DOM-27A

domingo, 1 de octubre de 2017
8 OCTUBRE 2017
DOM-27A


3 comentarios:

Paco Echevarría at: 01 octubre, 2017 19:24 dijo...

DE LA RESPONSABILIDAD Y LA VIDA

La segunda parábola de Jesús en el debate con las autoridades religiosas del templo tiene una fuerza insuperable. Como telón de fondo entrevemos el poema de Isaías (5,2-2) que habla de una viña a la que se mimó y, en lugar de dar buena uva, dio agrazones. Era una metáfora sobre la ingratitud. Jesús habla más bien de injusticia y desengaño.
Era costumbre pagar el arrendamiento de la tierra con parte de los frutos, pero las condiciones abusivas de los arrendatarios y los fuertes impuestos, unido a las malas cosechas, fueron causa de no pocos levantamientos de los campesinos contra los terratenientes y las autoridades romanas. El hecho explicado por Jesús no sonaba extraño a sus oyentes. Lo extraño y sorprendente es que se atrevieran a matar al heredero. ¡Era ir demasiado lejos!
La aplicación de la parábola no admite dudas: El Reino de Dios fue entregado a Israel, pero éste no dio el fruto esperado, sino todo lo contrario. Por eso se dará a un nuevo pueblo que no defraudará los deseos de Dios. En el contexto del evangelio de Mateo, la parábola contiene un mensaje de aliento para una comunidad que era menospreciada por quienes se consideraban auténticos depositarios de la salvación.
Leída hoy, la parábola da pie a una seria y comprometida reflexión sobre la responsabilidad de cada generación y de cada individuo ante la historia. Creemos los cristianos que todo responde a un designio de Dios -lo llamamos historia de la salvación- y que ese designio se realiza en el tiempo con el concurso de los hombres. Dios no prescinde del hombre para salvar a los hombres. Pero aquellos a los que ha elegido como instrumentos de su quehacer, por ser humanos, pueden fallar y poner así en peligro ese designio, en cuyo caso sólo le queda apartalos y entregar la misión a otros que respondan mejor a lo que se les encomienda. La Iglesia tiene una responsabilidad en cada etapa histórica de cara a sus contemporáneos. Reunida en concilio, la entendía de esta manera: “La Iglesia sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo, para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido” (GS 3).
Esta es la misión de la Iglesia y de cada uno de los creyentes y no creo exagerar diciendo que es la misión de todo ser humano, pues, al mundo venimos porque nos tocó en suerte, pero, una vez en él, estamos para algo. Es ese algo lo que da sentido a la vida y hace al hombre feliz. Sin ello viene el vacío, el absurdo, el sinsentido del que sólo se escapa con la muerte o refugiándose en paraísos artificiales que, al desvanecerse, aumentan el dolor del espíritu. Al final todo se resuelve en una cosa: saber para qué hemos nacido y emplearnos a fondo en ello. Lo demás es correr detrás del viento.

juan antonio at: 02 octubre, 2017 17:35 dijo...

DE NUEVO LA VIÑA
Parece que este pasaje evangélico no es tan personal como el de la semana pasada, pero solo aparentemente, pues podíamos decir que es nuestra propia historia, la historia de nuestra alma, repetida una y cuantas veces nos alejamos del Padre.
San Ignacio en sus Ejercicios nos habla del discernimiento, y de ejercitarnos en él para conocer cuál sea la voluntad de Dios sobre nosotros, cual sea nuestro quehacer y si no recuerdo mal la semana pasada me refería a ello como parte de nuestra oración.
Hoy esta parábola nos deja al descubierto, como a los a los sumos sacerdotes y a los senadores, al no entender, como nos dice el autor de la hoja, que la parábola iba dirigida para ellos.
Ahora me pregunto yo, me doy por aludido, me doy por enterado de que el Evangelio se refiere a mi o me olvido, como aquellos, de no saber que la piedra olvidada ha venido a ser la piedra angular, de que el Hijo, rechazado por el pueblo escogido, rechazado por mí, es el centro de mi felicidad, de mi vida en plenitud, de que le siga es lo que ha procurado con su vida, su muerte y resurrección, la que yo tengo que vivir por mi fe, fruto de ese encuentro con una persona viva y junto a mí, Jesucristo.
Ahora bien si actúo como un viñador más, si lo que pretendo es el fruto malhadado, el fruto por el fruto sin tener a nadie más en cuenta, no me percataré de que fruto hay para todos, de que la viña no es mía, sí la parte de fruto que debo compartir con todos y hacer de ello mi felicidad porque el Padre ni siquiera a renta me da su viña, sino gratuitamente, para trabajar por su Reino que entraña felicidad.
La carta de Pablo a los filipenses, es de obligada reflexión y meditación por nuestra parte, pero destaco estos dos párrafos:
“”Hermanos: Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús””.
Con el salmista rezamos “No nos alejaremos de Ti: danos vida para que invoquemos tu nombre” pues eres nuestro centro y nuestra vida”
Santa María, Madre del Amor Hermoso, llénanos de alegría para que siempre estemos felices y contentos para los demás, AMEN

Maite at: 03 octubre, 2017 18:58 dijo...

Cualquiera de nosotros, que queremos seguir a Jesús, nos reconocemos en la viña del amigo de Isaías, esa que recibe los cuidados exquisitos de su dueño y es destinataria de un canto de amor. Solo se espera de ella/de nosotros que dé/demos buen fruto.

En el evangelio Jesús se dirige a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo, la porción selecta de la viña de Israel. Pero el Señor describe su corrupción: se confabulan y asesinan para no entregar los frutos de la viña a su dueño. Por eso se les quitará a ellos el Reino de los cielos y se dará a un pueblo que no produzca sus frutos.

¿Qué frutos se esperan de nosotros? San Pablo nos exhorta a tener en cuenta todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; y a poner por obra todo lo aprendido, recibido, oído y visto en él. Es la manera de responder a los desvelos y cuidados del viñador.

Decía Santa Teresa que si no nos damos cuenta de que somos amados no podemos amar. En su castellano suena así: Si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar. Dicho de otro modo: ¿Cómo podemos dar fruto si no apreciamos los cuidados del viñador ni sabemos qué espera de nosotros?

San Juan enseña en su evangelio que hemos de permanecer unidos a Cristo para dar fruto como está el sarmiento unido a la vid.

San Pablo nos muestra el camino al pedir que, en toda ocasión, nos dirijamos a Dios en la oración. En la paz de Dios, que custodia nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús, percibiremos con claridad los afanes del viñador por nosotros, su viña, y sabremos qué fruto espera y podemos dar.