29 OCTUBRE 2017
DOM-30A
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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DIOS Y EL PRÓJIMO
Los preceptos a que estaba sujeto el creyente judío en tiempos de Jesús eran muy numerosos -según la tradición sinagogal eran 613 mandamientos positivos, 365 prohibiciones y 248 prescripciones-. No sorprende, por ello, que algunos se preguntasen si era posible reducirlos todos a unos cuantos preceptos fundamentales y establecer una jerarquía de importancia entre los mismos. Frente a éstos estaba el grupo de quienes defendían que todos los preceptos tenían la misma importancia -“Que el mandamiento leve te sea tan querido como el mandamiento grave” decía un comentario al Deuteronomio.
La respuesta de Jesús no contiene nada nuevo, pues ambos preceptos estaban ya recogidos en el Antiguo Testamento. Lo sorprendente es la unión de los dos. A Jesús le preguntan por el primero y más importante y él responde con el primero y el segundo y, además, añade que ambos son semejantes. De esta manera viene a decir que sólo se puede amar a Dios amando al prójimo y sólo se puede amar al prójimo con el amor de Dios. Son dos amores que siempre han de ir unidos o, de lo contrario, quedan adulterados.
Es así como Jesús establece el fundamento de la ética cristiana: la vida religiosa, centrada en el amor a Dios, y la vida social, centrada en el amor al prójimo, constituyen un único fundamento y vienen a ser como las dos caras de una moneda: si falta una -cualquiera de ellas- es falsa. Los rabinos conocían estos preceptos, pero no los relacionaban. Incluso hacían inútil el precepto de amor al prójimo porque no consideraban prójimo a todo ser humano: el pagano, el pecador, el publicano... no era prójimo ni había obligación de amarlo como a uno mismo. En el pensamiento de Jesús el amor es uno solo y ha de ser total: ha de movilizar a toda la persona. Como el sol cuando sale -que ilumina por igual a todos los seres-, así ha de ser el hombre y la mujer que aman.
Pero no es esto lo habitual entre nosotros, sino que, al contrario, a veces tenemos la sensación de que una sombra de egoísmo y desamor estuviera apoderándose de muchos corazones: padres que denuncian a sus hijos por malos tratos, niños que crecen sin amor, ancianos abandonados por su familia; mujeres maltratadas, violencia en las calles... Es como si el ser humano estuviera perdiendo su esencia más profunda, su valor más noble y auténtico. Tal vez esto no sea más que el triste resultado de las doctrinas que décadas atrás algunos predicaron sin medir sus consecuencias. Y es que la negación Dios a la larga conduce a la negación del hombre como la negación del padre lleva tarde o temprano a la negación de los hermanos. Primero talamos los bosques y luego nos quejamos del desierto. Es de sabios rectificar. Pero está por ver que el hombre de hoy, que se siente orgulloso de ser científico y de conocer los secretos del universo, sea además un hombre sabio, conocedor de los secretos de su propio corazón.
Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser, lejos de quedarse en algo etéreo o poético, implica amar al prójimo, ¿o lo complica?
Quiere decir que no hay amor verdadero a Dios si falta el amor al prójimo, y que este nace de aquel. Es una consecuencia lógica. Quien ama a Dios bebe y se alimenta de los sentimientos de Jesús, sus actitudes, sus gustos y deseos, sus opciones y prioridades, sus pasiones y amores. Y encuentra ahí al Padre, el Reino, a los pobres, los últimos, los excluidos, los pequeños, los enfermos; a quienes necesitan la salvación, una vida nueva, la liberación de sus demonios, la opresión o la injusticia.
Por eso no se trata de dos ejercicios separados: intento amar al prójimo para demostrar mi amor a Dios. El amor a Dios hace de mí otro Cristo, al transformarme en él y configurarme con él. En el amor a Dios alienta el Espíritu que me mueve a vivir como hija de Dios y hermana de mi prójimo. Todos son míos, como todos son hijos de mi Padre y, para él, suyos.
El amor a Dios y al prójimo se encarna en gestos concretos, como los que describe el libro del Éxodo: cuidar, proteger, defender a los más vulnerables. O evangelizar, como alaba Pablo a los tesalonicenses. Al acoger la Palabra y hacerla vida se convirtieron en modelo a seguir para el resto de los creyentes, que podían ver en ellos un signo luminoso de fe, servicio a Dios y esperanza. Buena muestra de amor al prójimo: señalar, con la propia existencia, al que es camino, verdad y vida.
Los santos saben que a Dios le gustan las palabras de amor de sus amigos, las palabras regaladas, que decía Santa Teresa. Por eso haz tuyas, muchas veces, las del salmista. Te encenderán en amor a Dios y él querrá que el incendio abrase también a quienes están a tu lado.
AMOR, SIEMPRE AMOR
Muchas semanas leyendo el CONTEXTPO de la Hoja, qué difícil se nos hace hacer esta reflexión a la que me he comprometido conmigo mismo y ello porque el texto del mismo lo da todo, como el de esta semana de J.A. Pagola.
La controversia de los judíos con Jesús sigue a fin de ponerlo a prueba, pero no hay forma, Jesús responde, no se amilana ante quienes creían saberlo todo y todo amañado a su forma e intereses.
Quisiera fijarme en mi reflexión en varios párrafos del Contexto:
“Para buscar la voluntad de Dios, lo decisivo no es leer leyes escritas…. Sino descubrir las necesidades de amor en la vida de la gente”
Cuantas veces queremos saber muchas cosas, estudiar mil formas y maneras de llegar a los demás y lo que conseguimos es distanciarnos con nuestra sabiduría, alejarnos del problema, que si las estructuras sociales, que si las administraciones, que si las organizaciones……., pero lo que te está pidiendo Dios no es más que te acerques a ese que huele mal, que viste peor y le preguntes si ha comido hoy y entonces buscar la forma de darle de comer hoy y mañana, porque la necesidad es cotidiana, acércate y devolvámosle la dignidad perdida. Acércate a ese que no le hablas porque un día te dijo o hizo algo de lo que ni te acuerdas, acércate al que no te saluda, acércate a ese que tanta necesidad tiene de que alguien le hable y le pregunte por sus males, por su estado….acércate…………….., sin miedo que es nuestro hermano.
“Por otra parte el prójimo no es un medio o una ocasión de practicar el amor a Dios””
En definitiva el prójimo no es objeto de trueque con Dios, te quiero porque he dado una limosna, te quiero porque he dado de comer a un necesitado, NO, sino que por que te quiero hago lo que Tú harías, y aquí enlazamos con el tercer párrafo:
“”No es posible, por tanto, amar a Dios sin desear lo que Él quiere y sin amar incondicionalmente a quienes ama como Padre””
Tenemos que considerarnos, todos, como hijos de un mismo Padre, porque lo somos todos, seamos bueno o no tan bueno, creamos o no creamos, y recuerdo ahora que estamos en tiempos del DOMUND, (creo que me repito) que en un programa de radio o televisión, le preguntaban a un misionero si quería dirigirse a los oyentes o televidentes en solicitud de ayuda y el misionero contestó que no, que lo que él les pedía a todos que rezara para que se cumpliera el sueño de Dios; preguntándole el locutor cual es el sueño de Dios, contestó el misionero, LA SOLIDARIDAD HUMANA.
Recemos el Padrenuestro, una y mil veces y el nuestro lo sintamos, así como es, en plural, no mío, sino NUESTRO.
¡Cuánto cambiaríamos y cambiaríamos el mundo si el Padrenuestro lo rezáramos con sentido de fraternidad!
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN
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