, en las que mantenemos con los hermanos. Insultar al otro o tratarlo como si lo hiciéramos es matarlo. No se puede acudir al altar de Dios si un hermano ha sido ofendido y no hay reconciliación previa.
Es en el corazón donde comienza un adulterio, y más vale aplicar un correctivo doloroso y tajante antes que caer arrastrados por la tentación y perder todo engañados por ella.
A quienes seguimos al Señor nos corresponde la claridad y la sencillez en las palabras, sí o no. Todo un programa de vida que no busca sino nuestra felicidad y que venga a nosotros el Reino de Dios, donde la exigencia del amor supera la de la ley, que se queda muy corta para el que ama.
Con el salmista y los orantes de todos los tiempos te pido, Señor, que me muestres el camino de tus leyes cada mañana, que me enseñes a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón. Porque creo que la felicidad verdadera, la dicha y la vida, para mí y quienes me rodean, están en caminar en ella.
Siguen las enseñanzas del Sermón del monte y todo en él y en cada uno de los pasajes veremos que Jesús nos propone un programa de vida, un estilo nuevo de vida y así a lo largo de los distintos párrafos se dice “habéis oído…..” y a continuación Jesús va exponiendo su nuevo modo de actuar, su nueva hoja de ruta – como se dice tanto hoy -, dando con ello un giro al viejo modo de entender el modo de vivir.
Jesús nos dejó un nuevo estilo de vida, como se dice en los hechos 5,19, cuando los Apóstoles son excarcelados por el Ángel, estilo de vida que se desgrana a lo largo de los Evangelios y ya al final nos dejó la esencia de ese estilo de vida, el mandamiento único del amor.
Por ello la enseñanza de este Domingo va dirigida a que nuestra vida tiene que superar al hombre viejo, acomodaticio, perezoso, orgulloso, soberbio……, en definitiva hacer desaparecer todo ese lastre que el tiempo, sobre todo a los que ya no pintamos ni canas, ha ido dejando a lo largo de los años y con renovadas ilusiones, empezar nuestro día, con alegría y sobre todo compartiéndola con los demás y nunca digamos somos mayores, me duele aquí, no puedo… y ello porque desde nuestras vidas cargadas de años, de dolores y de achaques, tenemos que hacer posible esa alegría de la Cruz de Cristo en nuestro entorno, porque lo que no podemos dar es tristezas y angustias, cansancio y dolor: todo eso, en silencio y solo a los ojos de Dios, se tenemos que ofrecer uniéndonos a su santo sacrificio de la Cruz, locura para unos, necedad para otros, pero para los cristianos Luz que ilumina nuestra vida de Resurrección.
El primer versículo del Salmo es un canto a la alegría de los siervos de Dios
“”Dichoso el que con vida intachable
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón.””
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