6 JULIO 2014
DOMINGO 14-A
MATEO 11,25-30. Soy manso y
humilde de corazón.DESCARGAR DOM-14A
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
YO OS ALIVIARÉ (Mt 11,25-30)
Ante el mensaje de Jesús -hoy como ayer- caben muchas posturas. Las ciudades ribereñas del mar de Galilea habían oído sus palabras y habían visto sus milagros, pero no creyeron en él. El texto que precede a estas palabras de Jesús es un vaticinio de dolor, un anuncio de futuras desventuras, por la dureza de corazón de sus habitantes. Es la postura del que ni oye razones ni quiere ver signos.
El contrapunto de esa postura aparece en estas palabras de Jesús. Lo primero que aparece es una bendición, acción de gracias porque los sencillos han comprendido el anuncio y se han dejado impactar por el signo. El Señor del cielo y de la tierra -sólo en este lugar se llama así a Dios-, el Todopoderoso, se ha manifestado a la gente humilde, a los hombres de corazón sencillo. Dios siente debilidad por aquellos a los que el mundo menosprecia y, en caso de conflicto, se pone de su parte. Frente a ellos los sabios y entendidos se quedan vacíos y sin nada. María, en el Magnificat, canta lo mismo: “Derriba a los poderosos y exalta a los humildes... Colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos”. En el hombre que está lleno de sí mismo no hay lugar para Dios... ni para los demás. Quien tiene la mente atiborrada de seguridades no tiene espacio para la verdad. Sólo el vacío deja entrever lo esencial. Hablamos del conocimiento de Dios que no es conquista humana, sino revelación divina. No es mérito, sino don conocer al Dios verdadero. Porque el conocimiento del que aquí se habla no es entendimiento y comprensión, sino vivencia, es más amor que ciencia, más bondad que verdad. Por eso sólo el Hijo de Dios puede revelarlo.
Las últimas palabras, dirigidas a la gente que le escuchaba, son las más consoladoras del Evangelio: “Venid a mí todos los que estáis rendidos de la lucha y angustiados, que yo os aliviaré... Yo seré vuestro descanso”. Hay quienes entienden el cristianismo como una religión de sacrificio que exige al hombre continua renuncia. Es como si hubieran hecho del dolor el dogma supremo del mensaje de Jesucristo. No es dolor sino amor lo que ocupa el núcleo de su enseñanza. Más aún: la superación del dolor por el amor. Por eso puede decir: “Aprended de mi... Mi yugo es ligero”. La fe cristiana nunca puede ser una carga agobiante, un yugo que hiere con el roce. Quien lo vive así no ha entendido de qué va la cosa. Cuando se acepta el mandamiento de Jesús, la carga es una fuente de consuelo y de apacible serenidad. La fe en Cristo no elimina el dolor de la vida ni el sinsabor de la dificultad o el fracaso, pero fortalece el ánimo y da cordura para afrontarlos sin que el corazón y la bondad esencial se resientan. Se hace frente a todo con la fortaleza que dan la mansedumbre y la humildad. Todo el que ama de modo verdadero se eleva interiormente y se serena. El miedo y sus sombras -el resentimiento y el odio- llenan el ánimo de agitación y amargura.
Llevo más de dos años fuera de mi convento y mi ciudad, dedicada a atender a mi padre enfermo. Esto me ha permitido conocer a la gente sencilla de la calle y la parroquia, y experimentar su acogida y compañía. Después de más de 25 años de vida contemplativa ha sido toda una aventura para mí encontrarme con los demás a pie de calle, escuchar cómo encaran la vida de cada día y compartir con ellos la mía.
Por eso entiendo mejor que antes la alegría de Jesús y su acción de gracias al Padre por haber revelado los misterios del Reino a la gente sencilla y no a los sabios y entendidos. Por eso comparto mejor que antes su gozo y su agradecimiento al contemplar cómo, a mi alrededor, sigue sucediendo así.
Todos los días nos reunimos en la Eucaristía de la parroquia de las ocho de la mañana un nutrido grupo de fieles. Cuando termina nos juntamos unos cuantos a la salida. Entre nosotros hay jubilados, currantes, dos monjas (una de vida activa que cuida a su madre y yo) casados, separados, viudos y solteros. Y de la forma más sencilla y natural compartimos la Palabra recién celebrada, los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de nuestras vidas, las noticias del momento del país y el mundo; y sobre todo nos demostramos cariño, nos preocupamos unos de otros, nos interesamos por todos, nos cuidamos, y celebramos, yendo a una cafetería a desayunar, los cumpleaños de todos, o la superación de una enfermedad, la graduación de una sobrina... Optamos hace tiempo, de común acuerdo, por ir a un local que intentaban sacar adelante unos emigrantes rumanos para ayudarles. O vamos donde otros propietarios de un establecimiento con poca clientela y en riesgo de cierre. Allá nos presentamos, todos en tropel, grupo variopinto a más no poder, con hábito incluido, el mío.
