11 MAYO 2014
4º DOM PASCUA-A
JUAN
10,1-10. Yo soy la puerta de las ovejas.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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PASTOR Y PUERTA (Jn 10,1-10)
La metáfora de la puerta con la que se abre el evangelio de este domingo tiene un antecedente clarificador en el salmo 118: “Ésta es la puerta para llegar al Señor... sólo los justos pueden entrar por ella”; y un complemento necesario en el Apocalipsis “Miré y vi una puerta abierta en el cielo” (4,1). Uniendo ambos textos tenemos el significado de la parábola: Jesús se presenta a sí mismo como la única puerta por la que se puede entrar en el mundo celestial donde se encuentran los justos; o -lo que es lo mismo-: él es la conexión entre lo humano y lo divino, el paso a la salvación, el acceso a Dios. Lo contrario a la puerta de la vida es la puerta del abismo, que conduce a la destrucción.
Otra metáfora, unida a ésta, es la del pastor que conoce y guía a las ovejas caminando delante de ellas para mostrarles el camino. La figura contraria es la del ladrón y salteador; a éste no le siguen, sino que huyen de él porque no lo conocen. Hay, por tanto, una relación de conocimiento y confianza mutua entre el pastor y el rebaño.
En el contexto de la Pascua, el texto de Juan se refiere a la función de Jesús Mesías. Él representa el eslabón que uno lo divino y lo humano, el camino, la puerta, el paso obligado por el que los hombres llegan a Dios y Dios a los hombres. Son dos mundos diferentes y llegan a ser dos mundos incomunicados cuando Cristo falta. Viene esto a tocar una característica del mundo actual: la inmanencia, que no es sino el repliegue del mundo sobre sí mismo, eliminando todo lo que está más allá del horizonte humano. Para nuestro mundo, el mundo material es el único mundo real y la razón, el único medio de conocimiento. Lo sobrenatural es relegado al terreno de la fantasía, de los mundos imaginarios, inexistentes, que sólo sirven para distraer al hombre de las dificultades que encuentra en el mundo real. Viene a decir esta filosofía que el cielo no es sino una manera de escapar -temporalmente- del infierno en el que vivimos.
El problema es si esta postura soluciona algo. Ciertamente es equivocado vivir lo sobrenatural desentendiéndose del mundo en que vivimos, ilusionados con el mundo que esperamos. Pero ¿es correcta la postura contraria? Jesucristo muestra que no es humano vivir en mundos enfrentados, que lo propio es conectar ambos mundos. De esa manera lo humano se magnifica y lo divino se humaniza. Tal vez sea éste el mejor servicio que el cristianismo puede hacer al hombre de hoy: abrirle el horizonte y mostrarle que Dios no es amenaza sino plenitud, que no invita a huir sino a comprometerse, que no es ilusión sino futuro. Tal vez la unidad del mundo sólo sea posible cuando los hombres acepten la unidad de los mundos. Creo que fue éste uno de los mensaje que el Papa difunto nos dejó cuando afirmó: ¡Abrid la puertas a Cristo! ¡No tengáis miedo!
Todos los días, después de la comunión en la Eucaristía, desgrano lentamente el salmo 22. Y hago lo mismo cuando me siento bien y agradecida, y cuando me siento mal y confundida. Aprendí así a identificar a Jesús con el Buen Pastor y a reconocer la relación entre los dos: Él y yo.
Hasta gustar el salmo la figura del Buen Pastor no me decía nada, a lo mejor porque nací en una pequeña ciudad y me crié en otras más grandes, completamente alejada de cualquier zona relacionada con actividades de pastoreo.
Tampoco el salmo me decía gran cosa hasta que empezó a poner palabras a la presencia de Jesús en mi vida. Aprendí, poco a poco y muy despacio, que con Él nada me falta y sin Él nada me llena ni me hace crecer o vivir de verdad. He experimentado muchas veces cómo me conduce con paciencia a verdes praderas y fuentes tranquilas para reparar mis fuerzas después de haberlas gastado inútilmente girando alrededor de mí misma o lamiendo mis heridas. Sé lo que es caminar por cañadas oscuras con la certeza de que Él va conmigo y me sostiene con su vara y cayado.
He podido sentarme a la mesa preparada por Él enfrente de mis enemigos, los peores, que son los que están dentro de mí. Puedo decir con verdad que su bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y uno de los mayores anhelos de mi corazón es habitar en su casa todos los días de mi vida por años sin término. No abandonar la casa paterna ni como el hijo menor de la parábola ni como su hermano mayor, que vivía en casa de su padre pero muy lejos de allí. Quiero escuchar cada mañana y cada atardecer: hija, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Y alegrarme en el alma y hacer fiesta cuando vuelven a casa los hermanos que se fueron.
