20 ENERO
2019
2ºDOM-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL ESPÍRITU Y LA LEY (Jn 2,1-12)
Siete son los milagros que narra Juan en su evangelio, siete signos que ilustran la obra del mesías. El primero de ellos ocurrió en una boda y consistió en convertir el agua en vino. Pobre sería nuestra comprensión del relato si todo se redujera a ver a Jesús como alguien que remedia la imprevisión de unos novios. El evangelista advierte que es un signo. Por tanto, sólo comprendiendo su significado podemos alcanzar su valor.
Se trata de una boda. El matrimonio fue uno de los símbolos preferidos por los profetas para hablar de las relaciones de Dios con su pueblo. Pablo recurre a él para hablar de las relaciones de Cristo con la Iglesia. Allí está la madre de Jesús, a la que él llama mujer, como a la samaritana y a la Magdalena tras la resurrección. Las tres representan al pueblo de Dios -a la esposa- en tres situaciones diferentes: María es el pueblo fiel que hace posible la venida del mesías y le urge a cumplir su misión sin tardanza; la samaritana es el pueblo infiel, idólatra; la Magdalena representa al nuevo pueblo, al que nace de la resurrección. Se acaba el vino -símbolo del amor en el Cantar de los Cantares-, pero sobra el agua de las purificaciones. El Mesías dice que aún no ha llegado el momento, pero el resto fiel no puede esperar más. Son seis las tinajas -no siete, que indicaría plenitud, sino seis, es decir, imperfección-. Son de piedra -cosa rara en una casa normal-, como las tablas de la Ley entregadas a Moisés. El mayordomo reconoce que, en contra de la lógica y de la costumbre, lo mejor se ha dejado para el final.
Desde estas claves podemos entender mejor el texto de Juan. No habla él de vino y fiesta, sino de algo más profundo. La antigua alianza -centrada en el cumplimiento de la Ley, incompleta, porque sólo purifica como el agua: por fuera-, gracias al Mesías, es sustituida por la nueva -que transforma al hombre interiormente y le da una vida nueva, centrada en el amor. Son dos modos de entender la religión y la vida misma: uno centrado en el cumplimiento de la ley -que hace al hombre merecedor de premios y castigos-; otro centrado en el amor que le hace hijo de Dios y hermano de los hombres. El primero pone la fuerza del ser humano en algo exterior y, a la larga -como les ocurrió a los fariseos-, endurece el corazón; el segundo recibe su energía de algo interior y hace el corazón más humano. La sociedad -y también la Iglesia- tiene que preguntarse si es una suerte vivir en el mundo como un ser humano o, por el contrario, constituye una desgracia. Jesús de Nazaret cambió el agua en vino, abrió una nueva senda a la humanidad y es triste ver que, cuando estamos estrenando el tercer milenio de su presencia, muchos sigan creyendo que el camino de la ley es mejor que el del amor. El hombre nuevo y el nuevo orden sólo verán la luz si recuperamos nuestro verdadero centro, que está en el interior de nosotros mismos. La luz que viene de fuera es probable que nos ciegue. Sólo ilumina la que irradia desde el corazón.
Francisco Echevarría
La Palabra de Dios esta semana nos trae el primer signo realizado por Jesús que Juan nos narra en su Evangelio, la conversión del agua en vino, en la celebración de una boda en la que faltó este elemento esencial en una festividad.
El pasaje está lleno de símbolos, desde el hecho acaecido, la boda, las tinajas, la falta de vino, la intervención de María y como no, la conversión del agua en vino.
Todo ello van en dirección a mostrarnos que este primer signo de Jesús no es casual, fortuito, es el inicio de algo nuevo, algo que rompe con el pasado y nos trae un futuro mejor, definitivo cuando llegue la hora a la que Jesús se refiere, pero que en el entender del que escribe, esa hora empezó con su bautismo, aunque termina con su muerte y resurrección.
Jesús nos trae el vino nuevo de la salvación, del reino de Dios, del Amor de Dios hecho carne de nuestra carne, quiere que el agua de nuestro pasado se convierta en ese mejor vino de última hora recriminado por el mayordomo.
La intervención de María, a la que Jesús llama “mujer” y no madre, tampoco es casual o fruto de un celo por intentar solventar un problema, y tenemos que volver a esa vida oculta de Jesús de la que solo los evangelios nos narran la infancia y la “pérdida” a los doce años en la peregrinación a Jerusalén. En ese tiempo la relación con José y María debió de ser algo muy especial y debieron vivir experiencias excepcionales y ello se desvela en esa intervención de María, que sabe que su Hijo puede resolver el problema.
Como conclusión de esta reflexión podemos decir que Jesús nos trae una vida nueva, en alegría, que tenemos que romper con nuestro pasado, dejar atrás el agua y beber el vino nuevo y generoso del Amor de Dios para, siguiendo sus pasos, amar a nuestros hermanos con entrega y disposición, teniendo presente a María, el Israel fiel y creyente, y acogernos a ella como reza una muy antigua oración “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecie nuestras suplicas, mas líbranos siempre de todos los peligros ¡Oh Virgen gloriosa y bendita!.
Santa Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN
Haced lo que él os diga y acudid a la boda donde sois la esposa preferida con la que se regocija. Recibid ahí el nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor, como nuevos son los odres donde se guarda el vino del amor, que sustituye al agua de la vieja ley contenida en tinajas de piedra.
Que no se diga de vosotros, después de haber conocido a Jesús, que no tenéis vino pero os sobra agua. Que ponéis el acento en la piedad y las normas sin amor, que tenéis muy claro el camino a seguir pero no entregáis la vida por nada y por nadie. Que encontráis vuestra seguridad en dar culto a un dios lejano y no cuidáis ni ayudáis al prójimo herido en el camino ni recibís con un abrazo al que regresa después de abandonar el hogar buscando la vida donde no está.
Llenaos del Espíritu de Jesús que os colma de sus dones para el bien común, para edificación de todos; que os lleva a las fronteras y periferias, y empuja al riesgo, al reto y desafío de los caminos nuevos, sin trillar. El Espíritu que canta en vosotros las maravillas de Dios y os hace cantores y pregoneros de ellas entre pobres y pequeños, rotos y enfermos, marginados y excluidos.
Que no se diga de vosotros que no tenéis vino y haced lo que él os diga si falta.
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