PENTECOSTES-B

sábado, 16 de mayo de 2015
24 MAYO 2015
PENTECOSTÉS

Jn 20,19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.DESCARGAR PENTECOSTES-B

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 18 mayo, 2015 08:34 dijo...

LA FUERZA DE LO ALTO (Jn 20,19-23)

Pentecostés es la fiesta de la plenitud porque es el final de la Pascua y porque marca el comienzo del anuncio del Evangelio a todos los pueblos de la tierra. Para entender este acontecimiento hay que verlo como contrapunto del relato de Babel que aparece en el libro del Génesis. Dicho relato es una profunda reflexión sobre el totalitarismo como causa de los enfrentamientos, divisiones y falta de entendimiento entre los hombres. La pretensión de escalar el cielo para sentirse un dios siempre ha sido, aparte de ingenua, extremadamente peligrosa, porque genera rivalidad, desconfianza, incomunicación... La soberbia es la semilla de todos los males. Pentecostés es la antítesis de Babel y muestra un movimiento de convergencia entre los pueblos: hombres, venidos de todo el mundo, se entienden con el lenguaje del Espíritu porque tienen un solo corazón.

Pero hay que tener en cuenta que no se trata de la unidad construida a base de intereses personales o de grupos, en una especie de reparto de influencias e intercambio de mercancías, sino la unidad que brota del interior, es decir, de la conciencia de que todos somos uno y de que todo lo que se refiere a los otros se refiere también a uno mismo. El símbolo del árbol es profundamente ilustrador: por muchas que sean las hojas y las ramas, todas se unifican en el tronco y es eso lo que las mantiene vivas porque la savia viene de abajo.

Para llegar a esta visión de las cosas, hay que elevarse muy alto, hay que tener miras muy elevadas y ser capaz de ver el conjunto. A medida que nos elevamos a planos superiores, las particularidades, las diferencias, desaparecen. Quienes han tenido la suerte de viajar en naves espaciales saben que desde el cielo sólo se ven los continentes y que las fronteras no existen. Por eso se puede decir que los nacionalismos exacerbados, los racismos y otras cosas por el estilo son indicio de una mente raquítica y de miopía mental.

No es que lo individual o lo particular no cuente. Esto llevaría a la negación de los derechos del individuo. De lo que se trata es de comprender que los rasgos y elementos personales sólo tienen sentido si los situamos en el conjunto. Una vez más tenemos que defender el equilibrio entre la parte y el todo, entre el individuo y el grupo, entre el ser uno mismo y el ser con los otros, entre lo particular y lo universal. Radicalizarse en un extremo implica inestabilidad porque se pierde el equilibrio.

En Pentecostés no se unifican las lenguas, pues cada uno conserva la suya, pero todos entienden el discurso de Pedro. Lo plural -las lenguas- se equilibra con la unidad -el discurso-. ¿Tan difícil es comprender esto? Debe serlo porque, de lo contrario, lo que resulta difícil es entender el discurso de más de un político empeñado en sembrar la división y crear enfrentamiento con todos los que piensan, sienten, optan y viven de un modo diferente al suyo. ¿Tan inseguros están de lo propio que sólo saben defenderlo destruyendo lo ajeno?

Francisco Echevarría

Maite at: 18 mayo, 2015 19:11 dijo...

Vivimos en el tiempo del Espíritu, y decir Espíritu es decir unidad en la diversidad, comunión con el diferente, maravillas de Dios en cada lengua y cada historia, viento recio y llamaradas de fuego, aliento y vida. Hablar del Espíritu es hablar de dones y funciones que reparte como quiere, pero siempre orientados al servicio en el seno de una comunidad para el bien de todos.

Nosotros somos muchos, judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres, pero hay un mismo Dios, un mismo Señor y un mismo Espíritu que obra todo en todos. Si Dios no hace distinciones, ¿por qué las hacemos nosotros? Nada más lejos de Él que nuestras jerarquías, clases y categorías. Cuando Dios nos mira, quiere ver servidores, unos de otros.

