13 OCTUBRE 2019
DOM 28-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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SOBRE LA GRATITUD
Según cuentan los evangelios, lo de no ser agradecido es cosa antigua. De diez leprosos curados sólo uno vuelva a dar las gracias. Este hecho nos hace caer en la cuenta de que, como entonces, la gratitud es hoy un valor en baja –como otros muchos valores–. Y no es cosa buena para la felicidad de un pueblo que sus gentes olviden la sana costumbre de agradecer los favores recibidos. Buscando la razón de este desuso, encuentro posibles causas y ninguna de ellas me gusta.
Tal vez se deba a que, para algunos, la gratitud es un sentimiento de débiles porque indica una cierta inferioridad de quien recibe el favor. Se olvida en este caso que la autosuficiencia de quien pretende no necesitar a nadie es una forma de autoengaño. El ser humano es limitado y, por tanto, necesitado. La ayuda, el favor, es una forma de ser solidarios en la necesidad. Quien se cree un dios no pasa de ser un ridículo engreído.
Puede que la razón de la falta de gratitud sea que no valoramos debidamente los dones recibidos. El vacío, la insatisfacción, es el sentimiento de quienes están acostumbrados a tenerlo todo y a no valorar, por consiguiente, nada. El vacío existencial suele ser un sentimiento propio de las sociedades que tienen sobresatisfechas las necesidades de orden material.
Y puede que la razón sea más profunda. Hoy está en crisis el valor de la vida. Las campañas a favor del aborto –que limita la vida en sus comienzos– y de la eutanasia –que la limita en su final– dan como resultado una mentalidad en la cual la vida humana es un valor relativo (sé que este discurso no es hoy políticamente correcto, pero ¡me trae sin cuidao!). Y ¿qué puede tener valor cuando la vida no vale? De esa forma, perdido el aprecio de la vida, se pierde también el aprecio de aquello que la hace posible o feliz.
Aunque yo más bien me inclino a pensar que la crisis de la gratitud es consecuencia de la crisis del amor. El amor nos empuja a entregar a la persona amada todo lo que somos, podemos o tenemos, sin esperar nada a cambio, sólo por la dicha que conlleva la entrega. En esta dinámica, el amado o la amada saben valorar en su justa medida la grandeza del don y surge la gratitud como respuesta. Si esto es así, la falta de gratitud en un pueblo es signo de que falta el amor. Y sin amor ¿hacia dónde caminamos? ¿qué sentido tiene la vida?
Este sentimiento, que pierde brillo cuando se trata de seres humanos, se apaga completamente cuando se refiere a Dios. El término gracia es clave en el pensamiento cristiano. Para nosotros –en palabras de Pablo– todo es gracia y don, pues, fuera de Dios, nada es necesario. El mundo y lo que contiene podría no haber existido. La vida, por tanto, es un acto de gratuidad, un don inmerecido, una gracia, y el sentimiento cristiano más importante, después del amor, es sin duda la gratitud y la alabanza a Dios. Y, dado que la gratitud se manifiesta en la gratuidad, en la generosidad, tal vez esto explique el mucho egoísmo que nos sobra.
Dm 28 T.O. 13.10.19
FE Y GRATITUD
De nuevo la liturgia nos vuelve a plantear el tema de la fe, esta semana acompañada de la gratitud.
El pasaje evangélico es admirable, en primer lugar porque los leprosos no piden directamente la curación, piden “compasión”, piden que los sienta Jesús en sus entrañas, que haga suyo el problema que les aterra, que se compadezca, padezca con ellos esa terrible enfermedad que no solo es física sino social por la exclusión que conllevaba.
En esa petición se produce el encuentro con el Cristo, con el Mesías al que llaman “Maestro” y éste no hace signos visibles de curación, ni le preguntan si creen que pueda hacerlo, simplemente los manda a los sacerdotes.
