29 MARZO 2020
5º CUARESMA-A
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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DE LA MUERTE A LA VIDA (Jn 11,1-45)
En el Evangelio de san Juan, la resurrección de Lázaro es el preludio de la historia de la pasión, porque fue ese hecho el que -según este evangelista- motivó su condena a muerte. Se trata, sin lugar a dudas, del más importante de los signos mostrados por Jesús. No es ya de la curación de un enfermo, sino una victoria sobre la muerte. Así lo interpreta cuando se presenta a sí mismo como la resurrección y la vida. Esto significa que el de Jesús no es un camino de muerte, sino un camino que, a través de la muerte, conduce a la resurrección, a la vida, a la glorificación. La luz de la Pascua brilla desde el principio sobre el camino de Jesús que pasa inevitablemente por la oscuridad incomprensible del sufrimiento humano.
Estamos ante una de las claves de la mística cristiana. Ante el sufrimiento, caben diversas posturas: rebeldía contra Dios porque no lo evita, fatalismo frente a un destino inevitable, huida hacia paraísos artificiales... El cristianismo trata de encontrarle sentido para poderlo soportar sin que ese mal sea causa de un mal mayor: la pérdida total del sentido de la existencia. No se trata de aguantar estoicamente los golpes de la vida y esperar que pase la tormenta, sino de comprender que es el único camino hacia la dicha. Si el grano de trigo no muere, no puede convertirse en espiga. La renuncia no es fin en sí mismo, sino condición necesaria del crecimiento. Cuando las cosas se ven de esta manera, la vida y sus golpes se afronta con un nuevo espíritu: el de los hombres cargados de esperanza.
Tal vez uno de los males de nuestro tiempo -y una de las causas de la pérdida de los valores y del retroceso del orden ético y moral- sea el apego a la dicha barata e inmediata que nos priva de la dicha definitiva. Nos hemos creído que vale más lo imperfecto conocido que lo perfecto por conocer y no es verdad. Un pequeño placer de hoy no vale más que la felicidad completa de mañana, aunque el pensamiento de muchos sea conformarse con ello.
Estamos en tiempo de crisis de valores y de ocultamiento del sentido de la vida que eso conlleva. Vivimos en una sociedad espiritualmente enferma. Pero quiero pensar que, como la de Lázaro, la nuestra no es una enfermedad de muerte. Aún es posible encontrar el sendero de la vida. Basta que aceptemos el cambio de las cosas y renunciemos a aquello que nos impide avanzar: soberbia, avaricia, violencia, hedonismo, envidia, dejadez, superficialidad... Estas son las losas que nos cubren y nos impiden salir de nuestros sepulcros. Jesús de Nazaret sigue gritando: “Salid fuera! ¡Asomaros a la vida!”.
Hemos llegado al último Domingo de Cuaresma, camino de la Pascua que empezó con las tentaciones, siguió la Transfiguración y termina con la trilogía de Jesús, el Cristo, agua viva, luz del mundo y vida.
Este Domingo, en que Jesús se proclama ser la resurrección y la vida, nos toca vivir días aciagos y duros en el mundo, en nuestra sociedad por la pandemia que padecemos y ante la que poco sabemos y mucho es lo que los héroes sanitarios hacen y a los que creemos en Jesús, resurrección y vida, nos toca ponernos en su manos, como él hizo en la Cruz.
El pasaje, podemos dividirlo en dos partes, la primera la llegada del recado de sus amigas sobre la enfermedad del hermano, el silencio de Jesús dejando dos días antes de acudir, manifestando que esa muerte sería para gloria del Hijo de Dios.
Por tercera vez Jesús se proclama, Mesías, Hijo del Hombre y ahora el Mesías e Hijo de Dios.
