TRINIDAD

domingo, 8 de junio de 2014
15 JUNIO 2014
SANTISIMA TRINIDAD

JUAN 3,16-18. Dios mandó su Hijo al mundo, para que el mundo se salve por él.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 08 junio, 2014 08:42 dijo...

DIOS Y EL HOMBRE (Jn 3,16-18)

Hay un saber, un conocimiento de la realidad, que parte de los datos ofrecidos por los sentidos y sacados de la experiencia. Se le suele llamar saber científico y, para muchos, es el único saber auténtico y fiable. Todo lo demás, según ellos, es o filosofía o fantasía. Sin negar el valor del saber científico, pienso yo, y es una opinión tan legítima como las demás, que hay otras fuentes de conocimiento que no podemos ignorar ni despreciar. La historia de la ciencia es la historia de una continua rectificación. Cuando se niega a rectificar en base a nuevos datos se convierte en dogmática. La astrofísica está revolucionando la idea que teníamos del origen y la estructura del universo; la paleontología nos obliga a revisar la historia de la evolución humana; la arqueología, la genética, etc. con cada nuevo descubrimiento corrigen al saber científico. El cambio es inherente a la ciencia. Hablar de pensamiento científico es hablar necesariamente de la visión de la realidad propia de un tiempo determinado, distinta de lo que fue en el pasado y distinta de lo que nos depara el futuro. Decir que el único saber fiable y legítimo es el saber científico es, en el fondo, una contradicción.

Todo esto me viene al pensamiento al hilo de la idea de Dios. El científico piensa, y no es equivocado, que no puede recurrir a él a la hora de explicar la realidad, por ser eso más propio de la mitología y de la religión. Lo cual no significa que, desde la ciencia, se pueda negar su existencia. La idea de Dios pertenece a otra esfera del saber, tan legítima y necesaria como la del saber científico: la que busca más allá del dato que ofrecen los sentidos. Es cierto que la realidad de Dios siempre será mayor que la idea de Dios que el hombre tiene y que, por tanto, nadie puede pretender conocerlo absolutamente. Por eso es el Innombrable. Y el cristianismo no es una excepción.

Lo cierto es que la Biblia nos dice de Dios, no lo que necesitamos saber de él, sino lo que necesitamos saber de él para conocernos a nosotros mismos. Cuando dice que el hombre ha sido creado a su imagen y semejanza, se establece un principio: el hombre sólo puede comprenderse a sí mismo si se mira en Dios. Y cuando dice que Dios es amor, no está definiendo la esencia de Dios, sino la esencia del hombre: sólo llegará a ser él mismo cuando descubra que su ser más profundo es el amor.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todos los que creen en él tengan vida eterna”. Esta es la clave del pensamiento cristiano sobre Dios y la clave de la antropología cristiana. Dios es amor que ama y, por ello, salva. El hombre sólo se salva siendo amor y amando. La ciencia puede no entender este lenguaje, pero eso no significa que éste sea un lenguaje superfluo.

Maite at: 09 junio, 2014 21:17 dijo...

A veces resulta patético (es una impresión personal) escucharnos a los "profesionales" de la oración y la vida religiosa, o a veteranos de grupos laicales, hablar de Dios como si todo lo referente a Él no tuviera ningún misterio para nosotros (y aprovecho para pedir perdón por las veces en que yo caigo en ello desde estas líneas) Por eso es un consuelo acercarse al misterio de la Santísima Trinidad que nadie podemos explicar.

Cuando estaba a punto de entrar en el convento, a mis dieciocho años, la superiora me dio para leer los escritos de una de las santas jóvenes de nuestra Orden: la francesa Isabel de la Trinidad. Recuerdo cuánto me impactó descubrir que ella se relacionaba con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Me parecía maravilloso poder tratar en la oración con cada uno de ellos, con confianza y familiaridad, en una relación filial, de amor... y percibirlos como tres personas distintas entre sí y un único Dios, sin confusión, recibiendo como un don, un regalo, una gracia, una amistad así. Me parecía increíble tal abajamiento o condescendencia por parte de Dios, ese desear estar con nosotros tal como es, sin reservarse nada, dándose del todo.

