11 OCTUBRE 2015
DOM-28B
Mc 10,17-30. Vende lo que tienes y sígueme.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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RIQUEZA Y MÉRITO (Mc 10,17-30)
Uno de los pilares del Judaísmo era la ley del mérito, según la cual el bien futuro del hombre y su salvación eterna dependen de cómo sea su vida en el presente. La salvación venía a ser el salario merecido del esfuerzo. La pregunta que un desconocido le hizo un día a Jesús - “¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?”- responde a esa mentalidad y la respuesta que él le dio sigue la lógica del momento: "Cumple los deberes con el prójimo". La contestación del interesado -"Es lo que he hecho hasta ahora"- indica que estamos ante alguien que aspira a más.
A partir de ese momento, el encuentro con Jesús adquiere un valor especial. El maestro de Nazaret le hace la propuesta del seguimiento: "Deja todo aquello en lo que has puesto tu corazón, sé generoso con los necesitados y sígueme". Renuncia, generosidad y seguimiento. Dejar los apegos, abrirse a los demás y aceptar el ideal de Jesucristo. Son los tres elementos que configuran la identidad del discípulo.
No era eso lo que esperaba aquel hombre y se marchó desoyendo la invitación de Jesús. Éste aprovechó entonces la ocasión para dejar las cosas claras a sus seguidores en este punto. Debió desconcertarles su enseñanza porque la mentalidad del momento era que las riquezas son un don de Dios, una bendición, y, por tanto, un signo de su predilección. Él, tomando un dicho de la época, dice que es imposible aceptar el Reino de Dios cuando el corazón está atrapado por la riqueza. La opción del cristiano -la fe- supone una escala de valores diferente de la que domina en el mundo. La riqueza en cualquiera de sus formas -económica, política, social, cultural...- es siempre un bien perecedero y emplear la vida en aumentarla sólo es una forma de desperdiciar la existencia. La única riqueza que merece la pena y que dura para siempre es la generosidad. A algunos esto puede parecerle un ideal imposible, pero Dios puede cambiar radicalmente el corazón y hacer ver que la riqueza no es meta, sino medio. Quien no comprende la verdadera naturaleza de las cosas materiales está condenado a ser esclavo de ellas.
En este punto interviene Pedro en nombre de los Doce para recordarle que ellos sí le han seguido. Jesús le responde completando su enseñanza: no se refiere sólo a la riqueza material -al dinero-, sino a todo aquello que da seguridad en este mundo: familia y patrimonio. La seguridad del discípulo sólo se encuentra en Dios y el bien supremo no es cosa humana ni de este mundo. Sólo quien comprende esto es capaz de la renuncia, de la generosidad y del seguimiento. Una vez más centra la atención en lo esencial y sus palabras nos recuerdan la pregunta que hizo en otro momento: “¿De qué le sirve a un hombre ser el dueño del mundo si pierde la vida?” (Mt 16,26). En lo tocante a la vida, lo que verdaderamente importa es el resultado final porque de él depende el valor y el sentido de cada cosa. En definitiva: la gran pregunta sobre el vivir es "Y todo esto ¿para qué?". Según sea la respuesta así será la existencia, y conviene atinar en la respuesta, pues quien ignora la meta es muy probable que equivoque el camino.
Francisco Echevarría
Se pueden cumplir escrupulosamente los mandamientos y tener grandes deseos de perfección, pero hace falta algo más para seguir a Jesús; con eso no basta. Hay que poner la confianza y nuestra seguridad en el Padre del cielo, y quitarlas de aquellas cosas que consideramos nuestras riquezas, todo lo que no es Él.
Para Santa Teresa el desasimiento, o falta de apego a los bienes de la tierra, es una condición determinante para ser orante. Y San Juan de la Cruz decía que da lo mismo si el pájaro está asido a una rama delgada o a una maroma; en ambos casos está asido y eso le impedirá volar.
