DOM-31C

domingo, 23 de octubre de 2016
3O OCTUBRE 2016

DOM-31C

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 23 octubre, 2016 13:37 dijo...

ZAQUEO (Lc 19,1-10)

Zaqueo es una buena expresión de lo que significa convertirse en un hombre nuevo. El evangelio comienza diciendo que era jefe de publicanos, es decir, jefe de recaudadores de impuestos, y que era rico, que es tanto como decir que no había perdido el tiempo. Para comprender el alcance de esto hay que saber cómo funcionaban las cosas. Roma subastaba los impuestos de una zona. El que lo conseguía le pagaba lo que ella consideraba necesario. Para garantizar el cobro, ponía a disposición del recaudador al ejército y éste, para cobrar, no dudaba en hacer uso de la fuerza y de cargar la mano. Lógicamente el pueblo los consideraba unos ladrones y unos traidores. No era de extrañar que la gente no quisiera nada con ellos.

A pesar de todo, Zaqueo quiere ver a Jesús, quiere conocerlo. Es curioso que sea la gente que rodea a Jesús, la que está más cerca de él, la que le impide verlo. A veces puede ocurrir que los más cercanos a Cristo impidan que los extraños lo vean. Pero este hombre, bajo de estatura, no se desanima ante las dificultades, sino que se las apaña para conseguir lo que pretende. Estudia hacia donde se dirige y se sube a un árbol de la zona para verle desde arriba. A veces uno tiene que retirarse de la gente y subirse a un lugar alto para poder ver las cosas bien.

Jesús, al pasar junto a él y verle así, comprende el interés de aquel hombre y le habla. Le llama por su nombre. Esto significa que le conoce y sabe lo que es. A pesar de ello, cree necesario quedarse en su casa. Zaqueo no podía ni pensar en aquello. Jamás a un publicano se le hubiera ocurrido invitar a un rabí, a un maestro. Cualquier judío hubiera considerado eso una ofensa. Por eso bajó inmediatamente y lo recibió encantado. Suponemos lo que ocurrió en el corazón de aquel hombre. Acostumbrado a ser evitado y despreciado por todo el mundo, sin amigos y sin otro consuelo que su dinero. De pronto el rabí de Galilea quiere hospedarse en su casa. En realidad no era él el que acogía a Jesús, sino Jesús quien le acogía a él.

La reacción de la gente es la de siempre: murmura, critica, no entiende lo que está pasando. Zaqueo, por el contrario, está viviendo una verdadera convulsión interior: primero fue la sorpresa y la alegría, luego la acogida del Maestro en su casa y, finalmente, el gesto que expresa el cambio que se había dado en él: entrega la mitad de sus bienes a los pobres y con la otra mitad va a devolver lo que haya cobrado injustamente.

Son varias las lecciones que se desprenden de este encuentro. La primera es que, cuando una persona se encuentra con Jesús, cambian sus intereses, sus valores, su modo de entender la vida. Unas cosas dejan de tener valor y otras, que no lo tenían, comienzan a cobrar importancia. La segunda lección es que la libertad tiene un precio. Para conseguirla hay que pagar un rescate: Zaqueo se deshizo de su dinero porque era eso lo que tenía atrapado su corazón. Tú verás, en tu caso, qué es lo que te ata. La tercera lección viene de parte de Jesús: una vez más demuestra que está por encima de los prejuicios sociales y se interesa por la persona concreta que tiene ante sí. Él ha venido a salvar lo que está perdido.


juan antonio at: 25 octubre, 2016 19:57 dijo...

