DOM-23-A

domingo, 31 de agosto de 2014
7 SEPTIEMBRE 2014
DOMINGO 23-A

MATEO 18,15-20: La corrección fraterna

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 31 agosto, 2014 08:45 dijo...

SI TU HERMANO PECA (Mt 18,15-20)

La condición histórica del ser humano hace que éste, aún estando llamado a realizarse plenamente y, por tanto, a alcanzar la perfección, con frecuencia deje que desear en su conducta y se enrede en las trampas del mal. Vivir es caminar y caminar supone cansancio, suciedad, equivocaciones y tropiezos. Jesucristo, cuando crea el grupo de los discípulos, les pone como ideal la perfección, pero sabe que la imperfección les rondará en todo momento. Por eso establece un modo de actuar con el pecador según criterios bien precisos.

En primer lugar -dice- hay que acercarse a él. El libro del Levítico estableció que no se debe aborrecer a nadie, sino que hay que corregirle para no ser cómplice de su pecado. Muchos, ante la falta ajena, optan por el desprecio y la murmuración -que es cosa más propia de espíritus mezquinos que de corazones nobles-. Jesús establece una norma que brota de la fraternidad: quien conoce la falta y no hace nada, incurre en culpa y es responsable, en cierta medida, del pecado del otro. La corrección ha de hacerse a solas y en privado porque el objetivo no es humillar a nadie sino salvar al hermano y hacerle retornar al buen camino. El primer paso, por tanto, lo da la caridad.

Pero puede ocurrir que el otro no atienda razones ni advertencias y se empecine en su pecado. En ese caso hay que darle una nueva oportunidad. Según la ley, sólo era válido el testimonio coincidente de dos testigos. Si la llamada del amor no ha sido oída, entonces hay que recurrir a la razón jurídica. La corrección se hace por exigencia de la justicia. Es así como se estrecha el cerco en torno al pecador.

Si la anterior medida no surte efecto y el pecador no se corrige, entonces ya es un asunto público y debe ser la comunidad en pleno, reunida en asamblea, la que trate el asunto y haga una amonestación abierta y firme. Si tampoco atiende esa voz, debe ser considerado un extraño porque quien rechaza la mano que ofrece ayuda se sitúa fuera de la comunión y de la fraternidad. Resulta dura la medida con el pecador impenitente, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta que ha ido precedida por acciones emanadas del amor y de la justicia y que, a la postre, sólo es reconocer y hacer pública una decisión personal.


De todas formas -y esta es la segunda norma- la decisión no es definitiva. Las palabras que siguen reconocen a la Iglesia el poder de atar y desatar indicando con ello que las puertas -las de la Iglesia y las del cielo- siempre están abiertas al pecador arrepentido. En el curso de la vida nada es definitivo. Mientras es de día, las puertas permanecen abiertas -para entrar y para salir-. Sólo se cierran cuando llega la noche. La última norma recoge el espíritu de donde brota lo anterior: la unidad de los hombres es garantía de la presencia de Dios en medio de ellos.

Maite at: 02 septiembre, 2014 18:41 dijo...

Los que seguimos a Jesús somos, a diferencia de Caín, guardianes y custodios de nuestros hermanos. Por eso tenemos que practicar, entre nosotros, la corrección fraterna. Y para que lo sea de verdad, tiene que nacer del amor, ése del que habla Pablo cuando dice que "uno que ama a su hermano no le hace daño" y que "amar es cumplir la ley entera"

De otra forma, so capa de amor al prójimo y afirmando llevar a cabo una corrección fraterna, podemos pasar facturas, ejecutar venganzas personales o hacer pagar caras a los demás las consecuencias de nuestras heridas y nuestro pecado; o proyectar sobre ellos nuestros complejos y desequilibrios.

Hacer una corrección fraterna tiene que costar y doler al que la practica, y nacer de un interés sincero de salvar al hermano que la necesita. Hay que hacerla desde la libertad y asumiendo las consecuencias que se puedan derivar de ella; y con guantes de seda, misericordia y ternura, con cariño. Sabiendo que está en las antípodas de cantar las cuarenta o echar en cara lo que sea. No se trata de escupir al otro las mal llamadas "verdades", sus límites o pecados, sus defectos o lo que no nos gusta de él. Tiene que nacer del anhelo más profundo de llevar luz y fuerza a quien más queremos, porque sus actitudes o hechos le alejan de la fuente de la vida, de la paz y la alegría.

