19 OCTUBRE 2014
DOMINGO 29-A
Mt 22,15-21. Pagad al César lo que es del César y a Dios lo que es
de Dios.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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DIOS Y EL CESAR
Se discutía en tiempos de Jesús si era o no lícito pagar el tributo romano. Los saduceos -más pragmáticos y realistas- sostenían que había que pagarlo para evitar problemas mayores; los fariseos -y con ellos la mayoría de la gente- se negaban a ello porque era un signo del sometimiento a Roma. De hecho hubo no pocas revueltas por este motivo. La pregunta que le plantean a Jesús es inflamable y de hondo calado político: si decía que sí, se enfrentaba al pueblo; si decía que no, se le podía denunciar ante las autoridades romanas. En cualquier caso perdía influencia y poder ante las masas.
Pero, si inteligente fue la pregunta, más inteligente fue al respuesta. La moneda en circulación era romana y ello, de por sí, significaba el dominio de Roma sobre Israel. Era absurdo discutir un asunto menor -el pago de los impuestos- cuando el mayor -la dominación romana- se imponía como un hecho incontrovertible. Pero no era ese el verdadero problema del Judaísmo. Jesús aprovechó la pregunta para plantearlo abiertamente: Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios significa que hay que poner a los hombres en su sitio y a Dios en el lugar que le corresponde. Ellos preguntaban por los derechos de las autoridades y Jesús respondió que siempre han de estar por debajo de los derechos de Dios. No hay dos poderes paralelos e independientes entre sí. Sólo hay una autoridad: la de Dios; la que disfrutan los hombres es siempre limitada y está sometida a un poder superior.
Tal vez alguno interprete que esto es negar la autonomía del orden temporal, pero no es así. Evidentemente, las instituciones temporales -políticas, económicas, culturales, etc- no están sometidas a la Iglesia como institución. Pero es falso que el poder sea absoluto y absolutamente independiente. Pensar así conduce al absolutismo. Cuando las circunstancias de la vida -o los votos- entregan el poder a un hombre -o a un grupo-, éste debe tener presente en todo momento que el suyo es un poder limitado. Si es creyente, pensará que, por encima de él esta Dios; si no lo es, deberá pensar que sobre él están el bien común y la justicia. Olvidar esto conduce primero a prácticas totalitarias -para eliminar al adversario y consolidar la posición alcanzada- y luego a la corrupción como medio para lograr beneficios personales o de grupo.
Cuando el Cesar se cree Dios y exige la sumisión absoluta y el derecho por encima de todo derecho, la Iglesia -y cada creyente- ha defender contra viento y marea la soberanía de Dios como garantía última del bien común. Para los creyentes la única razón que justifica el poder humano es la defensa de los débiles. No hay mejor razón para explicar que, siendo todos los hombres iguales, unos estén situados por encima de otros. Por eso, para Jesús, la autoridad es servicio y no dominio.
El evangelio de esta semana nos recuerda, a través de un episodio rocambolesco, que así como las monedas del impuesto de tiempos de Jesús llevaban la cara y la inscripción del César, también nosotros, creados a imagen de Dios, le pertenecemos.
Por eso Pablo dice de nosotros que somos amados de Dios, elegidos por Él e invitados a escuchar el Evangelio; que ha de ser proclamado no solo con palabras, sino además con la fuerza del Espíritu y convicción profunda.
Ser de Dios nos compromete, como a los Tesalonicenses, a ser activos en nuestra fe, esforzados en el amor y sufridos en la esperanza en Jesucristo nuestro Señor. A vivir conscientes de que no tenemos otro señor fuera de Él: ni el dinero, ni el poder, ni la salud, ni el yo; ni los poderosos de la tierra o los manipuladores de afectos. Fuera del Señor, todo lo demás a que se apegue nuestro corazón, ante lo que nos arrodillamos, son ídolos de barro, sin aliento vital, que nos dejan vacíos por dentro y desnudos por fuera.
Solo tenemos un Señor que merece, al decir del salmista, un cántico nuevo, y que se cuenten su gloria y sus maravillas. Porque es nuestro Padre.
El pasaje de este Domingo contiene una de las sentencias de Jesús más repetidas a lo largo de los tiempos, entrañando una mal llamada división de lo temporal y lo espiritual, lo que nos atañe en la tierra y lo que se refiere a nuestro espíritu y vida eterna.
Creo y que me perdonen los entendidos, que con esa sentencia Jesús no estaba dividiendo nada, no estaba separando cuestiones ni lo de aquí abajo y lo de allá arriba, porque en este mundo lo de aquí y lo de allí (para que no entendamos) no está separado, son una misma cosa y por ello Jesús al dar esa sentencia desbaratando la trampa de los judíos, no hizo más que referirse al hombre en su integridad, en su total entidad.
Estamos en la tierra y tenemos que cumplir unos deberes cívicos que brotarán del mismo corazón del hombre que ama a Dios y a sus hermanos y por eso cumple, porque está por encima el amor que lo supera todo, pues el bien de todos es soportado por todos.
Hace un tiempo salía unos anuncios en la televisión en que el señor que prestaba unos servicios, preguntaba con o sin......, y una voz decía, sin educación, sin sanidad, sin prestaciones sociales, sin.......y es así queramos o no, es decir lo hagamos por el motivo que sea, lo hagamos por fe o lo hagamos por el bien de todos, como dice el compañero de página, somos una persona y como tal tenemos que llegar con nuestras acciones a todos, pues todos somos hijos de un mismo Padre, pues nuestra acción religiosa, por llamarla de alguna forma, no es solo la cuota de Caritas, nuestra misa dominical, nuestra pertenencia a este o aquel grupo, es también nuestros deberes ciudadanos, de los que parecen estamos obligados a no cumplir o medio cumplir, con nuestra listeza de esconder aquello que debemos compartir, cosa extendida en estos tiempos que corren donde, como dice el salmista parece que esa astucia es la que se lleva la palma.
Seamos conscientes de nuestra integridad en nuestro día a día y no podemos encender una vela a Dios y otra al diablo, para nosotros nuestra única vela es para Dios y para nuestros hermanos ¿Quién te parece que se hizo prójimo del apaleado? No es que sean nuestro prójimo, sino que nosotros tenemos que llegar al otro y esto de muchas maneras y hoy, la palabra de Dios, lo hace enseñándonos que no debemos dividirnos.
Que nuestro cántico se nuevo cada día, que nuestra acción de hijo de Dios no deje de tener la trascendencia que debemos darle a todos nuestros actos.
Que nuestra Madre, la Virgen María, nos ayude a decir AMEN
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