20 ABRIL 2014
PASCUA DE
RESURRECCION
JUAN
20,1-9. El había de resucitar de entre los muertos.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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RESUCITÓ (Jn 20,1-9)
La resurrección de Cristo constituye el núcleo de la fe cristiana, hasta el punto de que Pablo escribe: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe" (1Cor 15,17). Otro tema es el modo de entenderla -la explicación que se da de la misma-, que depende de la antropología y filosofía de la que se parta. De todas formas es un asunto de fe, lo que significa que, por muchos argumentos a favor o en contra que uno encuentre, al final, es una opción personal que condiciona el modo de entender la existencia propia y ajena. No es que la fe sea irracional, sino que nunca es el resultado de un silogismo.
Los datos de los que partieron los primeros testigos fueron dos: el descubrimiento del sepulcro vacío y las apariciones. El primero ha sido transmitido por la tradición y tiene a su favor que, de haber sido inventado, jamás habrían puesto como testigos a las mujeres, ya que no se les reconocía capacidad para testificar. El segundo dato pertenece a la experiencia de la Iglesia Primitiva. Creerlo o no creerlo es un problema de confianza en la sinceridad de quienes llegaron a dar su vida por permanecer fieles a lo que predicaban. De todas formas, dado que es asunto de fe, hay que admitir como un dato de experiencia que, para el que cree, las razones en contra no crean dudas y, para el que no cree, las razones a favor no le hacen desistir de su postura.
Una cosa sí es cierta: a lo largo de la historia son muchos los hombres y mujeres que han encontrado en la resurrección de Cristo el elemento clave para encontrar un sentido a su vida. La Magdalena, Pedro, Juan y todos los demás, no creyeron en la resurrección porque alguien les demostró con sabios argumentos la consistencia de esta doctrina, sino porque se encontraron con Jesús vivo tras su muerte y, a partir de ese momento, sus vidas cambiaron por completo. La fe en la resurrección, por tanto, no es algo que se demuestra, sino algo que se muestra. Nadie tiene que probar nada. Lo único que cabe es expresar lo que se ha vivido.
Por cierto, que muchos hoy confunden resurrección y reencarnación. La diferencia es grande: la resurrección significa que se ha alcanzado la plenitud gracias a Cristo que en su muerte y resurrección nos ha salvado; la reencarnación se entiende como oportunidades repetidas para purificarse hasta alcanzar el estado que permita la vuelta a Dios. Hoy día, con el auge del esoterismo y de lo oriental, muchos creen en la reencarnación. Para un cristiano simplemente no es necesaria. Lo que los orientales creen alcanzar con sucesivas reencarnaciones, el cristiano cree que lo ha conseguido como un don gracias al amor de Dios manifestado en Cristo. Para los cristianos, la resurrección de Cristo es el triunfo definitivo como primicia del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la paz sobre la violencia, en definitiva, de la luz sobre la oscuridad.
Paco ECHEVARRIA
Nosotros, como Pedro y los demás que vieron a Jesús resucitado, estamos llamados a ser testigos con ellos. Y solo podremos dar testimonio si, como ellos, experimentamos que Jesús está vivo y pasa haciendo el bien en nosotros y curando nuestras heridas. Si llevamos escritos a fuego en nuestra carne y nuestro corazón muchos días en que hemos cantado con el salmista "Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo" Porque hemos sido objeto de su misericordia y su diestra se ha mostrado poderosa en nosotros.
Reconocemos también a Jesús resucitado cuando buscamos los bienes de allá arriba, aspiramos a ellos y no sentimos el tirón ni la atracción de las bagatelas de aquí abajo. Cuando encontramos, en Cristo y con Él, nuestra vida.
Pero no deja de ser consolador despertar con María Magdalena, el primer día de la semana, después de la experiencia que ella tenía del Señor, envueltos en oscuridad, y salir con ella en busca de un cadáver, sin esperar en absoluto encontrar a Jesús vivo. Él no dejó de salir a su encuentro, la llamó por su nombre, con acento inconfundible, y la hizo testigo de su resurrección.
También es toda una experiencia correr atónitos con Pedro y Juan, llegando al sepulcro con el más joven y aguardando, con delicadeza, al que negó tres veces a Jesús después de haber recibido tantas muestras de su predilección. Y entrar en el sepulcro, con él o con Juan, esperando encontrar sólo la muerte, y descubrir las vendas que envolvían el cuerpo de Jesús en el suelo, y el sudario que cubría su cabeza enrollado en un sitio aparte, como signos de que la vida ha triunfado sobre la muerte.
Si salimos de nuestro encierro, de nuestros miedos y angustias y corremos, aunque sea abrumados por el estupor; si abrimos los ojos y el corazón cuando todo nos habla a gritos de la muerte de Jesús, veremos signos de vida, de resurrección, y como los discípulos empezaremos a creer que Él está vivo.
