4 MAYO 2014
3º DOM-PASCUA-A
LUCAS 24,13-35: Emaús. Lo reconocieron al partir el
pan
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LA LÍNEA DEL HORIZONTE (Lc 24,13-35)
Uno de los encuentros más sugerentes de Jesús resucitado es el que tuvo lugar con los que caminaban a Emaús. Fue, para san Lucas, el más importante. Como a muchos cristianos de nuestro tiempo, a estos dos, Jesús les había decepcionado. Esperaban que fuera el libertador de Israel -por eso lo habían seguido-, pero su muerte -humillante- les había abierto los ojos. Cuando oyeron hablar de la resurrección -de lo sobrenatural y maravilloso- pusieron tierra por medio. No estaban los ánimos para esas fantasías. Su problema era que habían seguido a Jesús, no para conocer su mensaje y acoger su propuesta, sino porque servía a sus intereses. Como ellos, hoy muchos cristianos, metidos de lleno en el mundo -lo cual no está mal-, han perdido de vista la meta -lo cual no está bien-. Quisieran que las cosas -las del mundo y las de la Iglesia, las sociales, las políticas y las económicas- fueran según ellos creen y, dado que no es así, prefieren abandonarse a la decepción porque el mundo no es perfecto.
En estos casos falla el realismo y la esperanza. Falla el realismo porque necesariamente cada ser humano vive en un tiempo y en un lugar determinado. Sería maravilloso que todo funcionara a la perfección, pero no es así. Replegarse en sí mismo es vivir en el tiempo o en el lugar equivocado y nada remedia el huir. Y falla la esperanza porque, además de no gustar las cosas, se piensa que no tienen remedio. Sin sentido de la realidad y sin esperanza ¿para qué luchar? ¿para qué esforzarse en cambiar el mundo? En el fondo el desánimo no es sino la justificación de la falta de compromiso, lo cual -por otra parte- resulta bastante cómodo. Los cristianos del desaliento no han perdido la fe, pero la han desactivado, la han dejado en el desván, donde se guardan las cosas que ya no hacen falta, pero que da pena tirarlas porque están llenas de recuerdos agradables.
La solución es dejar que el resucitado nos abra los ojos. Y para ello sólo hay un camino: profundizar en las Escrituras y leer los signos de los tiempos. Fue así como Jesús curó de la ceguera a sus discípulos. Leer y ahondar en las Escrituras es conocer el pensamiento de Dios; leer los signos de los tiempos es conocer la realidad de los hombres. El secreto -la habilidad- es unir ambos extremos. En ello está la salvación. Cuando desaparece uno de ellos, termina cayendo también el otro. Para el pensamiento cristiano no es posible conocer el misterio de Dios sin profundizar en el misterio del hombre, ni es posible descifrar el misterio del hombre sin contemplarlo a la luz del misterio de Dios. Pero no todo el mundo entiende esto: unos porque sólo miran al cielo y otros porque sólo miran a la tierra. Faltan quienes miren a la línea del horizonte donde se tocan el cielo y la tierra.
Paco Echevarría
Hace muchos años, siendo una muy joven e inexperta monja, acudí, con otras monjas tan jóvenes e inexpertas como yo, a un encuentro de una semana en una casa de espiritualidad. Había sido muy tímida desde niña y aquella mi primera salida, después de varios años conviviendo con un grupo de hermanas bastante mayores que yo, me costó mucho. No me hallaba entre otras jóvenes y me sentía fuera de tiesto.
La víspera de volver a nuestros conventos, el fraile que animaba el encuentro nos propuso experimentar, en parejas, el camino de Emaús. Se trataba de compartir nuestra experiencia de fe con otra hermana, y así me tocó deambular por la hermosa huerta de la casa con una perfecta desconocida. Teníamos en común nuestra edad y vocación. Nuestro sentido del deber, que nos empujaba a compartir entre nosotras según las indicaciones del fraile, nos permitió descubrir que había más cosas que nos unían.
Habíamos llegado al encuentro después de un rodaje de años, y se había levantado el velo que cubría a nuestros ojos la mediocridad cotidiana en la vida religiosa, tan distinta de la imaginada por nosotras antes de entrar en el convento. Jesús, que nos había llamado y enamorado tiempo atrás, yacía muerto en el sepulcro y no teníamos esperanza de volver a verle vivo.