La carta a los Hebreos dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz, tajante y penetrante, pero pierde sus virtudes si cae en un corazón que no está desasido, y queda infecunda. No puede juzgar los deseos e intenciones de un corazón demasiado lleno, que no puede volar, asido como está, a cosas, muchas o pocas, que le tienen sujeto.
El orante del libro de la Sabiduría encuentra en ella todos los bienes juntos y riquezas incontables, la luz. Pero antes la ha preferido a cetros y tronos, piedras preciosas y oro, a la salud y la belleza. Como el salmista, que pide misericordia y un corazón sensato, alegría y bondad.
Si el deseo de seguir a Jesús es más fuerte que ninguna otra cosa, compartir lo que se tiene con los demás hermanos brotará por sí solo de un corazón cuya riqueza es el Señor.
San Juan de la Cruz entendía que, el alma enamorada, elevaba esta oración:
Míos son los cielos y mía es la tierra,
mías son las gentes, los justos son míos, y míos los pecadores,
los ángeles son míos, y la Madre de Dios, y todas las cosas son mías,
y el mismo Dios es mío y para mí,
porque Cristo es mío y todo para mí.
¿Se puede desear algo más?
Aunque disminuido en las fuerzas y no en las ganas, retomamos estas pequeñas reflexiones dominicales, tras el paréntesis hospitalario que los años me han regalado, pues todo se puede esperar de los achaques de nuestra debilidad.
Hoy la Palabra de Dios nos muestra que tenemos que vaciarnos de todo, tenemos que confiar en Dios y siempre tendremos a la mano las persecuciones.
Vaciarnos de todo, de todo lo que nos impide la unión con Jesús, con los hermanos, de todas esas cosas con las que hemos llenado nuestro corazón, en lugar de dejarlo vacío de todo para que Dios lo llene a tope con su Palabra y nosotros con acciones de solidaridad, de la solidaridad de Dios que nos lleva a nuestros hermanos.
Si no hemos vaciado nuestro corazón de la chatarrería acumulada, es que esa chatarrería significa mucho para mí, y estaremos tristes como el joven del Evangelio, pues por mucho que queramos todas esas cosas que llenan nuestro corazón, nunca nos va a dar felicidad alguna.
Podíamos mirar si nuestra vida, como cristiano, como Iglesia la llevamos de espalda a Dios porque no dejamos todo eso que nos ata y nos tiene falsamente ilusionado.
Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios, así respondió Jesús a los discípulos que le decía “¿Quién puede salvarse?
Jesús en el Evangelio de Juan (15,) nos dice que sin Él no podemos hacer nada, por lo tanto toda nuestra vida tiene que ser un abandono en las manos de Jesús para que lleve al Padre toda nuestra esperanza, para que nos dé lo que en su nombre le pedimos, para ser sus brazos y sus pies entre los hermanos, ello, como nos dice el P. Foucaul, con una infinita confianza porque es nuestro Padre.
Jesús nos promete el ciento por uno, pero con persecuciones, persecuciones que no pueden desaparecer de la vida de un cristiano, y no sólo las persecuciones en las que tenemos en peligro nuestra vida, que ya es bastante en los tiempos que tenemos, sino toda esa persecución solapada, de injurias, de desprecio, de que nos sirve ir a Misa, cosa muy corriente que recibimos de personas allegadas, de indiferencia, de intolerancia con nuestras actitudes cristianas y las que queremos para nuestros hijos.
Todo ello, es normal dentro de lo que nos promete Jesús, y lo que puede ocurrir es que en lugar de rezar por nuestros “enemigos”, hagamos frente a esa intolerancia con nuestra intolerancia y perdamos nuestra credibilidad que es el testimonio que debe ser nuestra vida.
Recemos con el salmista, “Llénanos de tu amor por las mañana, para que así vivamos todo el tiempo alegres y dichosos “
María, Madre de todos los hombres, enséñanos a decir AMEN
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