3 JULIO 2016
DOM-14C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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PORTADORES DE PAZ (Lc 10,1-12.17-20)
Dijo Pablo VI que la Iglesia existe para evangelizar y que la evangelización constituye su identidad más profunda. Esto significa que no tiene otra misión que la de anunciar el evangelio. Pero esto, como todo, está sujeto a la tentación de buscar la eficacia a cualquier precio. Jesús, cuando instruye a sus enviados, les dice cómo hay que realizar la tarea. Ante todo deben contar con que el medio es hostil: van como corderos en medio de lobos. El evangelio es ciertamente un mensaje hermoso y positivo, pero pensar que el mundo de hoy lo va a aceptar entusiasmado es una ingenuidad. El pensamiento y los valores que predominan en nuestro mundo son, en gran parte, contrarios al pensamiento y los valores propuestos por Jesucristo.
Sería un mal servicio disimular las exigencias para hacerlos más llevaderos.
La segunda exigencia del mensajero es la pobreza. No deben llevar ni siquiera lo indispensable: viandas para el camino, algo de dinero en la faja y unas sandalias de repuesto. La única riqueza de que disfrutan es el anuncio que han de hacer. Viene a decir con ello el Maestro que la riqueza de medios, con frecuencia, oculta el valor del mensaje. Es la tentación de trabajar por los intereses de Dios utilizando medios o métodos que a Dios no le van. No vale cualquier medio para conseguir el fin que se pretende por muy legítimo que sea.
Lo tercero que les advierte es que la tarea no debe ser demorada. El ritual del saludo oriental era muy complicado y exigía mucho tiempo. No deben pararse a saludar porque eso significaría retrasar demasiado el anuncio. La palabra debe ser anunciada ya. San Pablo dirá más tarde que hay que predicar a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella. Viene a decir lo mismo. La Iglesia no puede esperar a que los vientos sean favorables para proclamar un mensaje que le ha sido encomendado para darlo y que no le pertenece.
Al llegar a un lugar han de entregar el mayor de los dones –la paz– y aceptar sin reticencias la hospitalidad que le ofrezcan. No deben cambiar de casa porque eso significaría que no les gusta lo que le ofrecen. Es cierto que el que trabaja por el evangelio necesita sustento y –como el obrero– merece un salario. Pero no está allí por el salario. Los medios económicos en la Iglesia son sólo medios. Nunca pueden ser un fin. Lo cual cuestiona no poco el uso que hacemos de ellos. Y deben, además, curar a los enfermos. El mensajero del evangelio tiene que ser sensible al sufrimiento humano si quiere poner su semilla en el corazón de los hombres.
Cuando reúnan estos requisitos, estarán en condiciones de anunciar que el Reino de Dios está cerca. Pero, aún así, pueden fracasar.
Como cristianos, seguidores de Jesús, somos evangelizadores, enviados. Jesús nos exhorta a orar para que no falten obreros en la mies, y a ponernos en camino.
Nuestra misión entraña riesgos, y aún así hemos de renunciar al control sobre ella y a las seguridades, y apresurarnos, pues la tarea urge. No podemos perder el tiempo, y nuestra actitud ha de ser sobria, digna, sin imponer ni exigir.
Cuando vemos el fruto de nuestra labor sabemos que no podemos gloriarnos en nosotros, sino en Jesucristo crucificado, que nos libera de todos los demonios que nos atenazan y hace de nosotros criaturas nuevas.
Podemos anunciar el Reino de Dios lejos o cerca, entre desconocidos o entre los nuestros, como dice Juan en la hojilla de este domingo, de palabra y de obra. Y no depende de nuestras cualidades. Basta con que, siendo quienes somos, llevemos en el corazón la urgencia de la evangelización, de anunciar donde estamos la paz y la misericordia de Dios.
Esta segunda misión de los discípulos, no solo de los doce, podíamos denominarla con un nombre tan actual hoy, nueva evangelización, pues como se ha dicho, el grupo enviado era mayor que los doce, lo que nos quiere decir una cosa importante, que todos estamos llamados a llevar la Buena Noticia en los ámbitos en los que desarrollamos nuestra vida, pues no solo aquí sino en los finales de los tres sinópticos, se nos encomienda esta misión.
Y que le vamos a contar, de que le vamos a hablar a las gentes, a los que nos rodea, familia, amigos, compañeros…..? pues como nos dice el Salmo, “fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo”
Con que cantemos nuestro Magnificat, con que reconozcamos las obras de Dios en nosotros, en mi y en ti, nos bastaría y tendríamos para mucho, nos faltarían páginas, como nos dice S. Juan al final de su relato evangélico, lo que nos pasa es que el miedo nos deja paralizado, pese a las veces que Jesús nos dijo que no tengamos miedo, “creed en Dios y creed en mi”: esa es la puerta de nuestra Evangelización.
Todo ello nos debe de dar valor para dar razón de nuestra esperanza, de que no creemos en alguien muerto, sino que creemos en Jesús vivo y Resucitado, en la vida de la resurrección que esperamos porque creemos en su Palabra.
Dejemos todo lo que no lleve a proclamar a Jesús, vayamos ligerito de ropa, dejemos tantas cosas como tenemos y que no nos hace falta ni nos hará falta, solo nos basta la fe, la confianza total en el Maestro a quien seguimos, lo demás sobra.
Cantemos a Dios como nos dice el salmista, y este canto no puede ser otro que dar las gracias, por la vida, por los que nos quieren, por los que nos cuidan, en definitiva por la vida de Dios en nosotros, si le dejamos, como nos dice en el Apocalipsis, mira que estoy a tu puerta y llamo….
María, Madre de Dios y de todos los Hombres, ayúdame a decir AMEN
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