DOM-32-A

domingo, 2 de noviembre de 2014
9 NOVIEMBRE 2014
DOM-32A
LA DEDICACION DE LA BASILICA DE LETRAN

Jn 2,13-22. Hablaba del templo de su cuerpo.

2 comentarios:

Maite at: 05 noviembre, 2014 16:49 dijo...

El templo dedicado a Dios, además de ser un lugar privilegiado de culto a su presencia y de reunión de los creyentes, nos puede hacer creer que lo poseemos y controlamos, que está a nuestra merced. Y de ahí a convertir el templo de Dios en un mercado, olvidando que es la casa del Padre y lugar de oración, puede haber bastante poco.

Acudir al templo da seguridad. Uno tiene la certeza de cumplir con sus deberes religiosos y da testimonio de ello ante los demás. Pero nosotros mismos somos templo de Dios y tenemos la responsabilidad de construir sobre el cimiento, que es Jesucristo. También la libertad de elegir los materiales con que trabajar: oro, plata, piedras preciosas, madero, heno o paja. Y la calidad de nuestra construcción será puesta a prueba.

Soy templo de Dios y estoy habitada por el Espíritu. Pero también mi hermano, y mi hermana, lo son, y el Espíritu habita en ellos. El otro es el lugar de la presencia de Dios, donde Él quiere ser reconocido y adorado, honrado y amado, aunque la apariencia externa no resulte tan magnífica e imponente.

El templo es el lugar por excelencia de la vida en abundancia, de la salud integral, de la belleza que se derrama por doquier. Ese templo estamos llamados a ser nosotros, ese templo es el otro.

El templo no puede convertirse en un espacio de poder y control, de dominio y extorsión, y menos en nombre de Dios. ¿Qué da valor al templo, sus paredes o lo que encierra? Nosotros somos templo de Dios, ahí reside nuestro valor, nuestra riqueza y nuestra gloria. Y ahí encontramos la belleza del hermano, en lo que encierra, en Quien le habita. Solo así tendrá sentido acudir todos juntos al templo del Señor.

Juan Antonio at: 05 noviembre, 2014 21:33 dijo...

En esta semana miramos al Templo, morada de Dios, lugar sagrado, lugar santo, construido sobre los cimientos sólidos y profanado por nosotros los hombres, hoy como ayer y como en los tiempos de Jesús.
Tenemos que poner nuestra mirada en las palabras de S. Pablo en la primera carta a los Corintios, al proclamar que nosotros somos edificio de Dios, templo de Dios en el que habita el Espíritu de Dios.
Si fuéramos capaces de asimilar la grandeza de las palabras de S. Pablo tendríamos una gran veneración por nosotros mismos, tendríamos un exquisito cuidado en nuestro trato y en el trato de los demás, porque yo no soy solo el que es templo de Dios, somos todos los que por el bautismo estamos llamados a ser hijos de Dios, y esto me tiene que llevar a tener esa delicadeza, ese esmero en ser portador de Dios en los lugares que desarrollo mi vida, en la vida que debo llevar, no solo de no hacer el mal, sino de hacer el bien, de entrega, disposición, curar heridas, acercamiento, acompañamiento, de trato conmigo y con los demás en la más humilde convivencia de servicio, con absoluta limpieza de corazón, ver a los demás como eso, templo de Dios, morada santa.
Sin embargo tengo que reconocer que en cuantas y cuantas ocasiones no solo conmigo, sino con todos, mi mirada no es todo lo limpia que debe ser y si la lámpara de mi cuerpo no está brillando, yo estoy en tinieblas, estoy destruyendo el templo de Dios y soy merecedor del desprecio de Jesús como hizo con los profanadores del Templo.
Como siempre, interpelamos a Jesús, con señales y prodigios ¿es que no tenemos bastante con los que día a día hace con nosotros?
Y le da un signo que no supieron ver ni entender y quizás no lo vea pese a mis años, el signo glorioso del cristiano, la Resurrección, suya y nuestra, pues a ella estamos llamados todos con Él.
Señor, haz que seamos dichosos porque nuestra mirada es limpia, nuestro proceder recto y nuestra vida coherente con lo que hemos recibido de Ti. Gracias. Amen.