DOM-31-A

domingo, 26 de octubre de 2014
2 NOVIEMBRE 2014
DOM- 31A
CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS.

Jn 14,1-6. En la casa de mi Padre hay muchas estancias.

3 comentarios:

Maite at: 28 octubre, 2014 17:24 dijo...

También ante la muerte y el dolor que conlleva, la Palabra ofrece consuelo y esperanza, respuestas ante tantas preguntas.

San Pablo nos dice que nuestra aflicción no puede ser como la de aquellos que no tienen esperanza, pues los difuntos resucitarán. Cuando mueren van al encuentro del Señor, y nuestro destino es estar para siempre con Él.

En la carta a los Romanos afirma que nuestra esperanza se basa en el amor que Dios nos tiene, cuyo garante es el Espíritu. Un amor tan grande y tan fuerte que ha sido probado con la muerte de Cristo por nosotros cuando todavía éramos pecadores, cuando no habíamos hecho nada para ganarlo o merecerlo. ¡Con cuánta más razón, exclama Pablo, nos salvará Cristo Resucitado, siempre vivo!

Ante la muerte, la Iglesia pone ante nuestros ojos, para orar, las palabras de Jesús que nos invitan a permanecer tranquilos, a no perder la calma. En la casa del Padre hay muchas estancias y nuestro sitio allí está dispuesto y preparado. ¿Cómo llegar? Siguiendo a Jesús, camino, verdad y vida. Haciendo de su proyecto del Reino de Dios nuestro proyecto, haciendo nuestros sus sentimientos, actitudes y opciones.

El camino de la vida es largo, incluso para los que lo recorren en poco tiempo. Y puede haber mucho de qué arrepentirse. Hemos tropezado y caído tantas veces... nos hemos equivocado, hemos elegido separarnos de Dios y de su amor, hemos hecho daño... A la hora de la verdad todo eso puede pesar mucho. Hagamos nuestra la oración del salmista levantando el alma al Señor, apelando a su ternura, su misericordia y bondad, pidiendo perdón y confiando en Él.

San Juan de la Cruz, buen amigo de Dios, decía que de Él "tanto alcanzas, cuanto esperas"

Paco Echevarría at: 02 noviembre, 2014 08:23 dijo...

CAMINO, VERDAD Y VIDA (Jn 14,1-7)
La muerte es el mayor de los misterios de la vida, porque de lo que ella es y del significado que se le dé depende que la existencia sea algo hermoso y digno o una broma de mal gusto. Ése ha sido, en el fondo, el tema central de las grandes religiones.

Con relación a la muerte, suelen darse tres posturas básicas: para unos es un final absoluto; para otros es un problema sin solución; para los creyentes es una experiencia de transforma¬ción a una existencia más plena. Estas tres posturas son opciones fundamenta¬les que implican necesariamente un estilo de vida. Y no merece la pena discutir quién tiene razón, porque cualquiera que sea la respuesta que se dé, cuando llegue, ya será demasiado tarde.

Pero una cosa sí es cierta y hay que decirlo abiertamente: ninguna de las tres respuestas implica necesariamente un modo de vida mejor, porque una cosa es el pensar y otra el sentir. Quiero decir con esto que creer o no creer en la vida después de la muerte no implica una existencia más o menos feliz. Hay creyentes que son muy dichosos y otros que no lo son tanto y no creyentes a los que les pasa lo mismo. El neopaganismo que algunos presentan hoy día como garantía de una vida plenamente dichosa no deja de ser un espejismo de los nuevos tiempos.

A pesar de este hecho de experiencia, sí hay que reconocer que quien tenga una buena respuesta tendrá más posibilidades de vivir de un modo pleno. Jesús, en Jn 14,1-7, aborda abiertamente el tema con una invitación a la confianza: “¡No temáis! Confiad en mí como confiáis en Dios”. El corazón humano se turba ante el misterio de la muerte y se siente atenazado por el temor a la nada. Jesús sabe de este temor y por eso, cuando habla de su partida, tranquiliza a los suyos con la promesa de que volverán a encontrarse en un futuro mejor -“Voy a prepararos un sitio para que estéis conmigo”-. El primogénito se adelanta para preparar la llegada de los demás hermanos. ¡Qué distinto del hijo mayor de la parábola! Aquel que no quería entrar en la casa que había acogido al hermano perdido y encontrado.

Y luego viene la gran declaración. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Jesús es el sentido, la fidelidad y la plenitud. Leído esto en el contexto global de su mensaje, significa que la vida auténtica o -lo que es lo mismo- la felicidad en ésta y en la otra vida sólo es posible si está edificada sobre el amor -acababa de decirles: “¡Amaos como yo os he amado!”-. La vida de la que él habla, no es sólo la eterna, sino también la temporal. Ésta es -según mi parecer- la mejor respuesta al asunto del que hablamos. El problema no es saber “qué” hay luego, sino saber “cómo” vivir ahora. El que ama vive ya en la eternidad porque el amor es el único bien definitivo. Por eso podemos decir que la muerte en realidad no existe. Sólo es el alba del domingo, el amanecer del día de fiesta.

Juan Antonio at: 02 noviembre, 2014 20:16 dijo...

El sábado celebrábamos la fiesta de todos los Santos, de aquellos reconocidos y sobre todos de los que vivieron el evangelio hecho vida entre sus hermanos, en amoroso anonimato de vida consagrada en el estado a que el Señor le llamó.
Hoy celebramos la misericordia del Señor, la gran misericordia de Dios con sus hijos los hombres y mujeres de todos los tiempos, por los que rezamos, para, como dice el ritual, si en algo quedaron manchados por su debilidad, sean llevados a la presencia de Dios, nuestro Padre, nuestro Hermano y nuestro Espíritu Renovador.
Caminamos en este mundo, como dice el salmista, “en presencia del Señor por el país de la vida”, país de la vida que empieza con nuestro ser y no tiene fin, como dice igualmente el salmista “habitaré en la casa del Señor por años sin términos”, esto es, tanto ahora como luego, estaremos con el Señor, como nos dice S. Pablo en la vida y la muerte somos del Señor.
El hombre/mujer, siempre ha tenido miedo, asombro o temblor al misterio de la muerte y por ello en la primera lectura de hoy, S. Pablo nos dice que no ignoremos la suerte de los difuntos para que no nos aflijamos como los hombres sin esperanza: nosotros somos hombres y mujeres llenos de la esperanza de Dios pues no en vano estamos unidos a Cristo por el bautismo y por ello en la vida y en la muerte somos del Señor, lo que nos hace estar viviendo siempre con todos los que conocimos, familia, amigos, conocidos...., porque, Dios no es Dios de muertos sino de vivos, y todos estamos en el país de la vida que decíamos, donde construiremos el Reino de Dios, ahora y para siempre.
Termino con el salmo: Ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones.