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DICIEMBRE 2015
NATIVIDAD
DEL SEÑOR (NOCHEBUENA)
LUCAS
2,1-14. Y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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"Y los suyos no le reconocieron"
No era tal como lo imaginaron: no tenía apariencia de Mesías. Era todo lo contrario: apariencia de siervo.
"¿De dónde saca esa sabiduría y milagros? ¿No es el carpintero, el hijo de María?...No quisieron hacerle caso (Mc 6,2-3). "¿Pero de Nazaret puede salir algo bueno?" (Jn 1,46). "Ni siquiera sabemos de donde viene" (Jn 9,29).
La divinidad escondida no se reflejaba en su presencia y muchos no supieron descubrir al Hijo de Dios a pesar de su bondad, su misericordia y sus milagros.
Tal vez nosotros tampoco sepamos descubrir al Dios en quien creemos en tantos hombres y mujeres con quienes tratamos: latinoamericanos, rumanos, sabios, políticos, jóvenes y viejos, ignorantes, mendigos...
Pero esta imagen que tenemos de ellos no es la verdadera. La verdadera es la que Dios puso en ellos.
Igual que no supieron ver en el Nazareno al mismo Hijo de Dios, tampoco sabemos ver en los hermanos al Dios que en ellos refleja su imagen.
Aquel parecía tan poco divino, tan extraño... En éstos la imagen se nos desvanece; tan se nos pierde que fabricando una imagen a nuestro gusto de como debía ser el otro, corremos el riesgo de que en el atardecer de la vida también nos sorprendamos: "¿Cuando te hemos visto hambriento, desnudo...? (Mt 25).
"Y los suyos no le reconocieron".
Manolo Martín de Vargas.
Durante las fiestas de Navidad, yo tengo la misma sensación que describe la hojilla con las palabras de José Antonio Pagola. De la Navidad diría Santa Teresa que "le tienen usurpado el nombre", porque la alegría dulzona que nos venden no tiene nada que ver con ella.
Desde hace unos años vivo con mi padre y la primera Navidad que pasé con él, fuera del convento, me resultó desoladora. No podía entender que toda la celebración estuviera en la cena. Tampoco puedo ir a la Misa de Nochebuena, pero he aprendido a encontrar la alegría haciéndole feliz con detalles que aprecia y con los que se siente a gusto.
Con él, y en medio de una cena que, sin ser copiosa no deja de ser extraordinaria para nosotros, aunque solo sea por eso, porque se sale de lo ordinario, celebro la noche santa en que Jesús, al asumir la naturaleza humana nos une a la suya de modo admirable.
Permanezco junto a María, y veo entre sus brazos al recién nacido envuelto en pañales, como uno de tantos, al que llegan a ver unos pastores que, en el colmo del asombro, hablan de ángeles y cantos de gloria; y creo que ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres. Me siento llamada entonces a llevar, ya desde ahora, una vida sobria, honrada y religiosa. A gritar: Os traigo la buena noticia: os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor.
Reconozco que formo parte de un pueblo que camina en tinieblas y habita tierra de sombras, pero veo en este niño, frágil y vulnerable, en brazos de su Madre, bajo la mirada atenta de José, una luz grande que brilla para todos nosotros.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, que puede acabar con la vara del opresor, el yugo de su carga y el bastón de su hombro; con la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada en sangre.
Los pastores no lo tenían fácil, ¿quién esperaba encontrar al Mesías en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? ¿Dónde están su grandeza y su poder?
Estos días cantamos:
Solo los pobres y humildes le ven,
solo el amor nos conduce hasta él.
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