Celebraremos entonces la Pascua no con levadura vieja, nuestras obras de maldad, mentiras, vanidad y corrupción, sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad, con el gozo de una vida nueva llena de luz.
Desde la madrugada entonamos el ¡Aleluya!, entonamos cantos de alegría, nuestros corazones saltan de gozo, sintonizamos nuestra vida con la plenitud de la vida
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! Jesús ha resucitado, ¡ Aleluya!
Hoy, Señor, es un día de acción de gracias, de gozo, de júbilo, porque un año más sentimos lo que cada día, cada momento en todo el mundo, conmemoramos en la Eucaristía, pues antes de tu muerte nos dejaste el gran regalo de tu viva presencia de un Amor hecho Pan partido para compartir con todos.
Hoy día de acción de gracias, en el que desde nuestra humildad cantamos cada uno nuestro propio Magnificat, como nuestra Madre y Señora, al sentirse llena de Dios, y tiene que ser eso, un catico de agradecimiento, de eterno agradecimiento, pues Tú has resucitado y a nosotros nos concede la gracia de la resurrección, resurrección de nuestras miserias, propias y ajenas de las que quizás seamos autores con nuestra indiferencia, nuestra dejadez, nuestro olvido propio y de los demás.
En la noche santa de la Pascua, celebramos tus proezas con tu pueblo desde la noche de los tiempos hasta nuestros días, lo que debemos meditar con sumo agradecimiento porque tu presencia siempre ha estado con el hombre, aunque el hombre no la haya querido ver.
Es tu Paso por nuestras vidas, para decirnos, que no estás muerto, que vives y estarás con nosotros hasta el fin de los días y que viviremos contigo en tu Reino que tenemos que construir desde nuestro día a día, desde donde estemos, desde el sitio en que nos ha tocado estar en esta vida, en la entrega más absoluta, pues si tenemos que amar como Tu nos amaste, tendremos que llegar hasta el extremo y no quedarnos en palabras, nos quedarnos en frases bonitas, en promesas de aire que la ventolera hace desaparecer, sino en responsable aceptación de tu voluntad que veremos en constante discernimiento.
Celebrar tu Resurrección es celebrar la nuestra, es celebrar nuestra más entrañable esperanza, nuestra más ansiada alegría, la vida completa a la que nos llevará tu Espíritu y que desde ya nos permite gozar de la divina gracia que nos derrama, alentando nuestras débiles fuerzas, reparando nuestro cansancio y haciendo vida tu Vida en nosotros.
Cantemos con el salmista:
Este es el día en que actuó el señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo, ¡Aleluya!
Desde la madrugada del Domingo entonamos el ¡Aleluya!, entonamos cantos de alegría, nuestros corazones saltan de gozo, sintonizamos nuestra vida con la plenitud de la vida
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! Jesús ha resucitado, ¡ Aleluya!
Hoy, Señor, es un día de acción de gracias, de gozo, de júbilo, porque un año más sentimos lo que cada día, cada momento en todo el mundo, conmemoramos en la Eucaristía, pues antes de tu muerte nos dejaste el gran regalo de tu viva presencia de un Amor hecho Pan partido para compartir con todos.
Hoy día de acción de gracias, en el que desde nuestra humildad cantamos cada uno nuestro propio Magnificat, como nuestra Madre y Señora, al sentirse llena de Dios, y tiene que ser eso, un catico de agradecimiento, de eterno agradecimiento, pues Tú has resucitado y a nosotros nos concede la gracia de la resurrección, resurrección de nuestras miserias, propias y ajenas de las que quizás seamos autores con nuestra indiferencia, nuestra dejadez, nuestro olvido propio y de los demás.
En la noche santa de la Pascua, celebramos tus proezas con tu pueblo desde la noche de los tiempos hasta nuestros días, lo que debemos meditar con sumo agradecimiento porque tu presencia siempre ha estado con el hombre, aunque el hombre no la haya querido ver.
Es tu Paso por nuestras vidas, para decirnos, que no estás muerto, que vives y estarás con nosotros hasta el fin de los días y que viviremos contigo en tu Reino que tenemos que construir desde nuestro día a día, desde donde estemos, desde el sitio en que nos ha tocado estar en esta vida, en la entrega más absoluta, pues si tenemos que mar cono Tu nos amaste, tendremos que llegar hasta el extremo y no quedarnos en palabras, nos quedarnos en frases bonitas, en promesas de aire que la ventolera hace desaparecer, sino en responsable aceptación de tu voluntad que veremos en constante discernimiento.
Celebrar tu Resurrección es celebrar la nuestra, es celebrar nuestra más entrañable esperanza, nuestra más ansiada alegría, la vida completa a la que nos llevará tu Espíritu y que desde ya nos permite gozar de la divina gracia que nos derrama, alentando nuestras débiles fuerzas, reparando nuestro cansancio y haciendo vida tu Vida en nosotros.
Cantemos con el salmista: Este es el día en que actuó el señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo, ¡Aleluya!
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