27 MARZO 2016
1ºDOM-PASCUA
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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RESUCITÓ (Jn 20,1-9)
La fe cristiana arranca de la resurrección de Cristo. Sin este hecho, no habría pasado de ser un profeta más o un renovador religioso. Otra cosa es el modo de explicarla, que depende de la antropología y filosofía de la que se parta. De todas formas es un asunto de fe, lo que significa que, por muchos argumentos a favor o en contra que uno encuentre, al final, es una opción personal que condiciona el modo de entender la existencia propia y ajena. Esto no significa que la fe sea irracional como algunos dicen. Es que no puede ser consecuencia de un razonamiento. Pero ¿dónde está escrito que la medida de la verdad y el criterio de la realidad sea la capacidad de comprensión y conocimiento del hombre?
Una cosa sí es cierta: a lo largo de la historia son muchos los hombres y mujeres que han encontrado en la resurrección de Cristo el elemento clave para encontrar un sentido a su vida. La Magdalena, Pedro, Juan y todos los demás, no creyeron en la resurrección porque alguien les demostró con sabios argumentos la consistencia de esta doctrina, sino porque se encontraron con Jesús vivo tras su muerte y, a partir de ese momento, sus vidas cambiaron por completo. La fe en la resurrección, por tanto, no es algo que se demuestra, sino algo que se muestra. Nadie tiene que probar nada. Lo único que cabe es expresar lo que se ha vivido.
Pero, junto al hecho histórico, está el sentido místico de la misma. La resurrección no es sino el lado luminoso de la Pascua, cuyo lado oscuro fue la muerte. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Esto significa que nada humano que acaba, acaba completamente. Todo acabamiento es el comienzo de una nueva realidad. Cuando se siembra un grano de trigo, lo que brota no es el mismo grano, pero toda la espiga estaba contenida virtualmente en él. Es la fuerza de la vida lo que hace que algo pequeño e insignificante alcance tal plenitud.
Así es en los individuos y así es en las colectividades. Por eso, aunque a veces la muerte nos golpee cruelmente y sean unos hombres los causantes del dolor, la fe en la resurrección nos permite mirar más allá del horizonte y conservar la esperanza de un mundo mejor. Así ha sido, así es y, desgraciadamente, así será. Hasta que le llegue la muerte a la Muerte y una nueva humanidad habite sobre una tierra nueva, bajo un cielo nuevo que nunca verá la noche.
Ése es el significado de los cientos de lámparas que, día y noche, han brillado en Atocha por la muerte, innecesaria e injusta de casi doscientos seres humanos, por el sufrimiento, innecesario e injusto, de más de mil quinientos seres humanos. Sus autores tal vez quisieron acabar con la esperanza, pero sólo lograron que brillara más intensamente.
Ése es el también el sentido del grito cristiano de la Pascua: ¡Aleluya! ¡El Señor ha resucitado!
Hoy llego muy tarde a la cita de la semanal reflexión y es la ausencia y con ella la falta de medios, pero aunque sea tarde, quiero dejar mi pequeña aportación
Hoy nos llenamos de alegría porque Jesús ha sido elevado de la muerte a la vida, porque Jesús no está entre los muertos donde solemos buscarlo como las piadosas mujeres, hoy nos llenamos de alegría porque Jesús vive, ayer, hoy y siempre y por ello nuestro encuentro tiene que marcar nuestra vida con la suya y con su causa, como nos dice el autor de la hoja.
Pero quisiera llenar estas líneas con la aparición a María, su Madre y nuestra Madre. Nada dicen los Evangelios ni los escritos posteriores del Nuevo Testamento, pero esa aparición tuvo que ser una realidad, ella que lo llevó en su seno y en su corazón, ella que lo alumbró a este mundo, ella que lo crió, ella que convivió con Él tantos años y que de pronto sufrió el desgarrón de su partida, ella que hizo posible ese primer signo, que vivió, sufrió y se alegró cuanto se decía de Él, por la elite del pueblo judío y por el pueblo sencillo que bebía de sus palabras por sentirse acogidos, ella que vivió su pasión y su muerte con entereza al pie de la Cruz, ella tenía que vivir la resurrección antes que nadie, ella tenía que sentirse llena de la inmensa alegría de que se cumplía las escrituras y cuanto Él dijo.
María, llena de gracia y de dolores, María llena de amor y de ternuras, María llena de inmensa Misericordia, tu viviste la Vida, tu viviste el Amor, tu viviste la nueva vida de tu Hijo, del Hijo del Padre.
Los siglos con tus apariciones a los que vivimos en este valle de lagrimas, nos llenan el corazón con la esperanza de que esto no es un cuento, una falacia, es una realidad que se nos regala con la fe, y que hacemos posible con la aceptación en el encuentro con Jesús que cada uno hemos tenido y seguimos teniendo en el Pan compartido y con nuestro corazón repartido entre todos los hermanos, hoy con tanto dolor, entre los hermanos de otras latitudes por ser fieles y entre los que necesitan de nuestra mano y nuestra ayuda, porque tienen hambre, sed, desnudez, soledad de una enfermedad, de una vida fuera de su entorno, de una prisión por las debilidades, de…...
María, haznos cantar, pese a nuestras debilidades y necesidades, el aleluya de la gratitud porque Cristo, nuestro Señor, Vive. AMEN
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