10 NOVIEMBRE 2019
DOM 32-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL DIOS DE LA VIDA (Lc 20,27-38)
Siempre ha inquietado al hombre su destino después de la muerte. Hoy, como en tiempos de Jesús, las posturas son muy diferentes: para unos la muerte es el final de todo y es vana la esperanza de sobrevivir a este mundo; para otros la vida sólo es el anticipo de una vida plena y definitiva; y luego están aquellos que piensan que el destino final del ser humano es perderse en la infinitud de Dios, después de haberse purificado de todo el mal que encierra en su corazón. Creen estos últimos que la vida humana es tan corta y el mal tan grande que son necesarias varias vida para lograrlo. Por eso –afirman– la vida es siempre reencarnación hasta alcanzar la iluminación completa.
El cristianismo no cree en reencarnaciones –pues predica que la muerte de Cristo ha purificado al hombre de todos sus pecados–, sino en una plena más allá del tiempo y del mundo. Esta forma de entender las cosas ha sido –es– considerada por muchos como fe desprovista de lógica y razón y, por ello, doctrina sin fundamento. Yo me pregunto por qué: ¿por qué razón es más racional, lógico y admisible creer en la nada que creer en una vida eterna? Hemos asistido a lo largo del siglo que termina a una especie de apropiación del pensamiento racional por parte de algunos increyentes con el consiguiente menosprecio de la fe como algo obsoleto, sin fundamento y propio de mentes débiles. Argumentan que no hay pruebas de que las cosas sean así y silencian que tampoco las hay de que no sean de esta manera. Y es que estamos ante un asunto en el que entra en juego la libertad de cada uno en virtud de la cual opta por lo uno o por lo otro. La fe y la increencia son opciones personales basadas en algunas razones y en no pocas vivencias y ambas implican un riesgo: el de equivocarse. Entendidas así las cosas, hay que saber asumir la propia postura con serenidad y respeto hacia la opción contraria y tratar de sobrevivir con el peso de las dudas y los interrogantes, conscientes de que el hombre no es sabio por sus certezas, sino por sus búsquedas.
El cristiano oye de Jesús palabras de esperanza. Cree en él y le cree a él cuando dice “Yo soy la resurrección y la vida”. Su Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Es esto lo que le sostiene en la lucha por mejorar el mundo. Tampoco ve la vida como azar, sino como un designio de amor. Por eso, al contrario de lo que algunos creen, la fe no le aleja del compromiso y del esfuerzo por lograr un mundo más justo y más humano, sino todo lo contrario. No es la fe un analgésico para soportar estoicamente sufrimientos, adversidades e injusticias, sino un acicate, un estímulo para perseverar a pesar de la adversidad, el fracaso e incluso la muerte.
Y, para terminar, hay una pregunta que muchos prefieren no plantearse: ¿es posible vivir plenamente la vida y ser feliz cuando sólo se espera la nada? Cada uno ha de buscar la respuesta en el santuario de su conciencia.
Oración bellísima, la del salmista, que retrata el momento de la muerte como un despertar, después de estar dormido, para contemplar, sin velos, al decir de los místicos, el rostro del Señor. Un rostro necesariamente velado aquí que puede escrutarse, no obstante, en infinidad de lugares privilegiados para ello: en los pobres, los más próximos, los lejanos, los que sufren… Esta es la oración de quien se ha sabido guardado como las niñas de sus ojos y a la sombra de sus alas.
Hermoso mes, noviembre, que trae a nuestra consideración a todos los santos, canonizados o no, y a todos los difuntos, y con ello la esperanza que encontramos, por la fe, en la vida eterna. Una fe que no disipa, como con la mano, todas nuestras dudas y preguntas ante lo desconocido, pero que acaricia el alma con una certeza: después del más acá nos espera el que más nos ama y mejor nos conoce, el que tantas veces ha consolado nuestros corazones y nos ha dado fuerza para toda clase de palabras y obras buenas, al decir de Pablo. El fiel y el veraz.
La mirada de tejas para abajo plantea preguntas y situaciones sin fuste, absurdas y traídas por los pelos, como la historia de los saduceos, hilvanada a golpe de efectos especiales; y Jesús enseña lo que todos sus discípulos vamos experimentando, paso a paso, en nuestro camino cristiano: que somos hijos de Dios, del dios de la vida y de los vivos, y que aquello que nos espera no es una burda copia de lo de aquí. Es otra cosa.
SIEMPRE LA VIDA
El Evangelio de esta semana, nos trae la cuestión quizás y sin quizás, mas vital de nuestra fe, la Resurrección.
