6 AGOSTO 2017
DOM-18A-TRANSFIGURACION
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL ROSTRO COMO EL SOL (Mt 17,1-9)
De camino a Jerusalén, donde iba a tener lugar la pasión y la muerte en la cruz, Jesús muestra a los tres discípulos más cualificados -Pedro, Santiago y Juan- su verdadero rostro. Lo hace a modo de aviso para cuando llegue el fracaso, de manera que su fidelidad no se resienta. Dicen las Escrituras que la figura de Jesús -rostro y vestidos- se transformó y que la luz -oro y blanco- irradiaba de él como de su fuente. Jesús no es, por tanto, un iluminado, sino el iluminador. En otro lugar y en otro evangelio lo dice claramente: “Yo soy la luz del mundo”. Se refería él, ciertamente, a su doctrina y a su vida, si bien, en este monte, entendemos que se refiere también a su persona.
Y es que a Jesús se le puede mirar de muy diversas formas: centrando la atención en sus palabras -como un maestro-, en sus milagros -como un sanador-, en el modo de entender a Dios -como un líder espiritual- o en su persona -como Hijo de Dios-. La mirada de un creyente es la última y, desde ella, considera todas las demás. No está mal valorar sus enseñanzas -pero Jesús no es un filósofo- o admirar sus milagros -aunque no ha sido el único que ha hecho prodigios- o verlo como un maestro del espíritu -ha habido muchos-. Pero lo que define a un cristiano es creer en su persona: no se cree a Jesús más que en la medida en que se cree en Jesús. Eso fue lo que trató de explicarles a los tres discípulos en el monte. Todo lo que habían visto y oído tenía que ser interpretado desde lo que estaban viendo y oyendo: un ser transformado y una voz del cielo que dice “éste es mi Hijo: ¡escuchadlo!”:
Aquí radica la fuerza de la fe cristiana. No es adhesión a un mensaje, a un sistema de pensamiento, a unas enseñanzas. Es adhesión a una persona. No es -como ocurre entre los humanos- la enseñanza la que legitima al maestro, sino el maestro el que legitima la enseñanza, por eso es más importante creer en su identidad que en sus palabras. Ese es el sentido de la voz que suena desde la nube: “Éste es mi Hijo, el amado, el predilecto: escuchadle”. Primero se dice quién es -identidad-, luego se manda escuchar -mensaje-. Creo que es esto lo que identifica y, a la vez, dificulta la fe cristiana porque, para muchos, es difícil aceptar la idea de un Dios que se hace hombre. Es más fácil creer que un hombre habla en nombre de Dios. Por eso -en medios no creyentes- se valora cada día más la figura de Jesús y se le considera un ser excepcional por sus enseñanzas y sus prodigios; pero se le reduce a la categoría de un ser humano en el que Dios se ha manifestado de un modo especial. Avatar llaman a esto en el argot de la Nueva Era. Para nosotros no es suficiente. Pensamos que sólo se puede creer a Jesucristo si antes se cree en Jesucristo. De no ser así ¿cómo se pueden entender algunas de sus enseñanzas como el amor a los enemigos o las bienaventuranzas?
¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
Así se expresaba el apóstol Pedro allá en el monte en el momento de la Trasfiguración de nuestro Señor ante los íntimos, los más allegados, aquellos que le acompañaron en momentos dulces y en momentos dolorosos.
Y esa es quizás nuestra postura, la de bienestar, la de la comodidad, dentro de unas reglas, pero sin complicarnos la vida, sin grandes esfuerzos, manifestamos nuestro seguimiento a Cristo: hacemos novenas, sacamos imágenes en procesión, rezamos que no oramos porque la oración la entendemos de pedir y más pedir, como otras veces he dicho somos los pedigüeños de Dios, los que le piden y le hacen promesas a cambio del favor que se le pide y olvidamos la presencia, la acción de gracias (porque aún queremos más), la alabanza y la adoración, porque Jesús es nuestro Señor y Dios y en esta fiesta nos lo hace ver, no quería dejarse ver solo como el que hace milagros y curaciones.
