31 AGOSTO 2014
DOMINGO 22-A
Mt 16,21-27. El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
3 comentarios:
EL SEGUIMIENTO DE JESÚS (Mt 16,21-27)
Como buen pedagogo, Jesús no se mostró a sus discípulos de una vez, sino poco a poco, en la medida en que estaban preparados para conocer lo que se refería a su destino. Esperó a que tuvieran claro que era el mesías esperado para hablar de su pasión y muerte. Ya anteriormente les había advertido que iba a tener dificultades (Mt 10,24s), pero jamás se pudieron imaginar el tipo de problemas que le aguardaban. Cuando emprenden el camino hacia Jerusalén donde van a tener lugar hechos difíciles de entender y de aceptar, Jesús habla abiertamente de la muerte que le aguarda. No disimula la crudeza de las cosas para evitarles decepciones o desengaños, sino que habla crudamente.
La reacción de Pedro -“No permita Dios que te pase nada de eso”- indica que lo entendieron perfectamente. Pero la respuesta de Jesús no puede ser más clara: “Apártate de mi, Satanás. Piensas como los hombres, no como Dios”. El Satán era el ministro de la corte divina encargado de tentar a los hombres para comprobar su fidelidad -con el tiempo pasó a ser uno de los nombres del diablo-. Pedro está poniendo tropiezos a Jesús en el cumplimiento de su misión porque su entender se ajusta más a los criterios de los hombres que a los criterios de Dios. Y es que resulta muy difícil a la lógica humana entender la cruz y más aún que sea el camino hacia la vida. El escándalo de la cruz es uno de los argumentos que se utilizan para rechazar a Dios, porque -dicen- o Dios puede evitar el sufrimiento y no quiere hacerlo -lo que indica que no es bueno- o quiere evitarlo, pero no puede hacer -lo que indica que no es poderoso-. En ningún caso es Dios. La argumentación es ingeniosa, pero no resuelve nada: ni el problema del sufrimiento ni el interrogante sobre Dios.
En las palabras que siguen, Jesús expone su punto de vista siguiendo la lógica de Dios. Seguirle a él exige la renuncia a sí mismo, que no es resignación, sino elección. No se trata de aguantarse con el malestar de las cosas, sino de renunciar libre y alegremente a lo pasajero para alcanzar lo permanente. Hay un dicho popular que refleja este pensamiento: No se puede hacer una tortilla sin romper los huevos. El que no renuncia a algo, no puede conseguir algo; el que lo pretenda todo tiene que renunciar a todo. No es un trabalenguas ni un acertijo; es una ley de la vida. La segunda condición es cargar con la cruz. La cruz de la que aquí se habla se refiere a la del seguimiento de Jesús, es decir, a las dificultades que conlleva creer en él. La tercera condición es seguir sus pasos. No se trata de ganar el mundo -¿de qué sirve si se pierde la vida?-, sino de servir al reino de Dios, que no conlleva grandeza humana sino humilde servicio a los más pobres.
Éste era el estilo de Jesús: claro y radical. Disimular las exigencias para conseguir seguidores sólo es una manera de ahorrar para el fracaso.
Aún pululan por ahí, entre las filas de los seguidores de Jesús, muchos amigos Pedros que, so capa de cariño e interés personal, se escandalizan así: ¡No lo permita Dios! Eso no puede pasarte. E intentan convencer a los demás, convencidos como están ellos, de que ser de los amigos de Jesús garantiza la prosperidad en este mundo, y los primeros puestos en el banquete de aquí y en el de allá.
He conocido, en la vida religiosa, acompañantes espirituales de ambos sexos que consideran una merecida bendición que sus hijos e hijas en el Espíritu sean superiores o superioras, provinciales o presidentas de su Federación de monasterios, claro está, por el bien de los demás, dadas las cualidades y capacidades de sus acompañados. Solo recuerdo a uno, extraordinario religioso y profundo conocedor de la Biblia, que nos dijo en una ocasión, a toda la comunidad reunida, que algunas de nosotras podíamos ser mártires un día; cruda realidad que viven muchos hermanos nuestros, siempre demasiados, en esta aldea global que es nuestro mundo.