La reflexión de esta semana podíamos hacerla sobre las miradas de Jesús y ello partiendo del pasaje evangélico que nos narra la búsqueda de Jesús por parte de un pecador considerado publico por sus servicios a la nación invasora y el encuentro que tiene con Él al mirarlo Jesús e indicarle que quiere hospedarse en su casa.
A lo largo de todos los Evangelios, sean en realización de milagros o en su relación con los discípulos, apóstoles o no, se nos relata una serie de miradas entre Jesús y los demás.
La mirada a la viuda de Nain, la mirada la mujer pecadora que iban a dilapidar, la mirada al ciego del camino, al paralitico de la piscina, a los leprosos y sobre todo al que volvió, la mirada en la elección de los apóstoles, Andrés, Pedro, Santiago, Juan , Bernabé, Mateo……., las miradas a Pedro cuando lo negó, después de la Resurrección cuando lo interpela sobre si le quiere o no y cuantas más, como las multitudinarias cuando van a buscarlos su madre y sus parientes…..Jesús siempre nos mira, y con qué ternura, recordemos la mirada a la mujer que le toco el manto porque con ello creía que era bastante para que se produjera el milagro al igual que la dirigida al joven rico, las miradas de Jesús en la Cruz, a su madre, a Juan , a los que estaban crucificados con Él y tantas y tantas ……... como hoy, que posiblemente no captemos.
El Evangelio es una pura mirada de Jesús a nosotros, hoy, cada vez que lo tomamos en nuestras manos y vivimos el pasaje del día poniendo nuestros ojos en Jesús y en los hermanos, conformando o intentado conformar nuestras vidas a su forma de ser, de estar, de hablar de practicar la misericordia.
Cabría preguntarnos si en esa lectura, en ese rato de oración captamos la mirada de Jesús como lo hizo Zaqueo y que revuelva nuestras entrañas a una conversión que no es más que buscar y hacer la voluntad de Dios, qué me pide y qué le doy, porque lo que Él me da está muy claro, cada día la creación entera en el lento amanecer, nos sostiene en el dolor y en las alegrías: releamos las parábolas del Padre Bueno, del buen samaritano……., ese es nuestro Padre, nuestro Hermano y el Espíritu que nos impulsa.
Las restantes lectura son para digerirlas en esos ratos de silencio, de abandono, de contemplación: “amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho “ “pedimos continuamente a Dios que os considere dignos de vuestra vocación”: son simples pinceladas, pues ya me he extendido mucho.
Con el salmista recemos “el Señor es bueno con todos, es cariñosos con todas sus criaturas”
Madre del Amor Hermoso y Madre nuestra, ayúdanos cada día a buscar la mirada de Jesús en nosotros y en nuestros hermanos, AMEN

Maite at: 25 octubre, 2016 21:36 dijo...

La hojilla de esta semana pone de relieve algo muy importante y siempre presente en el Evangelio, pero para lo que estamos muy poco entrenados a causa, probablemente, de una mala formación recibida. Y es que la invitación que Jesús mismo se hace para alojarse en casa de Zaqueo es anterior a su conversión y buenos propósitos de enmienda, y causa de ella. No al revés.

Por su oficio y la riqueza acumulada Zaqueo era, a todas luces, un corrupto en una sociedad donde abundaban los pobres de solemnidad. Pero en el corazón de aquel hombre algo le empujaba a ver a Jesús, y vence la dificultad de su pequeña estatura subiéndose a una higuera.

Santa Teresa afirma que un alzar a Dios los ojos por nuestra parte basta para derretirle. Y en el Cantar de los Cantares el Amado, figura de Cristo Esposo, queda prendado y prendido en un cabello de la Amada, figura del creyente y de la Iglesia. Por eso ante el deseo de Zaqueo el corrupto de ver a Jesús, el Señor levanta sus ojos para mirarle.

Tenía que haber mucho remordimiento, mucha soledad en el corazón de Zaqueo para que el gesto de Jesús, extremadamente generoso, por otra parte, rompa todos sus esquemas y defensas, y haga de él un hombre nuevo, comprometido y veraz.

Muchas veces se nos olvida, a pesar de saberlo de sobra, o tal vez por eso, lo que dice Jesús: "He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" Y nos empeñamos en apartar nuestra mirada de la suya porque no nos creemos dignos de ella, ni de recibirle en nuestra casa.

El Papa Francisco dice, hablando de la comunión, que Jesús no es un premio, sino alimento y ayuda, esfuerzo y aliento para el camino.

Si nos sentimos hoy tan sucios como Zaqueo, tan miserables y corruptos como él, podemos dejar que encienda en nuestro corazón la sed de ver sus ojos que miran los nuestros. Podremos escuchar de sus labios que hoy se alojará en nuestra casa y que será nuestra salvación. Restituir a los demás eso que les debemos será la consecuencia lógica de la salvación recibida y experimentada en carne propia.

Solo Jesús, con su amor que se adelanta y nos precede, puede transformarnos hasta ese punto. ¿Estamos dispuestos tan solo a rompernos la crisma subiendo a una higuera, urgidos por el deseo de verle?