Lo cierto es que al hablar de Él, de nuestras esperanzas y desilusiones, nuestros deseos y luchas, sentimos arder de nuevo nuestros corazones y experimentamos que Jesús estaba vivo a nuestro lado; que había estado en todo momento y que continuaba caminando junto a nosotras. Abrió nuestros ojos para reconocerle presente en nuestra historia de cada día, lleno de vida y verdad, de fuerza y poder. Y recuperamos la ilusión y la energía para volver a las comunidades que nos aguardaban.
La amistad que entonces forjamos mi hermana y yo ha continuado de forma ininterrumpida hasta hoy, por carta, por e-mail, en persona en las contadas ocasiones en que es posible... y seguimos compartiendo el camino de fe, nuestras muertes y resurrección, lo que somos, tal cual...
Por eso estoy convencida de que compartir la fe, hablar del Señor entre nosotros es una ocasión privilegiada para que Él se haga presente, camine a nuestro lado y haga arder nuestros corazones con la explicación de las Escrituras. Es el momento de decirle, con el corazón inflamado por el deseo: quédate.
Aunque esté atardeciendo y el día vaya de caída volveremos presurosos e ilusionados al seno de la comunidad para contar y cantar que Jesús está vivo y escuchar cómo también los demás le han reconocido.
Como ya dije en otro comentario, hay en el pasaje evangélico un verbo que se repite en sentido negativo y positivo, reconocer.
Aquellos discípulos entristecidos por el fracaso de Jesús, no lo reconocen en aquel caminante anónimo que llevan su misma ruta, arden con la escucha de las palabras de Jesús, son generosos y quieren seguir su instrucción y llega el momento del reconocimiento, reconocimiento que se realiza al ver el gesto de Jesús partiendo el pan, previa la bendición, gesto que habrían visto en Jesús en multitud de ocasiones, quizás en la última cena, no lo sabemos, pero ellos si sabían que ese era un gesto de Jesús.
Podríamos examinar los gestos de Jesús y nuestros gestos, si somos fieles seguidores suyos, pero desearía, en esta modesta reflexión, fijarme en un gesto en sí maravilloso, que comprende todo el pasaje que se proclama este Domingo.
Y este gesto es el acompañamiento y para tener un fondo, podríamos poner la parábola del buen samaritano.
Todo el pasaje evangélico es una catequesis sobre el acompañamiento, de cómo tenemos que actuar en nuestra relación con los hermanos, con los hermanos en el dolor y en el sufrimiento, que como en este caso, puede ser no físico, sino psíquico, defraudación, tristeza por un fracaso….
Aquellos hombres iban de vuelta a su casa, tristes, defraudados quizás por el fracaso del que creían les iba a devolver la grandeza a Israel, los iba a liberar de la dominación del extranjero, pero resulta que lo matan y unas mujeres “dicen que lo han visto” pero ellos no la creen.
Y aquí entra Jesús, SE LE ACERCA, no se mantiene a distancia, no se queda atrás, no se desentiende, sino que se acerca a los doloridos discípulos y no solo eso, sino que en su acercamiento llega a INTERESARSE POR el tema de conversación y aquellos discípulos lo ponen al tanto de la situación, más política que mesiánica y Jesús les explica las escrituras, es decir les AYUDA EN SU DOLOR, intenta aclarar sus mentes respecto de aquel Jesús que habían seguido y del que conocían sus gestos más íntimos como era la fracción del pan, fracción del pan con la que se da a conocer y aquellos discípulos desandan lo andado, para DAR LA NOTICIA, la noticia de lo que les habían sucedido, Jesús ha resucitado.
Un tema a reflexionar en nuestra oración, como es nuestro acompañamiento de aquellas personas que tenemos a nuestro lado, en la alegría o en el dolor, hasta donde llegamos en nuestro compromiso, nos acercamos, como aquel samaritano, nos interesamos por sus alegrías o por su dolor, cual es nuestra ayuda, lo cargamos en nuestra cabalgadura, en nuestras espaldas o pasamos de largo y dejamos que cada cual resuelva su problema, aunque en nuestras manos esté llevarles nuestra compañía, nuestra disposición en sus problemas, nuestra alegría aún en el dolor, si actuamos, no cabe duda que desandarán lo andado, como dicen el salmo, ““al ir iban llorando llevando la semilla, al volver vienen cantando, trayendo las gavillas “”.
Miremos los gestos de Jesús y reflejémoslo en nuestro vivir, que es la mejor evangelización.
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