DOM-19-B

lunes, 3 de agosto de 2015
9 AGOSTO 2015
DOMINGO 19-B

Jn 6,41-51. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 03 agosto, 2015 08:45 dijo...

UN DIOS DE CARNE Y HUESO (Jn 6,41-52)

Seguimos pendientes del diálogo sobre el pan de vida. Jesús había dicho que sólo el pan que baja del cielo da vida eterna, aludiendo al Espíritu que se comunica continuamente al hombre, cuando ÉSTE abre su vida y su corazón a la fe. Los judíos, por su parte, plantean el problema del origen de Jesús: "¿Cómo puede decir que viene del cielo si sabemos quiénes son sus padres?". Es la pregunta de la incredulidad: ¿Cómo puede un hombre tener un origen divino? Habían entendido perfectamente lo dicho por Jesús: que Dios se estaba mostrando a modo humano, revestido de humanidad. Fue el misterio de la encarnación lo que escandalizó a aquellos hombres. No podían aceptar que se hubieran roto las barreras entre lo divino y lo humano. Los judíos querían cada cosa en su sitio: Dios en el cielo y el hombre en la tierra. Nada de mescolanzas ni familiarida¬des. Jesús de Nazaret rompió ese esquema porque se empieza poniendo a Dios en su sitio y se termina poniendo a cada persona en el lugar que creemos que debe ocupar. Así es como surgen la discriminación, la marginación y la idolatría de las diferencias.

San Pablo escribe a los gálatas que, en la plenitud de los tiempos, Dios envió a su hijo, nacido de mujer. El hijo de una mujer es el hijo de Dios. Jesucristo es para los cristianos aquel en quien se realiza plenamente la reconciliación entre Dios y los hombres, de tal manera que -en adelante- sólo será posible llegar a Dios a través del hombre y al hombre a través de Dios. Dentro de esta lógica tiene sentido que luego diga: "Lo que hagáis a uno de mis hermanos menores me lo hacéis a mí".

No resulta fácil, ni siquiera a los seguidores de Jesús de Nazaret, aceptar que el encuentro con Dios sólo sea posible en el encuentro con el otro. Eso explica el agnosticismo -la versión laica de la postura farisea-, que no es sino la separación absoluta de los dos mundos; el ateísmo, que niega el mundo sobrenatural; y el espiritualismo, que menosprecia el mundo material. La historia enseña, sin embargo, que cuando se niega a Dios, se termina negando al hombre; y cuando se niega al hombre, se termina negando a Dios. Jesús de Nazaret representa la unidad de ambos mundos: todo él es hombre y todo él es Dios. Sólo quien come su carne -sólo quien acepta el misterio que él representa- alcanza la vida definitiva.


La fe en la encarnación tiene profundas implicaciones existenciales ya que cambia completamente el modo de vivir y de sentir la vida. Porque es cierto que la vida cambia cuando uno deja de fijarse en lo que el otro hace para centrarse en lo que el otro es: en su humanidad -que es tanto como decir en sus limitaciones y miserias- es Dios que nos sale al encuentro. Quien ve al Hijo de Dios en Jesús de Nazaret -quien ve al hijo de Dios en sus semejantes- ha conocido la vida verdadera y no podrá seguir siendo el mismo porque, cada vez que dé a alguien la mano, sabrá que está tocando el misterio.
Francisco Echevarría

Maite at: 04 agosto, 2015 21:11 dijo...

Elías, el profeta de fuego, después de degollar a cuatrocientos seguidores de Baal para preservar la fe en el Dios Altísimo, huye de una mujer. Está en sus horas más bajas, cansado y derrotado. Desde el cielo se le proporciona un alimento que le dará fuerzas para caminar durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Y allí, el adalid de la presencia de Yavé, que se consumía por su gloria y acaba de tocar fondo, tendrá su experiencia más profunda de Dios. Aprenderá a reconocer su paso en una suave brisa.

Mucho tiempo después Jesús se presenta a sí mismo como el pan bajado del cielo que da vida eterna. Ofrece su carne para la vida del mundo. Se entrega como alimento para un camino que dura más de cuarenta días y cuarenta noches, a veces menos, y nos acompaña, a través de éxitos y fracasos, luces y sombras, hasta el Horeb, lugar de la experiencia personal de Dios.

En este camino de la vida hay más actores interesados en que alcancemos la meta, en que vivamos en el amor, como Cristo, que marca el camino de la entrega. Son el Padre, que nos lleva a Jesús, y el Espíritu Santo, que mora en nuestros corazones y reproduce en nosotros, si le dejamos, la imagen del Hijo.

Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a Él. Es la experiencia del salmista y la vocación de todo evangelizador. ¿Qué mejor noticia que ésta? ¿Qué mejor grito y anuncio? El salmista bendice, alaba, proclama la grandeza del Señor, porque se sabe liberado y protegido, amado por Él. Lleva grabados en el cuerpo y en el alma las maravillas del Señor, su gracia y misericordia, su salvación.

A nosotros se nos promete la vida eterna y Jesús nos entrega su cuerpo y su sangre como alimento. Tenemos todos los días para gustar y ver qué bueno es el Señor.



juan antonio at: 05 agosto, 2015 19:16 dijo...

Hoy nuestra reflexión tiene que empezar por la primera lectura de este Domingo, tomada del primer Libro de los Reyes, en la que se nos narra la huida de Elías de la maléfica Jezabel “levántate y come”, le dice el Ángel y así hizo por dos veces y caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios
Hoy vivimos un ambiente de hostil no solo a lo religioso, sino, incluso, a lo serio, donde lo que vale es subir, a costa de lo que sea, tener y más tener y nos olvidamos de que somos personas que lo importante es crecer como tales y no ser, como decía el filósofo, lobo uno para el otro.
Hoy se repiten las amenazas y temores para los seguidores de Cristo, sea de la manera más brutal, sea el rechazo solapado de la indiferencia, de tendernos las trampas de la progresía contrapuesto a lo retrogrado.
En nuestro caminar al monte santo, a la morada de Dios, necesitamos de un alimento que nos haga sobrellevar cuantas adversidades, incluida la muerte, nos salgan al camino.

La primera semana nos multiplicó los panes para fuéramos solidarios, la segunda nos dijo que era el pan bajado del cielo y esta semana nos dice que este pan bajado del cielo es su carne que se nos da para que vivamos la vida de Dios desde ya.

Hay una canción religiosa que dice en su estribillo:

No podemos caminar,
con hambre bajo el sol.
Danos siempre el mismo pan,
Tu Cuerpo y Sangre, Señor.

Y todo ello haciendo del amor la norma de nuestra vida (ef. 5,2) por la acción del Espíritu Santo con el que fuimos sellados en el bautismo.

A la luz de este Evangelio, nuestra participación en la mesa del Señor, tiene que cambiar, para que cambien nuestras actitudes, no sólo con los demás, sino conmigo mismo, viendo qué recibo y qué doy, sea mucho o poco, pues el Señor siempre nos exige poco, fe como un grano de mostaza, pero ese poco tiene que ser plenitud.

Madre de la Fe integra, Madre de la Esperanza viva y Madre del Amor Hermoso, haznos “gustar y ver qué bueno es el Señor”, AMEN