En ese roce bendito con todos ellos he contemplado las maravillas de Dios, y he sido testigo de la experiencia de cada uno del alivio del Señor en sus cansancios y agobios. Sé hasta qué punto conocen su yugo llevadero y su carga ligera.
Entre ellos, yo, la profesional de la vida espiritual, soy una más, como debe ser; y mis comentarios y opiniones son tan valorados como los de cualquiera, ni más ni menos.
La verdad es que nos sentimos súbditos privilegiados del rey que llega modesto y cabalgando sobre un asno, y alcanza así la victoria. Tenemos motivos cada día para bendecir y alabar al Señor. Sabemos de su clemencia y misericordia, de su cariño y piedad por nosotros, su bondad y fidelidad, y nos encanta compartir cómo nos sostiene y endereza cuando nos doblamos.
Yo conozco gente sencilla y pequeña, de andar por casa, que no está en la carne sino en el Espíritu, que me enseña y me apoya, todos los días, a vivir como hija de Dios, discípula de Jesús, y hermana y amiga. Ahí encuentro, a diario, mi fuerza y mi alegría.
En más de una ocasión he dicho en estas paginas, que nos hemos olvidado del amor, único mandamiento de Jesús, y nos hemos agarrados a los códigos, leyes, decretos y tratados que no concordatos (no sé la diferencia), pero siempre alegando, contraalegando, esto, aquello y lo de más allá, en escritos, revistas, televisiones propias y ajenas, en las calles, en las concentraciones y como digo, olvidamos nuestro poder, nuestra fuerza, nuestra manera de vivir y de estar, olvidamos el Amor del que procedemos y olvidamos el amor que somos, y que constituye nuestra esencia, pues estamos hecho a imagen y semejanza de ese Amor, creador, compasivo y misericordioso.
Hoy Jesús viene a recordarnos que Dios se da a los sencillos, a los humildes, a los que nada tienen que perder porque no tienen nada porque todo lo esperan del Señor, los anawin de los tiempos de Jesús, en definitiva a los pobres, a los que luchan por la paz y la justicia, a los que lo dan todo en misericordia y compasión, los de mirada limpia y recto corazón, los que lloran y sufren las injusticia de esta sociedad marcada por el dios mercado, por el tener.
Hoy, como ayer, los entendidos escriben, discuten, no dialogan, hacen multitudes de interpretaciones de lo que ellos creen que es con múltiples razones desde Dios hasta lo más humilde, podíamos decir que predican pero no dan trigo, hablan pero no se acercan a los llagados por la vida, hacen maravillosas tesis doctorales sobre todo, pero no conocen la calle como nos muestra la hermana Maite en precioso y vivo comentario, no saben más que de reglas, condenas, definiciones de vida y modo de vivir, pero qué poco, como se dice por aquí, se mojan, qué poco se hacen prójimo del otro.
Sobran inquisidores, farándulas de cargos, multitudes de organismos, no sólo civiles, que ya es, me refiero a los de la Iglesia y falta cercanía, y todo cuanto antes quedo dicho de nuestro estilo de vida.
Jesús, gracias porque te fijaste y te fiaste de los que nada te podían dar, a no ser negaciones y esa huida generalizada ante el peligro que se te venía encima, pero que el Espíritu purificó y lanzó de manera sencilla a una difusión de tu Reinado por todo el mundo sin temor a nadie ni a nada y como dice S. Pablo, quien nos separará del amor de Dios, las pruebas, las angustias,……..
Las palabras del pasaje de hoy, nos debe de llevar a una absoluta confianza en Dios nuestro Padre, a un abandono total de nuestra vida, problemas, preocupaciones, ocupaciones, ansiedades, sinsabores….. todo en las manos de Dios y Él nos dará a cargar con su yugo, suave porque es amar, ligero porque no necesita nada más que de nuestro amor, como dice S. Pablo “a nadie debáis nada más que amor”, maravillosa interpretación del yugo de Jesús.
En consonancia con lo dicho, transcribo versículos del salmo 37(36)
“”Pon tu porvenir en manos del Señor, confía en Él y déjalo actuar””
“”Cállate junto al Señor y espéra””
Santa María, Madre de todos los hombres, ayúdanos a decir AMEN
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