Orar con el salmo 22 me ayudó a reconocer en Jesús al que me llama por mi nombre y la puerta por la que tengo que entrar para tener vida, al que da la suya por mí y no me abandona en los ataques del lobo. Me ha enseñado a distinguir a los falsos pastores y ladrones de ovejas. Y he aprendido además que estoy llamada también a acompañar a mis hermanos hacia fuentes tranquilas, a sanar sus heridas y procurar su descanso, a atravesar con ellos las sendas oscuras ofreciendo mi mano o mi brazo. A conocerlos y amarlos como a mí me conoce y me ama el Buen Pastor.
Este Domingo, contemplamos a Jesús como buen Pastor, título que se da en el versículo 11 del mismo capítulo que no se proclama en este Domingo.
El entra y el guarda le abre y saca a sus ovejas y sus ovejas le siguen y va llamándolas por su nombre y una vez fuera del aprisco, Él va delante.
Qué hermoso pasaje, y qué hermoso salmo, podríamos decir que es un canto a la confianza, al abandono en Jesús nuestro Señor, al que el agradecimiento debe ser eterno, como eterna es su misericordia.
Quién no ha tenido experiencias de la misericordia del Señor, de su compasión hacia nosotros, en la enfermedad, en las crisis de desesperanza, desolación, abandono, todos hemos pasado por nuestros desiertos y qué pocas veces nos hemos acordado de nuestro Buen Pastor, del que nos genera confianza, alivio, tranquilidad, paz y sosiego en nuestras turbulencias, física o psíquicas, porque “”porque tú vas conmigo””, Tú estás conmigo, me acompaña.
Podríamos contar cada uno nuestras experiencias de esa misericordia de Dios con nosotros, de las atenciones del Buen Dios con nosotros, unas veces en las penas y otras en las alegrías, pero lo hemos notados, lo hemos sentido a nuestro lado, máxime cuando los años son muchos y los achaques más aún.
Esa confianza que nos llena, esa confianza que nos inunda el corazón, porque nos sentimos amados, queridos tenemos que tenerla también con nuestros Pastores de alma, nuestros obispos y sacerdotes y con el Papa, tenemos que sentirnos guiados, acogidos por ellos y tenemos que pedir por todos ellos, por los buenos y los menos buenos, como rezaba Santa Teresa del Niño Jesús, por los jóvenes y los ancianos, los sanos y los enfermos, por el que me bautizó, me dio la primera Comunión, el Obispo que me confirmó, no recuerdo bien la oración, pero si que era hermosa y recogía el paso por su vida de aquellos sacerdotes que habían marcados los hitos más importantes de su vida.
Seamos agradecidos, sintamos el acompañamiento, sintamos la cercanía, el consejo, la sugerencia que Dios nos trae a través de sus sacerdotes, pero también a través de las personas y circunstancias de la vida.
Olvidemos y hagamos oídos sordos a tantos falsos pastores que se cuelan en nuestras vidas con halagos y promesas de felicidad, abriéndonos puertas grandes que no cuestan esfuerzos traspasar, con falsas esperanzas de alegrías que son burbujas sin consistencias, con ilusiones vanas de vidas vacías, pero que nos encandilan, por ello sigamos al va delante de nosotros, tenemos su programa en nuestras manos, solo tenemos que leerlo cada día y llevarlo a nuestro corazón y a nuestro diario vivir.
Jesús nos dice al final del pasaje evangélico que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia, agradezcámoselos dando a los demás la misma vida que Jesús nos está dando en cada momento.
Me encuentro en un momento de mi existencia en el que puedo echar una mirada hacia el pasado; mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores. Ahora, como la flor fortalecida por la tormenta, levanto la cabeza y veo que en mí se hacen realidad las palabras del salmo XXII: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas... Aunque camine por cañadas oscuras, ningún mal temeré, ¡porque tú, Señor, vas conmigo!» Conmigo el Señor ha sido siempre compasivo y misericordioso..., lento a la ira y rico en clemencia... (Salmo CII, v. 8). Por eso, Madre, vengo feliz a cantar a tu lado las misericordias del Señor... Para ti sola voy a escribir la historia de la florecita cortada por Jesús. Por eso, estoy segura de que voy a ser comprendida y hasta adivinada por ti, que modelaste mi corazón y que se lo ofreciste a Jesús...
Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría simplemente lo que Dios ha hecho por ella, sin tratar de ocultar los regalos que él le ha hecho. No diría, so pretexto de falsa humildad, que es fea y sin perfume, que el sol le ha robado su esplendor y que las tormentas han tronchado su tallo, cuando está íntimamente convencida de todo lo contrario.
La flor que va a contar su historia se alegra de poder pregonar las delicadezas totalmente gratuitas de Jesús. Reconoce que en ella no había nada capaz de atraer sus miradas divinas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella.
De la historia de un alma de Santa Teresa del Niño Jesús.
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