Mucho tiempo después he comprendido mejor que haber sido creados a imagen de Dios se refiere a Dios Trino y Uno. Un dios que no es un ser solitario sino comunión de amor en continua danza y movimiento, como tan bellamente recoge Juan en la hojilla de esta semana. Y voy sintiendo la llamada no sólo a vivir en comunión con Él, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino con mis hermanos y hermanas en la fe y fuera de ella.

Una vez oí decir a un religioso que no puede establecer una relación de amistad con Dios quien no puede ser amigo de nadie; y creo que es verdad: no se puede vivir en comunión de amor con Él si no se vive la comunión con los hermanos, pues no se puede separar a Dios de ellos.

No podremos penetrar nunca en el misterio de la Trinidad, pero ¿acaso no colma todas nuestras expectativas un dios que se revela a Moisés como el compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad? ¿No podemos bendecir, alabar y glorificar con el salmista? Y tenemos todos los días de nuestra vida para despertar y comenzar el día, pasarlo y terminarlo, con la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo. Con la certeza de que nuestro dios es el Dios del amor y la paz, que nos llama a vivir alegres y con un mismo sentir. Y nos ama hasta el punto de entregar a su Hijo único por nuestra salvación; porque no busca nuestra condena sino que tengamos vida eterna. Ya sabemos cómo es Dios y cuáles son sus deseos.

Ahora la Trinidad nos penetra y envuelve, nos habita y traspasa, y nada ni nadie puede impedirnos, si queremos, participar en su danza interminable de amor. A la tarde de la vida se descorrerá el velo y tendremos toda una eternidad para contemplar, cara a cara, su gloria.

Juan Antoniio at: 10 junio, 2014 11:29 dijo...


Si difícil es hacer un comentario de cualquier texto de la semana o en general de las Sagradas Escrituras, hoy, esta semana mucho más, porque hoy lo que podemos hacer es mostrar nuestro asentimiento a una verdad sentida, a un dogma querido, a un Dios que desde la infancia nos ha sido dado como Padre, Hijo y Espíritu Santo, y del que hemos ido recibiendo la formación adecuada a nuestra edad.
Pero somos adulto y como nos dice S. Pablo, hemos dejado las cosas de niño y ahora ternemos que actuar como adulto, con plena consciencia de lo que decimos y hacemos y esto en nuestra vida cristiana nos exige una aceptación, una creencia en un Dios, uno y trino, uno en Amor, en Misericordia y en Dador de vida a los hombres y mujeres de todos los tiempos que abren su corazón y su vida a ese rostro del Padre que nos trajo el Hijo y nos hace amar el Espíritu.
S. Pablo termina su carta de hoy con una maravillosa despedida que la Iglesia ha hecho saludo al inicio de la celebración eucarística “”la gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo, estén siempre con todos vosotros””, esto después de hacer la señal de la Cruz sobre nosotros, es decir en segundos invocamos al Dios, Uno y Trino y ¡cuánta rutina en nuestro actuar!
Qué poco consciente somos de lo que recibimos, de lo que hacemos y de lo que decimos: todo ello exige un acto de fe por nuestra parte y conciencia de lo que hacemos.
Este Dios, que al ser Amor, tenía que ser en sí, plural y uno en esta diversidad, tenemos que aceptarlo en nuestra fe y abrirnos a su Amor, hecho Vida y Motor de nuestra existencia.
Puede que esta reflexión no sea todo lo ortodoxa que debiera, pero ante ese misterio de Dios, solo cabe proclamar, cada uno en su vida, cada uno en su circunstancia, las grandezas del Señor, el misterio que nos desvela la primera lectura, Dios “” compasivo, misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y fidelidad”.
¿Aún queremos saber más?
Exultemos de gozo con el Espíritu Santo, proclamemos nuestro Magnificat desde nuestro humilde corazón, porque tenemos tantas cosas que agradecer a Dios y para ello nos basta mirar el día de hoy y la noche de ayer y así uno y otro, un año y otro y no podríamos, como dice el salmista, terminar de enumerar tus dones.
“”Bendito tu nombre, santo y glorioso”
Madre de todos los hombres, ayúdanos a decir AMEN