Y en el camino se produce la curación y sorprendentemente de los diez, solo el extranjero vuelve alabando a Dios y se echa a los pies de Jesús, “”dándole gracias””.
Igual que Naaman el sirio, cuando se vio curado, volvió a dar las gracias a Dios en la persona de Eliseo.
Ahora yo me pregunto cuantas veces doy gracias a Dios por los pequeños milagros que cada día se operan en mí, por esos dones que desde la mañana a la noche recibo en mi vida, cuantas debilidades, cuantas fragilidades se ven curadas, sanadas, sea mi egoísmo, soberbia,………,
¡No veo la mano de Dios! ¿Cómo voy a darle gracias?, son tantas las cosas que me llenan que no siento esa presencia invisible de Dios, hecha visible en todo lo que me rodea y en todos los que encuentro en mi día a día.
Hace años, la Hoja refería un dicho de Chestertón, quien decía que una vez al año, el día de Reyes, dábamos gracias por los regalos que estaban en los zapatos puestos en el balcón, pero olvidamos de dar las gracias a Aquel que todas las mañanas nos da dos pies que metemos en los zapatos.
¡Qué bien entendió las pequeñas cosas! Los pequeños milagros que no podemos ver porque los árboles no nos dejan ver el bosque, los arboles de las preocupaciones de este mundo que nos impiden poner nuestras manos en Dios para que nos limpie de nuestras debilidades y como nos dice S. Pablo, “la Palabra de Dios no está encadenada”, pues que la vivamos y seamos agradecidos con Aquel que en todo momento nos está regalando su presencia en todo lo que sucede y en nuestros hermanos, ¡vivamos en esa presencia amorosa!.
Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a ser agradecidos y cantemos nuestro particular Magnificat, como Tú hiciste, AMEN
Decía Santa Teresa que una gracia es la que se recibe, otra el ser consciente de que se ha recibido y una tercera la de poder expresar la gracia recibida. El leproso samaritano recibió las tres.
La desgracia, la marginación y la enfermedad habían hecho compañeros de camino a varios judíos y un samaritano. Después de la curación el samaritano es un hombre nuevo, pero los otros vuelven al rebaño de la Ley. Recuperan una vida desde la salud del cuerpo pero con un alma que ha quedado intacta, sin conversión.
En otro pasaje del evangelio Jesús explica que a quien mucho se le perdona mucho ama. El leproso samaritano vuelve a agradecer al Maestro su curación porque siente que ha recibido todo de balde, como un regalo maravilloso, una vuelta a la vida plena sin haber hecho nada para merecerlo. Los leprosos judíos tienen el Templo, los sacerdotes y la Ley. Toda una religión que les permite reintegrarse a la sociedad una vez que dejan de ser impuros, después de haberlos marginado en la enfermedad.
Todo ello puede cuestionarnos: ¿de qué lado estamos? ¿Cómo entendemos una Iglesia en salida o en las periferias? ¿Y una Iglesia herida y manchada por salir a los caminos a buscar a los samaritanos de nuestros pueblos y ciudades?
Yo soy uno de los diez leprosos del evangelio de este domingo. He sido un gran pecador aunque ahora, gracias a la Misericordia Divina y al Sacramento de la confesión bien hecha, estoy en Gracia de Dios.
Pero he sido uno de esos leprosos: el pecado es la lepra del alma y sólo la Confesión puede curarla.
Ha habido otros pecadores que han negado a Cristo y al final fueron curados y me conforta, tanto por mí como por todos mis hermanos que viven en pecado: el resto de leprosos. Tengo esperanza en la Piedad de Nuestro Señor y en el Amor de María por cada uno de sus hijos.
Creo en el enorme poder de la oración y rezo por ellos, por su salvación, lo mismo que alguien tuvo que rezar por mí en su momento.
Que Dios os guarde y me guarde, os pido que recéis por mí porque, como nos dice Jesús, el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.
Vicente Barreras,
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