Pedro lo dijo, hagamos tres tiendas Señor, el momento culmen, llevado por el aturdimiento ya que esa gloria de Dios que se derramaba ante ellos era demasiado para sus pobres mentes de pobres pescadores.
Han pasado muchos años y nosotros, instruidos en la vida y hechos de Jesús, posiblemente no entendamos bien su mensaje.
Hay un autor, que distingue entre religiones de autoridad y religiones de llamada: la primera considera la verdad como un patrimonio que solo hay que guardar y defender y los hombres como rebaños que hay que dominar, construyéndolos desde fuera, comportamientos, practicas, reglamento… y la segunda pone al hombre en pie, es una criatura en movimiento y el ejemplo de ello lo tenemos en nuestro padre Abrahán, llamados por Dios a dejar su parentela y seguir a Dios, creyó en la llamada y siguió la voluntad de Dios en su largo caminar desde las llanuras de Mesopotamia hasta Canaán, siendo padre del pueblo de Israel, estuvo activo, no dejaba de ver a Dios a su vida y así sucedió en la visita de los Ángeles en el encinar de Mambré.
Hoy como ayer y como siempre, el Señor nos llama a no quedarnos en la pasividad de ver las complacencias en nuestra vida de relación con Dios y con nuestros hermanos, sea la edad que tengamos, más viejo fue Abrahán cuando Dios lo llamó para dejar su patria y familia y más viejo aún cuando lo llamó a la paternidad y por eso no dejó de hacer la voluntad de Dios.
Hoy nos quejamos, nuestra edad, nuestros achaques, nuestra poca preparación, no sé hablar ¿ay si estuviéramos llenos de Dios que poco importaría todo eso?
Llenémonos de Dios, previo vaciar nuestra alma de todo lo que no es de Dios y seremos santos, pues en eso, según S. Francisco de Asís, consiste la santidad, en llenarnos de Dios.
Y lo que tenemos en vasija de barro, tenemos que darlo a los demás, siendo testimonio del Señor por toda la tierra, empezando por lo poco, lo más cercano, que como las ondas en el agua, llegarán hasta donde la fuerza de nuestra fe y amor sean capaces de infundir esperanza en este mundo tan desesperanzado que busca su alegría en ciénagas de esta sociedad a la que llama la alegría de la vida.
Hasta el encuentro con el Señor tenemos que seguir luchando con nuestros defectos y debilidades para ser limpios testimonios de Dios en el mundo.
Santa María, Madre de Dios y de todos los hombres, enséñanos a decir AMEN
Busca tus momentos de Tabor, como se nos aconseja en la hojilla. Puede que este verano tengamos más tiempo para ello. Pero a lo mejor hay más compromisos familiares, o el cambio de rutina con las vacaciones hace que lo tengamos más difícil. ¿Recuerdas el tesoro escondido o la perla preciosa del domingo pasado? Siempre se saca tiempo para algo de tanta importancia y valor.
Lo cierto es que necesitamos subir al monte dejando abajo tantas cosas... Necesitamos encontrarnos con el Señor para recibir la fuerza y la luz necesarias para volver a bajar y entonces sí, volver a afrontar, tal vez de otra manera, todas esas cosas.
Para emprender de nuevo el camino de la cruz de cada día, del servicio y la entrega de la vida, necesitamos gustar la intimidad del Señor y escuchar la voz del Padre, aunque nuestro deseo sea el mismo de Pedro: hacer unas tiendas para quedarnos en lo alto del Tabor. Se está tan bien ahí...
La misma comunión con el Maestro nos urgirá a bajar. Todavía es tiempo de anunciar la Buena Noticia, de sembrar, aunque la cizaña se mezcle con el trigo que crece, de pasar haciendo el bien, como Jesús.
No podemos quedarnos arriba, pero bajar es más que un deber penoso cuando se hace con el Señor a nuestro lado o en el corazón. Bajar del Tabor con el rostro luminoso de Jesús grabado en el alma es experimentar hasta qué punto su yugo es suave y su carga ligera. Bajar es un imperativo del amor: hay mucho que hacer todavía.
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