Hemos empezado nuestra vida como regalo de Dios ”” alabemos a Dios desde “siempre hasta siempre”, nuestra vida tiene un principio, pero sin fin, es nuestra inmortalidad imperfecta, (digo yo, y puedo estar equivocado) y la pregunta capciosa de los saduceos, no conducen más que al ridículo, porque Jesús en la contestación nos anticipa qué y cómo serán los cuerpos resucitados, gloriosos, “”como ángeles””, es decir pasaremos de una forma de vida a otra, la vida no se termina, se transforma, como cantamos en el prefación de los difuntos.
Viviremos con Dios, porque Dios es Dios de vivos, pues para Él todos estaremos vivos.
Esta es la fe que profesamos y que vivimos los que hemos puesto nuestra confianza en Dios, mediante la aceptación y encuentro con Jesús Resucitado, llevados por la fuerza del Espíritu.
Jesús nos viene a traer una vida nueva, de plenitud con el Padre, de Amor total, de esperanza ya perdida porque lo poseemos y de fe olvidada, porque lo vemos, lo que no se pierde es el Amor, como nos dice Pablo en el canto al amor (1ªCo,13), porque esa es nuestra felicidad, vivir el Amor de Dios, cosa que ahora como nos dice Pablo citando a Isaías, ““lo que jamás vio ojo alguno, ni ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar lo que Dios tiene preparado para los que lo aman””( 1º Co 2,9).
Jesús viene a darle la vuelta a la ridícula pregunta de los saduceos, que no alcanzaban más que ver donde alcanzan sus narices. Él les hace ver, que la vida empieza, pero no acaba, que Dios nos recibe y nos colma de su Amor.
La gran pregunta del hombre de todos los tiempos, incluido los creyentes, qué hay después de…, pues después de…., hay la VIDA, hay el AMOR, la DICHA sin fin.
Los que hacen esta pregunta a Jesús no pretende más que cogerlo en un renuncio, y se encuentran con la luz, la verdad, el camino y la vida, que es Jesús y como siempre que no nos salimos con lo que pretendemos, mejor es olvidarse, dejarlo ir.
Y esto pasó entonces y sigue pasando, pues las zancadillas se siguen poniendo a todos los que toman el Evangelio como vida y se dejan de dulces cantos de sirenas y esto, desgraciadamente, está ocurriendo en la Iglesia a todas las escalas, desde los más humildes a las altas esferas de responsabilidad ¡qué pena! Pero es así y lo estamos viendo todos los días en los medios, se critica desde el Papa hasta el más desconocido autor, al más pobre servidor de pobres y llegamos hasta lamentamos de que la Iglesia, hoy, no tenga poder. Es irritante.
Cantemos con S. Pablo “”Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, nos consuele internamente”” y ¡como nos consuela!, dándonos la plenitud de la Vida junto a Él.
¡No tengamos miedo!, la muerte ha sido vencida.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AM
Hoy sí. Hoy entiendo perfectamente el Evangelio de este domingo. Habla de la mujer que se casa sucesivamente con varios hermanos a medida que van muriendo uno tras otro: lo entiendo. Lo entiendo desde el punto de vista humano y desde el divino.
Empiezo por el humano: el Derecho Mosaico contempla la figura del “Levirato” y es porque las viudas quedaban condenadas a la miseria y el hermano soltero del difunto tenía la obligación de casarse con ella para mantenerla y que los hijos que concibiere, al menos, así, tuvieran la sangre de la familia.
Desde el punto de vista de lo divino, Dios nos hizo varón y mujer, ya se dice en el Génesis y es así para que el amor matrimonial garantice la perpetuidad de la especie: “creced y multiplicaos, llenad el mundo y dominadlo” Son Palabras de Dios.
Pero…
Dios es muy inteligente y sabe que hay cosas que nos cuestan esfuerzo aunque sean necesarias: nos cuesta esfuerzo trabajar para comer: solución: el hambre y “comerás el pan con el sudor de tu frente”. Nos cuesta esfuerzo ir a la fuente a beber agua: solución: la sed. Es un esfuerzo tremendo tener hijos y luego criarlos: solución: la pulsión sexual del matrimonio.
Hay otras cosas que nos son necesarias e inmediatas pero Dios ahí no nos provoca carpanta para tomarlas y gratis: por ejemplo, el aire que respiramos continuamente.
Si no tuviésemos hambre, sed y deseo sexual sano, nuestra especie ya habría desaparecido porque somos unos vagos.
Cuando estemos en el cielo, todo eso ya no será necesario y es por esa razón por la que seremos como los ángeles: sin promiscuidad, sin hambre y sin sed.
Respecto al deseo del amor, es tan hermosa, inteligente y grande nuestra cultura española que voy a terminar este artículo con un soneto de Lope de Vega y entenderéis mejor lo que he querido decir:
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Vicente Barreras,
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