TRINIDAD-B

lunes, 25 de mayo de 2015
31 MAYO 2015
SANTISIMA TRINIDAD

Mt 28,16-20. Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 25 mayo, 2015 08:17 dijo...

LOS TRES ROSTROS DE DIOS (Mt 28,16-20)

¡Dios ha muerto! fue -hace algunas décadas- el grito de quienes pensaban que, al fin, el hombre se había liberado del yugo de lo divino. El mito de la autonomía del hombre frente a Dios ha sido para muchos la expresión de su opción en favor de un hombre plenamente desarrollado. Pero el tiempo ha pasado y las cosas no han resultado como pensaron. La destrucción de la fe en Dios ha sido como romper un espejo: se han multiplicado los ídolos. Y -sinceramente- nunca está más en peligro un pueblo que cuando se alzan sobre él hombres o instituciones que se creen dioses. Frente a esto, la fiesta que hoy celebramos -la Santísima Trinidad- es una invitación a reflexionar sobre el Dios en el que creemos y el Dios que predicamos. Porque es sobrecogedor pensar que la falta de fe de muchos no sea en realidad una negación del Dios vivo y verdadero, sino un rechazo de la imagen que los creyentes les hemos presentado.

Por ello necesitamos saber en qué creemos -es decir: qué decimos cuando decimos Dios- y nada mejor que el final del evangelio de san Mateo en la que se dice que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es Padre porque es fuente de vida, porque es creador y, sobre todo, porque nos ha hecho hijos suyos. Cuando definimos a Dios como padre, en realidad estamos declarando la suprema dignidad del ser humano, algo que nadie le puede arrebatar, algo de lo que nadie puede despojarse ni ser despojado. Es Hijo porque, llegado el tiempo previsto, se hizo uno de nosotros para hacernos ver cuánto amor nos tiene y cuánto amor debemos tenernos unos a otros. Si Dios Padre habla de filiación, Dios Hijo habla de fraternidad. Y es Espíritu Santo, es decir, vida, porque el ser hijo y hermano no es mera doctrina, sino profunda realidad. Como a Adán se dio el aliento, así a nosotros se nos ha dado el Espíritu, como un don absolutamente gratuito, como fuerza que sostiene en la existencia a los que caminan.

Debido al influjo del pensamiento oriental y utilizando la vía de la sanación y las terapias naturales, está muy presente en nuestro mundo algo que ya lo estuvo en los primeros siglos de cristianismo y que fue rechazado por ser ajeno a él. Se trata de las doctrinas gnósticas últimamente resucitadas por los profetas de la Nueva Era. Entienden a Dios no como alguien sino como algo: como la energía divina e increada de la que el mundo no es sino una manifestación, con la que podemos entrar en contacto y a la que podemos poner en activo utilizando determinadas técnicas. No entramos en discusiones sobre la naturaleza de la energía humana o universal. Pero hay algo que no puede olvidar el cristiano: esa energía -cualquiera que sea su naturaleza- es una criatura, es decir, una obra de Dios. Pero no es Dios. Dios es distinto del mundo y de todo lo que éste encierra. El Dios en quien creemos es un padre misericordioso y providente, que sale a nuestro encuentro en cada ser humano -sobre todo en el que sufre- y vive en lo más íntimo de nuestro corazón. Es Dios Amor que libera al hombre del temor y le abraza cuando llega el momento supremo de la vida: la muerte.

Francisco Echevarría

juan antonio at: 25 mayo, 2015 19:27 dijo...

Qué difícil es hablar de un misterio y de un misterio tan grande como es Dios mismo, uno y trino, no tres dioses, sino uno y tres personas, esto que ya intentó comprender, según cuentan, S. Agustín, y aquel niño le vino a decir, más o menos, cree y te basta.
Pero también para creer tenemos que tener la certeza que nos da la misma fe y estos días antes de Pentecostés, se ha venido proclamando el Evangelio de Juan, la llamada oración sacerdotal, en la que nos ha repetido hasta la saciedad el Padre y yo somos uno, como el Padre me envió así os envío yo, cuando me vaya os enviare el Espíritu que os llevará a la alegría y la verdad completa, en una palabra nos ha manifestado que tenemos un Dios Padre, creador de todo, un Dios Hijo que nos reveló el rostro del Padre y un Dios Espíritu que nos los hace vivir.
Hasta ahí llega mi fe, hasta ahí llega mi confianza, mi apertura al Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en sus nombres me santiguo en la oración, en la Eucaristía , en sus nombre empiezo el día, en sus nombres empezamos nuestra vida, en sus nombres convivimos.
Dios es Trinidad, desde el principio, pero con una particularidad, cuando se narra la creación en el libro de Génesis, se dice hágase la luz, las estrella, los mares, los animales que habitan aquella y nadan por estos, y cuando llega a la creación del hombre/mujer, dice “hagamos” , se usa el plural, es decir Dios no es una soledad, como nos dice Juan que dijo Juan Pablo II, es una familia, es una pluralidad y al igual que nosotros, hechos a su imagen y semejanza, los humanos somos seres relacionales, salimos de nosotros, no nos quedamos solos en medio del mundo, Dios es, y que me corrijan los teólogos, un ser plural y relacional en sí mismo.
No podemos reflexionar más, sino que solo nos queda adorar y reverenciar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu, del que somos templos como nos dijo Jesús “vendremos a él...” y nos repitió S. Pablo “¿no sabéis que sois templo del Espíritu Santo....?.
Y solo nos queda creer, confiar y amar, porque “la palabra del Señor es sincera...” como nos dice el Salmo y emulando a S. Pedro, ¿a quién vamos a ir, si Tú tienes Palabra de Vida Eterna? como nos dice S. Juan al final del capítulo 6º sobre el Pan de Vida.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, AMEN
María, tu que eres hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu, danos tu ayuda en nuestra fe, en nuestro amor y en nuestra esperanza en Dios uno y Trino.

Maite at: 25 mayo, 2015 21:12 dijo...

Estamos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, porque nuestro Dios es Trinidad, comunión de Amor, relación. Y en ese amor dinámico que se entrega, se acoge y se responde, estamos inmersos, nos movemos y existimos. Ese hogar de amor que no se consume ni se apaga es el nuestro, al que estamos llamados a vivir para siempre.

Hasta que llegue ese momento, el amor nos empuja a anunciar, a todo el que quiera escucharnos, la Buena Noticia de que Dios es Padre, y espera con los brazos abiertos; es Hijo, que está con nosotros hasta el fin del mundo, y es Espíritu Santo, unción, fuerza y luz. El Hijo nos lleva al Padre, y el Espíritu hace viva su Palabra en nuestro corazón, renueva en nosotros las maravillas de Dios. Nos hace hijos en el Hijo, y coherederos con Él.

No hace falta ir muy lejos para vivir la comunión y la intimidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Jesús nos dice que si alguno le ama, guardará su Palabra, y los Tres vendrán a nosotros y harán en nosotros su morada.

Dios Trinidad, que creó al hombre sobre la tierra por amor, se implicó también en su historia y decidió escribirla con nosotros. Es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra. No busquemos más dioses, ni hagamos dioses de las obras de nuestras manos. No entreguemos nuestro corazón a los ídolos que nos arrebatan la vida: el dinero, el poder, el dominio, el consumo...

Nuestro Dios, inmenso como es, nos acoge en su seno, nos entrega a su Hijo, nos guía y nos alienta con su Espíritu. Con el salmista contemplamos su Palabra y sus acciones, su misericordia. Y nos gloriamos en ser objeto de su amor y sus desvelos, su cuidado y protección.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.