Al otro se le corrige a solas, en el marco de una relación de tú a tú, y si el caso lo requiere con uno o dos más, o ante la comunidad. Pero toda corrección deja de serlo si surge del cotilleo, la maledicencia, los comentarios y críticas.

Tan malo y destructivo como una corrección sin amor es el silencio ante la conducta de un hermano que le lleva a la muerte, a vivir en tinieblas, en el engaño y la mentira. Y ante Dios somos responsables de ello.

Yo he tenido la suerte, desde muy jovencilla, de tener personas a mi lado que me han querido de verdad, y que me han corregido con firmeza cuando lo he necesitado. A ellas debo haber crecido como mujer y religiosa. Gracias a ellas he superado situaciones que me parecían sin salida y he ganado en libertad, además de conocer, por su medio, el cariño de verdad.

A veces puede resultar duro ser un buen hermano; es una gran responsabilidad. Pero qué bueno es, en el camino de la vida, contar con más de uno.

Juan Antonio at: 03 septiembre, 2014 13:14 dijo...

La Palabra de Dios nos trae hoy la corrección fraterna, corrección que tiene que partir del ofendido, pues como nos dice el autor de la hoja, hay otras traducciones que en vez de tu hermano peca, dice, si tu hermano te ofende, que sería más acertada al espíritu de cuanto se dice.
En ambos casos está el perdón de por medio, está la grandeza del que lo pide y la humildad del que lo concede y lo expreso así y el pasaje evangélico de hoy me da la razón, al decirnos que el ofendido tiene que buscar la conversión, el cambio del ofensor el cual tiene que partir de una grandeza de corazón tal para reconocer su error, que ha obrado mal.
Cuando le hablo a los novios de la fidelidad les digo que el perdón es el vigilante de ésta, pues si tenemos esa humildad en la acogida y la grandeza del alma en reconocer nuestro error, se limarán las aristas de nuestra convivencia y la harán plena en su desarrollo al quitar de nuestro camino todo aquello que impida una unión conyugal perfecta.
No creo que esté muy descaminado con mi proceder en los cursillos prematrimoniales, pues hoy el Evangelio amplia el ámbito, pues empieza entre ofendido y ofensor y termina con la actuación de la comunidad, cosa esta, creo yo, desusada en nuestras comunidades y grupos eclesiales, a no ser algunos más concretos de orientación, oración y crecimiento espiritual donde la ayuda mutua pueda ser parte del carisma del grupo o movimiento.
Esta corrección entraña un amor enorme, una delicadez sin límite y una oportunidad efectiva: porque sin amor no hay perdón, base de la corrección; sin delicadeza sacaríamos nuestra soberbia y orgullo y si lo hacemos a destiempo, de nada serviría
Hablando de amor, S. Pablo nos deja hoy una frase para incrustar en nuestras entrañas “”a nadie le debáis nada, más que amor””, no dice que tengamos en cuenta este o aquel otro favor, aquel trabajo, hoy por mí y mañana por ti, no, lo que hagamos, pensemos y digamos, sea solo por amor y el amor es pura gratuidad .
En esto, me viene a la memoria la regla de S. Ignacio en sus ejercicios espirituales, en todo amar y servir: cuanto cambiaría el mundo si nos pusiéramos a amar y servir, empecemos como siempre ha pasado en el pueblo de Dios, por el resto, lo poco y tenemos el ejemplo de Jesús que empezó con doce, ¿con cuántos queremos empezar nosotros? Pongámonos mano a la obra que Él está con nosotros, nos lo dice el último inciso del Evangelio, lo que es una gran alegría “yo estaré en medio de vosotros”.
Ojala escuchemos hoy la voz del Señor, nos dice el salmo; pues que así sea.
María, Madre de todos los hombres, ayúdanos a decir amén.