Es llamativo ese dejar pasar dos días antes de partir en ayuda de su amigo y nos trae a nuestra consideración el silencio de Dios ante el sufrimiento, el dolor y la muerte, silencio que se ha planteado ante fenómenos naturales y el dolor y la muerte causadas por el hombre o por nuestra propia fragilidad, sobre lo que un autor -Javier Monserrat- nos dice
“”Cristo es el signo definitivo que Dios ha querido darle al hombre para afianzarlo en el sentido –el único sentido posible de la religiosidad humana: la creencia en el amor de Dios por encima de la amargura y el desanimo de su ocultamiento y su silencio.””
A través del mundo, -continua el autor- el hombre puede vislumbrar la existencia de Dios y el sentido de su silencio y su ocultamiento y todo al encontrarse con la revelación de Dios en Cristo que se anonadó por amor al hombre, - y sigo yo- en una vida y una muerte entregada por amor la humanidad y por amor al Padre, al que, estando en la Cruz, llama en su silencio y ante el que se encomienda confiadamente en sus manos, misterio ante el que no nos queda más que entregarnos con infinita confianza de hijos.
La segunda parte del pasaje nos trae el hermoso dialogo entre Jesús y Marta, quien aquí es la primera que acude al Maestro y con él conversa sobre la enfermedad, la resurrección y la vida, vida con mayúscula que no comprendió ninguna de las hermanas ni los que estaban cerca, pues Jesús estaba preludiando su muerte principio de su Resurrección y de la nuestra.
Acerquémonos al Señor, humildemente pongámonos a sus pies, no podemos decir ante el sagrario, (aunque dos de la Hoja sí), besémosle en espíritu los pies doloridos de los caminos y luego clavados, alcemos nuestras manos a las suyas clavadas y recojámonos en su pecho, como aquel discípulo, y hagamos un acto de fe contestando a la pregunta que le formula a Marta ¿Crees esto?
¿Crees que soy la Resurrección y el Vida?, ¿Crees que aunque guarde silencio estoy a tu lado todos los días de nuestra vida?
Y esto, rezando con el salmista, “desde lo hondo a Ti grito, Señor, Señor escucha mi voz” ante la adversidades, ante mis incomprensiones, ante las amarguras y dolor de nuestras fragilidades, ante el temor y la angustia que nos rodea y pon en las manos del Padre cuanto nos conviene para gloria suya.
¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no deseches nuestras suplicas en las necesidades y libramos de todo mal, ¡Oh Virgen Gloriosa y Bendita!
Un domingo más para celebrar al Señor de la Vida en estos días difíciles.
En estos días muchos de nosotros mandamos a Jesús un recado angustiado: Los que amas están enfermos. O ponen en riesgo sus vidas y las de sus seres queridos por curar a los demás, por seguir barriendo nuestras calles, por atender nuestras farmacias, supermercados y bancos, por hacerse cargo en las residencias de nuestros ancianos…
Los que amas están enfermos… Recuerda al “no tienen vino” de María. Presentemos a Jesús esta acuciante necesidad con la confianza de que todo servirá para gloria de Dios, que no es otra que la persona que vive en plenitud.
Ante el desconsuelo por nuestros difuntos en circunstancias tan duras (cuántos no pueden acompañar a sus seres queridos en sus últimos momentos) Jesús llora porque nuestro dolor e impotencia son los suyos. Nos entiende y comprende, y brinda toda la esperanza de la fe: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” Y como a Marta nos pregunta: “¿Crees esto?”
A lo mejor tu fe está ahora bajo mínimos. Tampoco Marta andaba sobrada ante la aplastante evidencia de la muerte de su hermano. Pero también a ti se dirige Jesús, que insiste: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Verás que tus seres queridos viven, o se han encaminado derechos a la Vida. Y es que, como tan hermosamente escribe Juan en la hojilla: Solo se nos han adelantado.
Mira a Jesús en estos días en que la muerte y la enfermedad, el sufrimiento por los nuestros, el miedo y la angustia, nos cercan y amenazan anegar todo lo bueno y hermoso de nuestro mundo. Y reconoce al que es capaz de despertar de la muerte y acompañarnos en todo nuestro dolor como amigo, hermano, compañero, Maestro y Señor.
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