31 JULIO 2016
DOM-18C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LA AVARICIA (Lc 12,13-21)
Son siete las necesidades del ser humano y satisfacerlas de un modo adecuado viene a ser la tarea fundamental de la vida. Las tres primeras tienen que ver con el mundo material. Son la necesidad de bienes que garanticen nuestra supervivencia y nos den seguridad; la necesidad de gozar del don de la vida en medio de las dificultades; y la necesidad de realizar nuestros proyectos que nos proporciona confianza en nosotros mismos y eleva nuestra autoestima. La cuarta es la más humana: se trata de la necesidad de amar y ser amado. Cuando es rectamente satisfecha, nos introduce en el ámbito de las necesidades espirituales, que nos acercan al mundo de lo sobrenatural. Las tres últimas son: expresar nuestro mundo interior –ser creativos–, comprender la verdad de la existencia y alcanzar la sabiduría por la que comprendemos nuestro destino último y el sentido de la vida.
Las tres primeras son –como las restantes– necesidades fundamentales del ser humano, pero encierran un peligro: cualquiera de ellas puede atrapar el corazón e impedir el progreso del espíritu hacia estados superiores. Quien queda atrapado en la primera es víctima de la codicia. Su vida no tiene otro objetivo que acumular riquezas y bienes. Quien se deja dominar por la segunda cae en el hedonismo, en la búsqueda compulsiva del placer y se vuelve incapaz del sacrifico, la renuncia o el esfuerzo. El esclavo de la tercera tiene un desmedido afán de poder. Su objetivo es dominar el mundo. Lo paradójico de la vida es que, siendo tres necesidades, son tres posibilidades y, a la vez, tres riesgos, aunque, la más peligrosa es la primera.
Jesús dice, refiriéndose a ella, que es de necios acumular riquezas para uno mismo y no ser rico ante Dios y el autor de los Proverbios hace gala de equilibrio y sensatez cuando pide: "Señor, no me des riqueza ni pobreza, sólo lo necesario para vivir" (30,8).
La verdad es que resulta extraño este lenguaje en Occidente, dado que es un mundo atrapado en las tres primeras necesidades. Pero creo que ya es hora de empezar a hablar del callejón sin salida en el que estamos metidos. Porque ¿a dónde nos está llevando la idolatría del dinero, el afán de placeres y el ansia de poder? ¿Acaso a un mundo más humano y feliz? En el siglo pasado hemos creado la utopía del progreso y de las libertades y hemos caminado hacia ella, pero al final lo que encontramos es un mundo de ricos muy ricos y pobres muy pobres, donde las libertades individuales son encadenadas por los violentos y los poderosos y las nuevas generaciones, víctimas del vacío existencial, tratan de disfrutar a tope porque nadie les ha mostrado otra felicidad. Necesitamos desandar el camino y situarnos en el sendero adecuado. Quienes lo muestren serán los verdaderos bienhechores de la humanidad.
TÚ ERES EL BIEN, TODO BIEN, SUMO BIEN... se dirigía San Francisco a Dios. Y es que las lecturas de este domingo nos interrogan por nuestros bienes en el camino cristiano, de discípulos y seguidores de Jesús, que recorremos. ¿En qué ponemos nuestro corazón? Porque ahí estará nuestro tesoro. ¿Somos nosotros quienes administramos nuestros bienes o son ellos nuestros dueños y señores? ¿Nos servimos de ellos, servimos con ellos o los servimos a ellos?
En un tiempo como el nuestro en que el brutal sistema económico actual sirve al consumismo más abyecto cobran especial relieve las palabras del Maestro de Vida: Guardaos de toda clase de codicia, pues la vida no depende de los bienes... Y llama necio al que amasa para sí y no es rico ante Dios, ante quien, al fin, comparecerá sin nada de lo acumulado y a pesar de todos sus cálculos.
¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y afanes? se pregunta el autor del Eclesiastés, y se lamenta de tanta energía gastada, tantas fuerzas desperdiciadas en lo que no vale nada porque no perdura.
El salmista se centra en la voz del Señor y la escucha de su palabra, en la alabanza y el agradecimiento, en el gozo de ser posesión de Dios.
Y Pablo nos exhorta a vivir en cristiano aspirando a los bienes de arriba, donde está Cristo. Si allí están nuestros bienes allí estarán nuestra vida y nuestro corazón, desdeñando la idolatría que suponen la codicia y la avaricia, es decir, la adoración al dios dinero, a lo material, que nos quita la libertad y la dignidad de los hijos de Dios y nos conduce a la esclavitud más ciega y patética.
Esta semana quisiera empezar con un sencillo cuentecillo, que posiblemente sea conocido de muchos:
Un señor paseaba por la orilla del mar, vio como un pescador salía a pescar con una humilde barca y cual no fue su sorpresa que al poco tiempo volvió el pescador con unos buenos ejemplares y se dirigió al pescador diciéndole que con su habilidad y más tiempo hubiera vuelto con la barca llena y así progresivamente compraría más barco, montaría una factoría, exportaría a gran escala, ganaría mucho dinero y podría retirarse y vivir tranquilo a la orilla del mar, sin preocupaciones y dedicarse a lo que más le gustaba que era la pesca.
El pescador le preguntó cuánto tiempo tardaría en tener todo eso, a lo que el paseante le respondió que veinte o treinta años, respondiéndole el pescador que eso es lo que ya tenía, porqué había de trabajar y bregar tanto, si el mar le daba lo necesario cada día.
Hoy las lecturas nos propone que reflexionemos sobre ¿qué sentido tiene la vida? En torno a cuya idea gira el libro del Eclesiastés (1ª lectura) y el Evangelio nos pone ante la misma reflexión con la parábola del avaricioso y lleno de codicia.
S. Pablo en sintonía con el Evangelio de hoy (parábolas del tesoro y de la perla), nos hace mirar a los bienes de arriba.
El Papa Francisco, con su conocida ironía, dice que nunca ha visto un entierro con el camión de la mudanza en la comitiva.
Venimos a este mundo sin nada y nos vamos sin nada, incierto, nos vamos con todo aquello que de bueno hayamos hecho en la construcción del Reino de Dios, con todo aquello que de bueno hayamos dado a los demás, nuestra sonrisa, nuestra palabra, nuestro acompañamiento, nuestro interesarnos por aquellos de los que nos hacemos prójimos.
Somos amor, recibimos amor y tenemos que dar amor, porque lo dice el Evangelio, “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” y si echamos la vista a los tomos de nuestros años, veremos la lista larga de los dones de Dios y la lista larga de nuestras infidelidades.
Miremos nuestra vida, pongamos nuestro corazón en el tesoro de Dios que no es otro que los marginados y…….., y hagamos realidad el sueño de Dios, como una vez le escuché a un misionero, al que la entrevistadora le decía que se dirigiera al publico a fin de pedir para cubrir las necesidades y el misionero dijo, lo importante es que se cumpla el sueño de Dios, la solidaridad humana.
¿Qué lejos estamos de ello!
María, Madre de Dios y Madre de todos los hombres, ayúdanos a mirar las cosas de arriba en nuestros hermanos de aquí abajo. AMEN.
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