10 JULIO 2016
DOM-15C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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ANTE EL PRÓJIMO CAÍDO (Lc 10,25-37)
Es frecuente que san Lucas ponga como ejemplo a personas ajenas al mundo judío. La parábola del buen samaritano es un ejemplo de ello. La ocasión es el examen al que someten a Jesús para comprobar la ortodoxia de su doctrina. El contexto es que, para el mundo judío, el concepto de prójimo era muy restringido. Estaba escrito que hay que amar al prójimo, pero no estaba claro quién es verdaderamente prójimo. Los pecadores, los paganos, los que desconocían la ley no eran considerados tales por los rabinos de la época.
La parábola del samaritano solidario explica el pensamiento de Jesús en términos muy precisos a la vez que da la vuelta a la cuestión: El rabino le pregunta ¿quién es mi prójimo? Y Jesús, tras la parábola, pregunta ¿quién se comportó como prójimo del herido? Es decir: ¿quién atendió la necesidad de aquel hombre? Porque el problema no es quién está cerca de mí, sino al lado de quién estoy yo. Eres prójimo del todo el que necesita tu ayuda. Por eso el evangelista dice un hombre –no un judío o un gentil– bajaba de Jerusalén. Lo que constituye a un hombre en prójimo de otro es la conciencia del otro y el conocimiento de su problema. No se puede encerrar la proximidad entre las vallas de la raza, del sexo, del grupo social, político o religioso, de la nación o cualquier otro prejuicio. Soy prójimo de todo ser humano –de cada ser humano– que me necesita.
El sacerdote y el levita –dos personajes vinculados a la religión– dieron un rodeo, se alejaron, para no tocar a un moribundo que, según las normas establecidas, era alguien impuro. Para ellos era más importante la observancia de las normas que la necesidad ajena. Era un sistema religioso que tergiversaba el sentido profundo de una religión que, en sus orígenes, había sido profundamente solidaria. El samaritano, por el contrario, muestra no ser un hombre muy religioso –habría hecho lo mismo que los anteriores–, pero aparece como un ser humano, es decir, con sentimientos humanos. Por eso no pasa de largo.
La parábola de Jesús es de gran actualidad hoy día y se muestra como un juicio de condenación para unos y de justificación para otros. Porque ocurre que vivimos en la aldea global, es decir, en un mundo en el que las distancias son nulas debido a los medios de comunicación y transporte. Esto, que podría significar espíritu abierto, a muchos les lleva a encerrarse en su mundo para defenderse de influencias extrañas. De ahí el auge de los nacionalismos y de los fundamentalismos. Hay quienes se pasan al extremo contrario y menosprecian lo propio seducidos por la fragancia de lo extraño. Entre ambos extremos están los que comprenden el carácter relativo de su modo de entender la vida y las cosas y se hacen permeables a otras culturas y pensamiento, sin por ello perder su identidad.
La parábola del buen samaritano –que primero se ocupa del herido y luego continúa con sus asuntos– es una propuesta de equilibrio para nuestro mundo. Ni asaltar al otro, ni ignorarlo, sino acercarse a él porque en el encuentro está el enriquecimiento mutuo.
El Papa Francisco pide una Iglesia samaritana. Una Iglesia que ame al Señor, su Dios, con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con todo su ser. Y que lo haga en el prójimo, que es donde se ama a Dios de verdad, sin trampa ni cartón.
El relato del samaritano enseña, una vez más, que ser fiel a la ley puede estar muy lejos del amor, así que una Iglesia samaritana no se preocupa tanto de las normas y preceptos cuanto de tener los ojos abiertos y un corazón capaz de sentir lástima.
Un buen samaritano pospone sus propios planes y tareas para acercarse a quien lo necesita, sea quien sea, y lo cura, lo acoge, vela por él y lo protege. Se hace padre, hermano, amigo y compañero del caído, porque no puede pasar de largo ni desatender al que yace en el suelo.
El que se hace prójimo de los demás es el que practica la misericordia con ellos. Cuando miramos al buen samaritano y le vemos movido a compasión, estremecido por el dolor ajeno como si fuera propio, al servicio del que necesita cura y alivio, escuchamos las palabras de Jesús: Anda, haz tú lo mismo. Y eso nos va a complicar la vida, a sacar de nuestra zona de confort. Va a tirar de nuestra capacidad de compromiso, que es mojarse, arrimar el hombro, complicarse la vida. Pero para los que seguimos a Jesús la vida no merece la pena si no es para entregarla.
En este año de la Misericordia, la parábola que el Evangelio nos presenta ha sido y es constantemente repetida, una y mil veces, pero si cada vez que la leamos, la reflexionemos, la meditemos, la hagamos oración, nos quedamos solo en eso, no la hacemos vida, no practicamos la misericordia que nos pide el Señor, la convertimos en letra muerta.
Como hacerla vida? practicando la misericordia, haciéndonos prójimos de todos los que tienen alguna necesidad, necesidad que puede ser material, pero puede ser no material: tendremos que cubrir las necesidades materiales y espirituales, pero cuanto cansancio, cuanta desesperanza, cuanta desilusión, cuanto desgaste, cuanto aburrimiento de vida que lleva a pensar en lo peor, y todo eso en personas que están a nuestro alrededor esperando que nos “hagamos prójimo” de ellas, no que ellos son nuestro prójimo, SINO QUE TENEMOS QUE HACERNOS PRÓJIMOS DE ELLAS, porque tenemos que salir de nosotros, de nuestros dolores, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias, de nuestros pesares, y no digamos de nuestras comodidades y bienestar para untar las llagas de todas esas personas que esperan que nos acerquemos a ellos y le llevemos la esperanza de que Dios, nuestro Señor, está con todos.
Preguntémonos al atardecer qué obra de misericordia hemos hecho, una nos basta, pues será indicio que hemos tenido a Dios con nosotros pensando en el hermano.
El amor a Dios y a los hermanos, es un ”” mandamiento que está muy cerca de ti, en tu corazón y en tu boca, cúmplelo””.
Recemos con el salmista “Miradlo los humildes y alegraos, buscad al Señor y revivirá vuestro corazón”.
María, Madre de Dios y Madre nuestra, haz nuestro corazón prójimos de nuestros hermanos, AMEN
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