Santa Teresa de Jesús, cuando se refiere a sus conventos dice:
Esta casa es un cielo, si le puede haber en la tierra, para quien se contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento suyo.
El orante del salmo 62, hambriento y sediento de Dios, enamorado, al fin, madruga para contemplar, alabar, bendecir e invocar, con todo su ser, al que ama. Deja el lecho y el descanso, renuncia a la comodidad y al sosiego, para salir en busca del Amor. Se niega a sí mismo para afirmar al que ama.
Jeremías, otro enamorado, encuentra su cruz, sin saberlo, en la incomprensión, las burlas y el desprecio de sus paisanos, por su fidelidad a la misión que Dios le encomienda y hablar en su nombre. La extraordinaria sensibilidad y delicadeza que le caracterizan le hacen sufrir intensamente, pero su amor es más fuerte que él.
Pablo enseña a los romanos a seguir a Jesús, a negarse a sí mismos y cargar con la cruz, a perder la propia vida por el Señor. Y les exhorta a ofrecerse como sacrificio vivo, a no ajustarse a este mundo sino a transformarse por la renovación de la mente; a discernir y buscar la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Ahí está la cruz de Jesús que estamos llamados a cargar en pos de Él, y que nada tiene que ver con las consecuencias del pecado, de nuestras heridas o malas opciones.
No se puede predicar la cruz de Jesús como una prueba que Dios nos envía, a modo de expiación o vete tú a saber qué. Entregar la vida por los demás, servir desde el último lugar renunciando a todo aplauso y alabanza, a puestos y honores, buscar el Reino de Dios y su justicia, y asumir las consecuencias, es abrazar la cruz, la de verdad, la de Jesús, y dejarse clavar con Él en ella, para que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Las lecturas de esta semana nos refiere la llamada de Jesús a seguirle, con libertad, con absoluta libertad, no hay imposición, ni violencia – aunque pueda verse aparente contradicción en la primera lectura.
Jesús nos dice “el que quiera seguirme...”, no dice tenéis que, debéis de, lo deja a nuestra libre y entera adhesión a Él en una fe sin fractura.
Porque entonces le seguimos, y tenemos que cantar con Jeremías, “me sedujiste Señor y me dejé seducir” por tu estilo de vida que “me fuerza y me puede” es decir es superior a cuanto veo a mi alrededor y ahí está la razón, la causa de nuestro seguimiento, porque en nuestro día a día nos hemos dejado seducir al orar con su Palabra, al examinar nuestra vida a la luz de la vida y estilo de Jesús.
El programa que nos propone el Evangelio no es muy seductor ya que en primer lugar nos dice que le va a pasar a Jesús, como su celo por el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de amor, de entrega, de solidaridad, le llevará a un sufrimiento no querido, pero sí lleno de amor; Él vino a establecer el Reino y este programa del Reino, lo lleva a la Cruz, en la dicha y la alegría de haber cumplido con la voluntad del Padre, dejando iniciado su Reinado para que nosotros los siguiéramos construyendo.
Ahora bien lo que le sigan tendrán el mismo camino de incomprensión, rechazo, injurias e incluso la muerte y en ello seremos bienaventurados, pues así lo dejó dicho en el prólogo de su caminar con las ocho, entre otras, bienaventuranzas.
Y para ello tendremos que quitarnos todo -renunciar, negarse- a todo lo que nos sobra ligero de equipaje porque como hoy, ayer y siempre, las injusticias está ante nuestros ojos, los pobres son más pobres y los ricos más ricos y nosotros que nos llamamos seguidores de Jesús ¿Qué hacemos? ¿Dónde está nuestra denuncia, nuestra actuación? O sencillamente seguimos siendo lo que somos y dejamos los preferidos de Dios a nuestras espaldas, sea a título particular, institucional, comunitario......., que de todo sucede.
Dónde estamos?, seguimos o no seguimos el estilo de Jesús, pues Él y solo Él nos basta, pues con Él estaremos con todos los que nos necesitan.
Dice el salmista hoy “mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”,
Que no sea un dicho, sino una realidad vivida con las bienaventuranzas en las situaciones y personas de cada una de ellas.
María, Madre de todos los hombres, ayúdanos a decir AMEN
Publicar un comentario