Donde se impone la uniformidad de pensamiento, palabras y obras no está el Espíritu, pues solo alienta y se mueve en la diversidad, la variedad y lo inclasificable. Rompe moldes, esquemas y programas, y no se le puede encerrar en ellos. No se le puede amordazar, pero sí ahogar y apagar si se acaba con la diversidad.

El Espíritu nace del amor entre el Padre y el Hijo, por eso es la dulzura de Dios, su aliento, su caricia y suavidad.

De Él nacen los hijos de Dios, los profetas, los que dan vida, los que infunden savia nueva, los que abren caminos, los que no se estancan ni anquilosan. Se le conoce por sus efectos de paz, amor, bondad, comprensión; porque transmite audacia, valor y empuja al riesgo y al compromiso, al éxodo y al despojo. Perdona y regenera, haciendo brotar la carne sana.

Los que se dejan llevar por el Espíritu encuentran la belleza y la riqueza que poseen los demás por escondidas que estén. Detectan la bondad y la verdad en todo y en todos. No se corrompen, porque están habitados por la luz y la fuerza de Dios. La palabra y la vida de Jesús se renuevan y crecen en su interior cada día. El Espíritu nos da el corazón de niños que ama el Señor.

Anímate al tratar al Espíritu, es buen amigo y compañero, el médico y la medicina. Su misión es engendrar en ti a Jesús, hacer de ti otro Cristo. Se empeñará a fondo, si le dejas.

juan antonio at: 23 mayo, 2015 09:53 dijo...

La semana pasada contemplábamos la Iglesia en oración, los once, algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes, todos ellos encerrados en el lugar, posiblemente de la última cena.
Hoy saltan los miedos, los temores, las angustias y las soledades y aquellos hombres y mujeres empiezan la primera evangelización de la historia de la Iglesia, la primera manifestación pública de que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y todo ello impulsados por el Espíritu Santo que se ha derramado sobre ellos para llevarlos a la alegría y la verdad completa, como prometió Jesús.
Sobran oscuridades y encierros, se abren las puertas y se abre el corazón, porque ha llegado la hora de dar a conocer a Jesús, a ese que los israelitas le costaba trabajo reconocer pese a las enseñanzas y signos que realizó entre ellos, y todo por obra del Espíritu.
No eran nadie, ni en ciencia ni en maestría de nada, ni en finanzas, salvo lo poco de Mateo, eran los más apartados de la elite social, pero tuvieron fe, tuvieron confianza, creyeron en Aquel que les dijo tantas veces, no tengáis miedo, no se turbe vuestro corazón y esperaron como les dijo, “todos ellos perseveraban unánimes en la oración”, siempre la unidad, esa unidad que Jesús pidió para todos en esa oración llamada sacerdotal del capítulo 17 de S. Juan, como el Padre y yo somos uno......
Llegaba el final, la Ascensión, y no renunciaban a los ideales de la grandeza de Israel y Jesús les responde por una parte que no les incumbe los destinos de la historia pero si la misión que llevarán a cabo y hoy se cumple, “como el Padre me envió, así os envío yo y exhaló sobre ellos su aliento y les dijo recibid el Espíritu Santo”
Todos los bautizados hemos recibido el Espíritu y posteriormente fuimos confirmados derramándose de una manera especial sobre nosotros, sin perjuicio de que cada día tenemos la asistencia del “dulce huésped del alma”, al que pedimos que si nos falta nos quedamos vacío, nos dice la Secuencia que se reza en este día, pero que debería ser nuestra oración diaria al Espíritu, pues lo tenemos tan olvidado, tan ignorado pese a que Jesús nos prometiera su presencia, y que con Él, junto con el Padre, haría morada en nosotros y S. Pablo nos dice extrañado ¿no sabéis que sois templo del Espíritu santo?
María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a esperar, a recibir el Espíritu, aquel que engendró al Hijo en tu seno con la complacencia del Padre, para que seamos testigos de todo lo que creemos y vivimos, renovados con su fuerza en nuestra debilidad.